II.

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Collin, Ronan al habla.

Pues hoy tuve dos curiosidades. La primera: me resultaba interesante la música. Robé los audífonos de Shirley en la tarde y escuché música, siempre lo estoy haciendo. Sabía cómo se creaba la música, las melodías, el ritmo. Sabía todo sobre ella. ¿Pero cómo resultaba impactar en los sentimientos? El día que no escuche música, creo que vendrá otro Jesús, porque la música es mi base, es mi soporte.

Y no importa mucho que la música sea deprimente, alegre, bailable, llorable, nada de eso. Solo me bastaba escuchar algo para sentirme vivo, como si le devolviera el color rojizo a mis mejillas, es como si me devolviera a la vida.

La segunda cosa es el pan. En Lourdes, el pan es un alimento esencial, pero últimamente estoy teniéndole asco. Tiene una textura tan extraña que incluso su olor me parece algo despectivo, a pesar de ser el favorito de muchos, si no es que todos.

Hoy es sábado, así que no sé muy bien que cosas me podrían pasar hoy, pero tenía planeado no salir de casa hoy. Tal vez pintar las paredes de mi cuarto otra vez, me aburre tener el mismo color siempre, pero a Shirley a veces le molestaba que las pintara cada dos o tres semanas, ¿pero y qué? Es lo mismo, además solo pinto las dos pares que tocan mi cama.

Ya terminé de quejarme gramaticalmente, nos vemos luego.

Se despide, Roni.

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Puedo decir que lo mejor del arte es la discreción que hay en ella. Solo el artista sabe si revelar o no aquello que su mente guardó y expresó con colores, melodías, texturas o pasos.

Lo mejor de mi arte es que nadie sabe lo que siento cuando bailo, cuando canto, pinto o lloro, solo se limitan a ver y a escuchar, mas nunca se atreven a sentir.

Cerré el diario y doblándome en la cama, saqué una caja que había debajo de esta para guardar el cuaderno allí junto con mis escritos y libretos.

Tengo la manía de guardar tanto mis cosas que incluso olvido donde las guardé, pero prefiero que yo mismo las olvide y se pierdan a que alguien más las encuentre.

Y no solo estoy hablando de mis materiales.

Me levanté de mi cama y me puse zapatos antes de irme de mi cuarto. Escuché murmullos, risas y más murmullos provenientes de la cocina, entonces, cuando bajé las escaleras, encontré a Darren, Ammy y Elio en el comedor.

Darren era uno de mis mejores amigos. Su apodo era Blue, todos los llamaban así, tenía los ojos de un color miel tan claro que parecían dorados, y su cabello negro era el favorito de una estilista, estoy seguro de ello. Me dedicó una sonrisa al verme y volvió a su labor cocinando unos omelettes.

—¡Buenos días Ronan! —gritó Ammy al darse cuenta de mí.

—No hace falta gritar, Am. —le dijo Elio a ella.

Ammy era la hermana menor de Elio y tenía once años, su hermano le llevaba dos. Ambos eran castaños y tenían la piel como si fuera bronceada y ojos entre marrones y verdes, no lo sé. Elio y Darren eran los encargados de escenario, casi siempre los veía arreglando las luces y haciendo cosas raras con botones raros que, según Shirley, con ellos se manipulan los sonidos, los micrófonos, entre otras cosas.

—Buenos días a todos —los saludé finalmente y acercándome a ellos, tomé una silla del comedor junto a Ammy—, ¿cómo están?

—Hambrienta. ¡Blue no termina de hacer las tortillas! —chilla la niña desesperada.

Yo me reí y le despeiné el cabello, volteando a ver a Darren. La cocina no era la más grande de todas, pero era muy acogedora. Desde donde estoy sentado podía tocarle la espalda a Darren.

The Blue Shore Donde viven las historias. Descúbrelo ahora