II

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—¿Qué te parece?–mi padre preguntó–¿Linda para pasar fin de año?
—Prefería pasarlo en Alemania con los abuelos–me encogí de hombros–pero bueno.
—Vamos, Em, iremos el próximo verano a verlos.
—He escuchado esa promesa desde que llegamos a Ontario–la miré–y no me llames Em, sabes que no me gusta.

Mis padres habían rentado una casa en Miami para pasar fin de año,

A punto de ser 2014, yo seguía renegando de todo lo que se me pusiera al frente que no tuvuera que ver con Alemania. Echaba de menos a mis abuelos.

Y siempre había querido volver, deseando que Mick estuviera ahí, esperando por mi.

Pero, ¿él aún me recordaría?

Mientras pensaba en eso, tocaba la que ahora era una pulsera con la mitad de un dije descolorido y una letra remarcada con marcador indeleble.

Una noche antes de la víspera de año nuevo, mi mamá encendió el televisor de la cocina mientras preparaba la cena.
Yo estaba concentrada en mi libro hasta que un nombre me hizo salir de mis pensamientos.

—Así es, Lily–la reportera anunció–según los últimos reportes, el estado de salud del siete veces campeón, Michael Schumacher, es delicado y según Fuentes cercanas, no creen que sobreviva.

El silencio se hizo presente entre los tres, mi corazón dio un vuelco al escuchar eso.

—Michael Schumacher–un reportero continuó–se encontraba esquiando en Los alpes franceses junto a toda su familia cuando sufrió un terrible accidente que lo dejó en un estado demasiado critico, cabe mencionar que durante la ruta, lo acompañaba su hijo el heredero Mick Schumacher–dejé de respirar al escucharlo–a quien afortunadamente no le sucedió absolutamente nada.
—Una verdadera tragedia–la reportera volvió a hablar–hace poco anunciaba su retiro definitivo ahora sí y hoy se encuentra peleando entre la vida y la muerte...

Mi padre apagó la televisión sacándome del trance.

—Poco se me hace...
—Que mamá te haya engañado con él–me levanté de la silla con molestia–no significa que tienes que decir brutalidades como esa. Mick y Gina no tienen la culpa, permiso.-salí de la cocina.

Fui a la habitación y me metí debajo de las sabanas pero mi cabeza no dejaba de dar vueltas, pobre Mick, debía estarlo pasando fatal.

Los años volvieron a pasar, ya no era una niña, ahora era una adulta intentando buscarse la vida después de decidir tomar un año sabático y así encontrar su vocación en la vida pues la filosofía no era lo suyo.

—Promete que llamaras.-me abrazó otra vez.
—Que sí, mamá, solamente iré a ver a los abuelos es todo.-intenté sacarmela de encima.
—Lo siento, cariño pero después de tanto...
—Mamá–la paré–solo es el verano, no me voy toda la vida ¿Sí? Dile a papá que lo extrañaré, que lo veo a la vuelta.
—Le dije que tenía que venir pero ese trabajo...
   Los altavoces anunciaron mi vuelo.
—Vale, me tengo que ir, deja el drama ya mujer.-me reí.

Abordé el avión desde Ontario hasta a Londres y desde Londres hasta mi viejo pueblo.

Ahí me recibieron mis abuelos, lucían idénticos, parecía que el tiempo no pasaba sobre ellos.

—¿Y que tal de aquel lado del mundo?–preguntó mi abuelo desde el asiento del piloto–¿Aún no hay ningún valiente que quiera una hermosa novia alemana?
—Ni lo habrá, abu.-me reí.
—Alfons, la niña no piensa en esas cosas.-mi abuela me defendió.
—Debería, pronto me muero y no tuve bisnietos.
—No digas esas, cosas, viejo, sigues siendo el mismo roble de antes.-negué con la cabeza.
—Además, tienes más hijos...
—Sí, Matilde pero están repartidos por el mundo, solamente mi solecito es quién sigue acordándose de estos viejos.-noté la nostalgia en su hablar.
—Bueno basta ya, vine a que pasemos un verano increíble y con suerte me quedo acá para siempre–me reí–no para pensar esas cosas.

OCEAN EYES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora