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Darme cuenta que estaba enamorado de Jungkook fue uno de los momentos más duros de mi adolescencia. Quizás porque fue en el escenario menos esperado, y también porque lo que siguió al descubrimiento no fue muy agradable.

Para ese momento teníamos quince años. Éramos dos adolescentes con las ideas revueltas y apenas estábamos comprendiendo todos los cambios que estaban ocurriendo en nuestra vida.

Ese día Jungkook jugaba con el equipo de volleyball. Él era el capitán y yo amaba ir a los partidos para apoyarlo.

Nuestra vida y amistad ya había cambiado bastante, no solo por los límites que nos habían impuesto nuestros padres, sino también por algunas cosas que nosotros mismos causamos.

No estábamos muy felices de que la gente nos estuviera emparejando constantemente, o, al menos, él no lo estaba. 

Una de esas tantas cosas que habían cambiado era la cantidad de tiempo que yo pasaba junto a «nuestro» grupo de amigos. Al ser un omega, Jungkook me repetía de manera insistente que debía asociarme con lobos de mi mismo género.

«Los alfas somos brutos y tontos, tú no eres así y debes buscar amigos que te hagan sentir cómodo. Ya sabes, estar entre los tuyos».

Al principio no lo entendía, sentía que me estaba rechazando por ser diferente. Con el tiempo me di cuenta de que era verdad que los alfas eran idiotas, y él era el claro ejemplo de ello.

Fue ahí cuando comencé a buscar mis propios amigos, quienes, casualmente —y no porque yo los haya ayudado—, terminaron en pareja con muchos de los amigos de Jungkook. Los únicos que quedaban solteros eran Mingyu, Jungkook y yo.

Ese día, todos habíamos quedado en apoyar a los chicos, así que éramos cuatro omegas en la tribuna apoyando al equipo del instituto. 

Jungkook estaba dando todo de sí mismo, tal y como siempre lo hacía. Una de sus características más distintivas era su talento para hacer absolutamente todo bien y más cuando se trataba de los deportes. Era increíble y eso él lo sabía.

Su equipo iba ganando y estaban a tan solo unos minutos de ganar, pero, para asegurarse de la victoria, dio un salto e hizo un remate que les permitió tomar una ventaja de tres puntos.

Lo primero que hizo fue girarse hacia la tribuna en la que estábamos y levantar sus brazos festejando. Me buscó con la mirada y, al encontrarme, me sacó la lengua.

Le puse los ojos en blanco, pero de manera inconsciente tenía una sonrisa en mi rostro. Antes del partido, en broma le dije que iban a perder y él se lo había tomado a pecho. Por cada punto que anotaban, me miraba y me hacía gestos para decirme «no soy un perdedor».

Eso me encantaba de él.

Seungkwan, uno de mis amigos, suspiró a mi lado.

—Te está dedicando todos sus puntos —murmuró encantado—. Él mío un solo punto y ni siquiera me miró. Ah, ese idiota…

Solté una risa y Joy se inclinó un poco para mirar al rubio.

—Al menos metió un punto, él mío está en la banca. —Me dió un pequeño empujón con sus caderas—. ¿Sabes quién más te mira cuando están por festejar?

—¿Quién? —pregunté, confundido.

—Mingyu. —Sonrió con emoción—. Él está tan enamorado de ti. Debes salir con él, Jiminie. Es tan dulce, estoy segura de que harán una pareja hermosa.

☀️ Un verano junto a ti [ km ] #UVJATDonde viven las historias. Descúbrelo ahora