20. Filosa por las mañanas

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Miré mi reloj. Eran apenas las siete y media de la mañana. En el lado de Astrid había una toalla cuidadosamente doblada y sobre esta, una nota que decía: «Estoy nadando, te dejo esto por si quieres venir a acompañarme». Al abrir el primer doblez de la toalla, me encontré con un traje de baño de dos piezas.

Tragué saliva con dificultad. Esa invitación le estaba dando rienda suelta a mi imaginación. «A estas alturas, si Astrid respira, tú asumes que quiere casarse contigo», reclamó la voz de mi interior.

Me desnudé en dos segundos y me puse el traje de baño. Tomé la botella de agua y la toalla antes de salir de la tienda de acampar. Me enjuagué la boca varias veces y me mojé la cara con el agua restante. Me sequé el rostro y me pasé los dedos entre el cabello para intentar domarlo un poco, antes de atarlo en una coleta.

Luego me apresuré hacia la playa, intentando disimular mi prisa, fingiéndome serena y elegante. Astrid estaba nadando, pero se detuvo en cuanto me vio aparecer. Levantó la mano para decirme «hola» desde la distancia.

Me interné en el mar y nadé hacia donde estaba.

—Buenos días —dijo, con un tono extremadamente relajado.

—Buenos días —respondí—. ¿Hace mucho que te despertaste?

—Como media hora; el mar me estaba llamando.

Mi expresión de incredulidad le hizo fruncir el ceño.

—¿Qué? —preguntó, sonriendo.

—No soy particularmente afecta al mar de Yucatán —respondí—. Estas aguas turbias y opacas no pueden compararse con la belleza de las de Quintana Roo.

—Uy, por las mañanas te pones filosa, mi reina —Se burló.

—Es la puritita verdad —Me defendí—. No es mi intención ser innecesariamente despectiva con estas playas, pero... —Abrí los brazos para señalar el color del mar como evidencia de mis palabras.

Astrid se rió, negando con la cabeza.

—Pensé que ya habías superado esa etapa de absolutismos —dijo, negando con la cabeza.

—Esto es diferente al asunto de mis gustos —reclamé—. Aquí estamos hablando de hechos irrefutables.

—Es exactamente lo mismo —respondió—, porque aunque esta playa no sea transparente ni tan bella como las de Quintana roo, es la que está a tu disposición en este instante y es tu decisión disfrutarla o no —Encogió los hombros.

No respondí, estaba desmenuzando sus palabras; analizando que por muy turbias y opacas que fueran las aguas en las que nos encontrábamos, eran las que me estaban regalando la oportunidad de verla en traje de baño y deleitarme mirando su cuerpo.

En lugar de criticarlas, debía estar agradecida con ellas.

—¿Y sabes qué más? —La expresión en el rostro de Astrid estaba cargada de malicia—. Aunque no sea tan bonita, de todos modos puede hacer lo mismo que hacen las playas de Cancún.

Entonces procedió a lanzarme agua a la cara con sus manos. Haciendo uso de movimientos rápidos, Astrid me salpicaba el rostro repetidamente. Levanté los brazos, intentando cubrirme de sus ataques, pero no me sirvió de nada.

Astrid reía a carcajadas.

Con los ojos y la boca cerrados, decidí que la mejor defensa sería el ataque, así que comencé a salpicarla a ella con ráfagas más rápidas que las suyas. En respuesta a mi contraataque, Astrid comenzó a acercarse a mí hasta que logró atrapar mis muñecas. Yo, por supuesto, no pensaba dejarme vencer sin intentar escapar para retomar mi bombardeo.

Mudémonos a MercurioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora