Eight;(+18)

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112 d.C
Rocadragón, tierras de la corona.


- ¿Crees que deberíamos hacer algo? ¿Impedir esta boda?

Daemon vio como su esposa se giraba para mirarle, con su hijo en brazos. Esta parecía cansada -y era normal, aquellos días Rhaegar no es que hubiera conseguido dormir bien, y ella se empeñaba a cuidar del único hijo que había tenido ella sola, pese a que muchas veces él y Alicent le habían ido a ayudar. Sin embargo, ella negó con la cabeza. Era la primera vez, que no quería ayudar a su hermano Viserys. Y eso, sorprendió mucho al príncipe canalla, que se quedó mirándola desde su posición.

- Viserys se lo ha buscado solo. Por querer meter su polla entre las piernas de la primera que le pusieron delante. Hubiera sido Alicent, hubiera sido Laena, hubiera sido cualquiera - Empezó a explicarle, mientras suspiraba, dejando a Rhaegar a una de las sirvientas. - Viserys lleva obsesionado con sus sueños desde que casi se casó con Aemma. Los culpables de esto, claro estaba, siempre fueron los abuelos. Y no me lo niegues - le dijo, levantando la mano al observar que Daemon iba a replicarle. - Todo con esta obsesión de tener herederos. Con esta obsesión de seguir teniendo el trono de hierro. Pero, a fin de cuentas, solo sois hombres y podéis hacer lo que queráis, solo con ser hombres podéis tener bastardos, heredar tierras. Nosotras no tenemos ni eso. Tenemos que escudarnos en los hombres. Y sobrevivir.

Daemon se quedó en silencio, mientras la rubia se movía levemente en la habitación que ellos compartían, moviendo levemente el cuello, en busca de un poco de tranquilidad. Este movió la cabeza, haciendo que la sirvienta hiciera una reverencia y se marchara con el joven príncipe. Luego, el príncipe canalla se movió hacia Daenera, abrazándola por detrás y dándole un beso en la coronilla, casi como en compensación del cansancio que sentía, de todo lo que estaba pasando -la maternidad, a fin de cuentas. También era cierto, que ella siempre era la que planificaba todas los planes, gracias a ella, habían salido vivos del juego de tronos.

Y lo que les quedaba.

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Desembarco del rey, tierras de la corona.

Daemon no se lo podía creer. Su hermano no era precisamente un santo, pero no podía creerse que hubiera caído en garras de una mujer que se le había abierto de piernas. No era específicamente una persona de esa forma, y más, con lo mucho que había amado a su no tan reciente fallecida esposa, Aemma. Pero ahí estaban los tres. En una celebración de boda.

Shanea de Lys era una mujer joven, capaz de darle el heredero que esperaba su hermano desde que había tenido memoria. Cabello blanco, ojos azules, buen porte. Si hubiera sido con otras intenciones, tal vez Daenaera y él la hubieran escogido como amantes. Pero ese no era el caso. Ahora debían buscar una manera de poder casarse pronto con Alicent y convencer al rey sobre esa guerra en los peldaños de piedra. Tenía ganas de hacer un buen 'Dracarys' a esos capullos por no dárselo a su hermano, que lo quería mucho, pero estaba a nada de pegarle un puñetazo. No estaba feliz. Estaba cumpliendo porque había hecho algo irreparable - Bueno, irreparable, un bastardo tampoco es que fuera para tanto - según él. Es que estaba a nada de sacar fuego oscuro.

- ¿Dónde está Alicent? - preguntó el príncipe a su hermana-esposa, mientras esta movía la cabeza.

- Se está terminando de arreglar. Quiere sorprendernos, o eso dice - la mujer cogió un trago de su vino, mientras seguía viendo como la gente agasajaba a la pareja de recién casados. Iba a vomitar, pensó Daemon en aquel momento.

𝘓𝘢 𝘤𝘢𝘯𝘤𝘪𝘰𝘯 𝘥𝘦 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora