- ¿Qué hacéis todavía despiertos? – escuché a John en la habitación de los niños y decidí asomarme.
- No estamos cansados – replicó Dean.
- Podríais contarnos un cuento – dijo Sam.
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- Juraría que la última vez me dijisteis que ya erais demasiado mayores para cuentos – me añadí a la conversación.
- Hemos cambiado de idea.
- Está bien, pero solo si os metéis en la cama.
Corrieron hacia ellas y se metieron debajo de las sábanas. Con una sonrisa me senté en la cama de Sam. Empecé a contarles una historia sobre criaturas sobrenaturales y cazadores. Ellos me miraban con los ojos brillantes y por la sonrisa de John supe que había reconocido la historia de uno de nuestros primeros encuentros. Cuando terminé, Sam ya se había dormido. Le acaricié la mejilla y le di un beso en la frente. Luego me pasé a la cama de Dean.
- Oye mamá, te quiero.
- Yo te quiero más aún.
Le di a él otro beso en la frente y salí de la habitación. John les dio las buenas noches, apagó las luces y cerró la puerta.
Los dos fuimos al salón y nos dejamos caer en el sofá. Él pasó un brazo por mis hombros y me apoyé en él.
- ¿Echas de menos esa vida? – me preguntó.
- A veces.
- ¿Volverías a ella?
- Si estuviéramos tú y yo solos lo haría sin pensarlo. Pero ahora, pensar en que algo malo les pudiera pasar, o a nosotros, y que tuvieran que criarse sin padres, se me hace un nudo en el estómago.
- Lo sé, me pasa lo mismo.
Le acaricié la barba, él se inclinó y me besó. Me cogió de la cintura y me guió hasta que estuve sobre sus piernas sin separar nuestras bocas en ningún momento. Nos besamos como adolescentes, sin dejar tiempo ni para respirar.
- Te quiero – susurré mirándole a los ojos.
- No tanto como yo a ti – me pasó una mano por el pelo - ¿Vamos a dormir? Ha sido un día largo.
Asentí. Pero ninguno se movió del sofá. Nos acostamos ahí, John nos cubrió con una manta y antes de darnos cuenta los dos caímos dormidos.
