Shirley Morel
Medir el tiempo no era mi fuerte a decir verdad. Podían pasar horas y si estoy bailando se sentirían como segundos. Mis días pasan rápidos y no le hacía justicia a todo lo que experimento en ellos. Odiaba eso.
Cuando era pequeño, jugaba con mis amigas, ellas tenían muchas muñecas y yo solo dos, y aunque ellas me prestaran las suyas, sabía que nunca iban a ser mías. Odiaba eso.
Empecé a jugar volleyball en el colegio, estuve en el equipo, lo amaba. Fui de los mejores, hasta que mis padres me sacaron del colegio, perdí a mis amigas y ellas ya no iban a jugar a mi casa. Odiaba eso.
Con el tiempo me comparaba con los chicos y las chicas. No sabía en dónde encajar. Me sentía deforme, algo no iba bien. Me di cuenta que mi cuerpo no era el mejor y cada día me torturaba con eso. Odiaba eso.
Me empecé a odiar a mí también. ¿Por qué no? Si ya detestaba cada simple detalle de mi vida. Dejé de notar cada simple detalle. Dejé de notar mi vida.
Odiaba cuando Ronan lloraba, siempre lo hacía, me hacía llorar a mí también porque mamá siempre gritaba «Cállate, ¿es que no dejas de llorar? Ya eres un niño grande». Ronan tenía seis años. No era un "niño grande". Con el tiempo me di cuenta que Ronan jamás iba a ser un "niño grande".
Odiaba cuando Ronan lloraba, porque Raven siempre se frustraba, por eso yo no lloraba frente a ella. Me hacía una trenza en el cabello, usaba la ropa que a ella le gustaba y me portaba bien. Entonces, todo indica a que las lágrimas de Ronan fueron las que espantaron a mi madre. Ella lo odiaba. Creo que con el tiempo también empezó a odiarme a mí, y creo que ya odiaba a mi padre. Odiaba a nuestra familia, pero yo no la podía culpar. Amábamos odiarnos. Y por más que traté, ella solo se fue.
Me llamaba todas las semanas, casi todos los días. Me di cuenta que ella no me odiaba, o tal vez solo odiaba tener que cuidarme, y tal vez no vuelva a odiarme hasta que se diera cuenta que ya no uso el nombre que ella me puso al nacer. Por eso, yo no siempre le contestaba las llamadas. No siempre quería escuchar su voz por el teléfono: «Alena, mi niña. ¿Cómo estás?». Tenía mil respuestas para darle, lo puedo jurar, pero solo le decía una mentira: «estoy bien mamá, te extraño». Estoy seguro de que alguna parte de mi cerebro me hacía decir eso.
Ronan estaba durmiendo. Creo que es la mejor parte de mi día. Cuando tu hijo duerme y estás en paz porque nada lo va a perturbar, y eso no te perturbará a ti.
Hace mucho dejé de ver a Ronan como un hermano. Era más como mi hijo. Mientras mis amigas jugaban con muñecas y arrullaban a un bebé de juguete entre sus brazos, yo tuve a Ronan. No era lo mismo un bebé de verdad con uno de juguete, aunque tuvieras la misma rutina con ambos, lo entendí a los once años. Mis amigas tal vez aún no lo entiendan. La única que lo hizo fue Jolie.
Resulta que un niño de seis años necesitaba a su madre, y mi papá no tenía amor suficiente para sus hijos, su hogar y su trabajo. Eligió entregarse a su trabajo y olvidarse de lo demás. Yo elegí entregarme a mi hermanito y por más que quise, no pude olvidarme de lo demás.
—En Canadá hay un teatro, se llama Sundown, podríamos escapar y trabajar allá —me sugirió Jolie.
—No sé hablar el inglés muy fluido —dejé de hacerlo cuando mis amigos gringos dejaron de hablarme. Murieron.
—El francés es el segundo idioma allá. Nos las arreglaremos.
En el teatro no había nadie más que yo y la luz de una lámpara de queroseno, no había electricidad, y viendo la oscuridad que la luz no podía eliminar —la cual era mucha— sería un buen momento para que un zombie me mate. Necesito que alguien me mate ya.
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The Blue Shore
Teen FictionEsta es la historia que hay detrás en un teatro llamado Luciole. En el teatro siempre hay telones que ocultaban hechos y Ronan sabía que al abrirlos expondrá sus horrores. Su puerta se mantuvo cerrada y su llave se extravió por tantas vidas que temi...