Día 4: "En una cita"

532 45 22
                                    

Desde lo más alto del rascacielos de la Port Mafia, la ciudad portuaria de Yokohama era observada por unos fríos ojos que no mostraba sentimiento alguno, cuyo dueño se mantenía con firmeza de pie frente al gran ventanal y sus manos entrelazadas en su espalda. El silencio tan monótono de su oficina lo abrumaba, sólo incrementaba su tentación de saltar desde allí al vacío. Sin embargo, luego de asesinar a su jefe y tutor, ahora debía hacerse cargo de toda la organización. De no haber sido por unos golpes en la puerta, estaría estático en ese lugar por varios minutos más.

—Tiene mi permiso para acceder.— Autorizó luego de soltar un bufido. Sólo tuvo que escuchar los pasos de la segunda persona para poder identificar de quién se trataba. —Oh, sólo eres tú.

—¿Cómo que sólo soy yo?— Cuestionó Chuuya con indignación. —No te hagas el idiota cuando ya van tres amenazas en lo que va de la semana, Dazai.

Se volteó sobre sus talones para dirigirse al ejecutivo de forma directa.

—Yo les di una orden.— Le recordó con simpleza. Sus piernas ya las sentía cansadas, asique decidió tomar asiento tras su escritorio.

—¡Tu orden de mierda no sirve para nada!— Nakahara alzó la voz, exaltado. —¡Podríamos ser atacados en cualquier momento! ¡Sus movimientos parecen ser impredecibles! ¡Necesitamos la habilidad de Oda!

El ceño del castaño se frunció con seriedad. Su aura se volvió pesada, casi mortal. Era capaz de obligar a cualquier persona a suplicar por su vida tan sólo con aquella mirada, más no producía ese efecto en el pelirrojo, quien parecía devolvérsela con rabia.

—Odasaku es un miembro importante para una misión tan irrelevante.— Contestó.

—¡No digas idioteces, Dazai!— Chuuya estaba haciendo un esfuerzo de los mil dioses para contenerse y no romperle la cara en ese instante. —¡La Port Mafia está en peligro y tú no quieres mover el culo, maldita sea!

Dazai suspiró con hastío, recargando la mejilla derecha sobre su mano. Hacía varios días que estaba lidiando con las amenazas recibidas, moviendo peones en el tablero cuadriculado de ese letal juego de ajedrez. Sus ojeras eran una clara evidencia del insomnio que no lo dejaba en paz. Deseaba descansar en un elegante ataúd a seis metros bajo tierra, más por culpa de una sola razón persistía con vida.

—Ya puedes retirarte, Chuuya.— Optó por ignorar los insultos de su anterior compañero.

—¡Bien, me voy!— A pisoteadas, el susodicho volvió sobre sus pasos. Antes de salir por completo del lugar, se dio la vuelta para agregar: —Encárgate tú de las cosas de una vez por todas.

Nuevamente a solas, abrazó sus piernas contra su pecho y tomó uno de sus bolígrafos para trazar garabatos aleatorios en una hoja que ya no servía. Su agotada mente esta vez no le permitió escuchar el acceso de otra persona. No había notado su presencia hasta sentir sus manos posarse en ambos hombros, proporcionándole suaves masajes.

—No te ves nada bien, jefe.— Le dijo con sinceridad. Acto seguido, besó la coronilla de su cabeza.

—Estoy a punto de saltar desde la azotea.— Cerró sus ojos disfrutando de sus acciones que relajaba toda la tensión de su ser.

El otro se permitió reír.

—No te voy a dejar.— Movió sus manos a la silla y la giró para que el castaño quedase frente a él. Fue entonces, cuando esos fríos y cansados ojos avellanas se conectaron con los azulados. —¿Por qué no te vas de aquí a dormir? Te quiero lúcido para esta noche.

—¿Qué hay esta noche?— Tal y como un infante en horas de la siesta, Osamu estiró sus brazos hacia arriba y bostezó.

—Tendremos una cita.— Asintió decidido. —Y me niego a aceptar un "no" como respuesta.

30 days challenge | OdazaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora