Seventeen;

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113 d.C
Rocadragón, tierras de la corona

Alicent observó en silencio como Daenaera paseaba sola por la playa. Parecía que estaba en sus pensamientos y lo último que quería era estar acompañada. La joven suspiró, mientras pensaba en como poder ayudarla. Sus estados de tristeza parecía que no iban a acabar.

Sabía que un factor importante era que tener a su familia separada, es decir, Rhaenyra enfadada, el rey cayendo en la trampa de los Celtigar y su esposo en la guerra, no ayudaba nada en absoluto. Alicent se mordisqueó los dedos, en un intento de poder entender todo lo que estaba pasando. Era demasiado joven aún para poder entenderlo todo, solamente tenía seis y diez. Pero la joven princesa consorte entendía que ellos se habían desposado con ella en un intento de que no hubiera caído en las garras del rey y del juego de su padre. 

— Princesa, una carta del príncipe Daemon — Habló el maestre Tariq, distrayendo sus pensamientos. — y dos cartas más.
— ¿De Antigua? — preguntó la pelirroja, mientras se giraba a mirarlo.
— Una si. La otra no tiene remitente, princesa.

Aquello la extrañó, cogiendo las dos misivas en silencio. Abrió la de su esposo primero. La animaba y daba consejos de cómo tratar a Daenaera en aquellas etapas difíciles. Luego, abrió la de antigua. Eran libros que ella había pedido expresamente. Luego, se quedó mirando la de sin remitente.

Los Hightower eran conocidos por muchas cosas, además de su devoción por la fe de los siete. No lo tenía en claro, pero seguramente su padre tenía mucho que ver en la muerte de la reina Aemma. Hizo un suspiro, mientras escuchaba un rugido en la distancia.

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Rhaenyra estaba triste por la partida de Ser Rhaegor. Lo sabía bien. Había sido su amiga de la infancia y conocía los pequeños detalles de la ahora heredera al trono. Sin embargo, se mantenía fuerte.

— ¿Crees que la reina ha hecho algún hechizo? — le preguntó a su esposa mientras ella seguía haciendo algunas cosas para distraerse la mente.
— No. Tiene que ver con la sangre de la madre de ambos. Mysaria está en ello.
— Oh. — Daenaera se giró a mirarla.
— Los Targaryen venimos de la antigua Valyria, pero a fin de cuentas, éramos una casa pequeña, al igual que los Velaryon o los Celtigar. Habían más casas grandes que se preservaron a la caída, pero han ido muriendo con el tiempo. Los Targaryen seguimos vivos, pero muchos desean ver nuestra extinción.
— ¿Te refieres a mí familia?

Daenaera movió la cabeza, mientras Alicent suspiraba y no decia nada más. Siempre iba a haber algo que los separaba de ambos. Lo sabía bien. Qué tu padre hubiese sido la mano del rey que siempre había intentando conspirar contra ellos daba muchas cartas a que no pudiera hacer nada.

— ¿Has leído tu carta sin remitente? — la voz de la princesa la distrajo de sus pensamientos.
— Eh... No.
— ¿A qué esperas?
— Lo dices como si supiera quien es.
— Tal vez.

Alicent frunció el ceño, mientras el silencio de la habitación hablaba con señales.

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Mi querida hermana,

Espero que estés bien. Seguramente esta carta te tome de sorpresa, como a mí cuando me enteré de tu existencia.

Me presento: soy Khaelar, y compartimos la misma madre, Saera. Tienes dos hermanas más, Milaera y Feinera. Vivimos en Lys desde hace bastantes años, y nuestra madre también. Nuestra madre no es que sea muy afectiva con nosotros, vivimos bastante distanciados con ella. Es muy complicado de explicar.

𝘓𝘢 𝘤𝘢𝘯𝘤𝘪𝘰𝘯 𝘥𝘦 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora