IV.

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Querido Collin

Me quiero pintar la cara con pegamento industrial y arrancarme la piel después.

Hoy tengo una palabra en la cabeza: «tragedia».

La tragedia para mí es de color rojo vino. No tiene forma, como si tiraras un bote de pintura de color rojo vino al suelo desde el techo de un edificio. Y con esa misma fuerza, solo imagina que le cayera esa pintura desde lo alto a alguien en la cabeza. Y no estoy hablando de una lata de pintura, hablo de un gran bote de pintura. Auch. Eso sí sería una tragedia.

Otra tragedia por la que estoy pasando: hoy tengo mucha hambre. Pero es domingo, los domingos no cocinan aquí, entonces me iré a la calle con Shirley. Él ahora estaba maquillándose. Cuando sea más grande dijo que me enseñaría a maquillarme como él, era simplemente magnífico.

Shirley dice que no sabe dibujar ni pintar como yo, pero es lo mismo que hace cuando se pinta la cara como mimo. Base blanca, sombra de ojos negra, unos triángulos en su párpado y labial negro. Así está ahora, junto con su misma ropa: camisa rayada blanco y negro con cuello alto, pantalones negros con tirantes negros y botas negras.

A veces pienso que a Shirley le gusta mucho el negro.

Pero algo me parece triste, y es que Shirley es un chico en blanco y negro. Hay muchas cosas que no sé de él y tal vez yo no sepa porque soy seis años más pequeño que él. Sé que me cuidó desde que tenía doce años, le arruiné su infancia, al igual que nuestra madre al abandonarnos, por alguna razón siempre encuentra cómo gritármelo cada vez que se enoja conmigo.

Ya nos iremos, te voy a dejar escondido en la caja de cucherías de Shirley, porque papá nunca revisa ahí.

Se despide, Ronan Morel.

Pd: Recuérdame hacerme un seudónimo; imagíname, siendo recordado por ser un artista que parezca que tuvo una mente misteriosa cuando lean este diario cuando yo me muera. No sé cómo me recordarías esto al ser un simple diario, pero ya encontraré la forma.

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Cerré mi diario para esconderlo en la caja de chucherías de Shirley como lo había planeado y me puse de pie para ir hacia mi hermano.

Me he dado cuenta que las personas son maquiavélicas, pero luego se me pasa porque vivimos en un mundo totalmente maquiavélico, ese es mi segundo pensamiento de hoy.

—Pásame esos guantes de ahí —me señaló unos guantes blancos que estaban en la caja y corrí hacia ellos para devolvérselos—. Ronan, ponte los zapatos.

Eran las seis de la mañana, hacía frío y yo solo quería estar con mis medias, recolectando con ellas todo el polvo que había en el camerino de Shirley.

Tenía puesto al menos cinco collares de perla y una gorra que luego mi hermano me hizo quitar, pero a causa de que le supliqué mucho, me regaló solo la gorra, que era negra (sorprendentemente) y según él solo me la dio porque me quedaba bien y resaltaba mi cabello rojo y mis ojos verdosos.

Cuando Shirley terminó de maquillarse, parecía irreconocible, imposible saber si se trataba de un hombre o una mujer. Era lo más curioso de él, y creo que era lo que más me gustaba. Las personas en la calle no sabían si decirle joven o jovencita, y él se divertía con eso.

—¿Ya nos vamos?

—Ya nos vamos —asintió.

Se puso de pie, haciéndome tener que levantar la cabeza para mirarlo.

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