XXI

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—Hola.-me abrazó.
—Hola, moco–acepté su abrazo–¿Me extrañaste?
—¿Sinceramente?–lo miré mal–demasiado.-se rió.
—Mas te vale.-lo sentencié.
—Andando, la abuela está desesperada por verte.
—Y yo por verla a ella.

Salimos del aeropuerto y subimos a la camioneta.

—Pensé que tu mascota vendría contigo.
—Hmm no, va a estar con su familia.
—Que bueno porque no le compré regalo.
—¿Puedes dejar de odiarlo un poquito?
—No lo odio–lo miré–solamente digamos que no es una persona de mi total agrado, es todo.
—Me rindo.-me reí.
—Ah y antes de que te tomé por sorpresa...
—¿Qué hiciste?
—Yo nada.-escuché la ofensa en su voz.
—¿Entonces?
—Zafiro va a ser papá.
—¿Qué?
   La incredulidad se apoderó de mí.
—Así como lo escuchas, vas a ser abuela.
—No puedo creerlo, mi bebé.-me derretí al imaginar un zafiro bebé.
—En un rato vendrán los veterinarios a ver a la yegua, será un embarazo largo pero se extiende la sangre pura.

Llegamos a casa por fin, estaba todo cubierto de nieve y se miraba precioso.

—¿Hola?–entré a la casa–¿Hay alguien?
—¡Bienvenida!
   La abuela me recibió junto a papá y... ¿María?
—Hola–saludé con sorpresa–abuela–la abracé tanto como pude–ah, mi abuela.
—Hola mi muñeca, bienvenida a casa.
—No tienes idea de cuánto te extrañé.-acaricié su cara.
—Hola, cariño.
—Hola, papá–le sonreí y lo abracé–hola, María.
—Hola.-me abrazó pero notaba la vergüenza en su ser.
—Te dije que no tendría problema en llamarte mamá, ¿Lo recuerdas?
—Emma.-mi papá se puso rojo como tómate.
—Yo decía.-me reí fuerte.

Toda la mañana la pasé con Luciano terminando de adornar el árbol de navidad, mientras la abuela, María y papá se encargaban de organizar la cena del día siguiente.

—Ese no va ahí.-lo regañé mientras terminaba de poner luces en la parte superior del gran árbol.
—¿Me quieres dejar poner mi galleta de jengibre donde a mí me de mi gana?
—Estorba a la esfera, ponlo en otro lugar.
—Lo voy a poner donde va la estrella si yo quiero, ¿Como ves?
—Atrévete y te parto el brazo...
—Que bonito el espíritu navideño, ¿No?–entró mi papá con dos tazas humeante–muy cálido y lleno de amabilidad.
—Tu hija que no me deja poner mi muñeco de galleta de jengibre...
—Tu muñeco de galleta de jengibre estorba a la esfera, ¿No entiendes?
—¿Por qué no tomamos chocolate caliente?
—Vamos a discutir esto más tarde.-me apuntó con el adorno.
   Le saqué la lengua.
—Y bueno, ¿Algo que deba saber?
—Yo iré con la abuela.
—No huyas, cobarde.
—Demasiado tarde.-se escapó.
—¿Qué?–se rió de los nervios–¿Qué quieres?
—¿Qué quiero? El chisme, papá, ¿Qué voy a querer? ¿Tú y María ya son novios?
—No–su cara parecía querer sangrar de lo roja que estaba–no sé cómo pedírselo.
—James, eres un hombre empresario, con dinero, que da pláticas a gente, con un divorcio y una hija... Hermosa por cierto ¿Y no sabes cómo pedirle a una chica que sea tu novia? Qué vergüenza.
—¿Qué se supone que haga? La última vez que lo pedí fue hace siglos...
—Oye, ¿Cómo que hace siglos? Hasta donde yo recuerdo tu ex ya estaba embarazada de mi y yo soy muy joven.
—Mi ex es tu mamá.-se rió.
—Sí pero omitamos eso, volviendo a lo importante, ¿Se va a quedar hasta año nuevo?–asintió–pideselo ese día a media noche, fuegos artificiales, media noche, año nuevo... Qué fantasía.
—Lo pensaré, ¿A ti cómo te fue?
—Muy bien, conocí a Santa.
—¿Conociste a quien?
—¿A Santa? Papá Noel, ¿No lo conoces?
—Claro que lo conozco, hasta que cumpliste diez fui yo.
—Me resulta insultante que te compares con él.

Le platiqué mi viaje con Mick a Abu Dhabi y Finlandia, me escuchó cada detalle con mucha atención.

—¿Pero no voy a ser abuelo?
—Papá–lo regañé–no, no lo serás.
—Supongo que no le llevaste mi carta a Santa.
—¡Qué fastidio!–me quejé riéndome–voy a buscar a Luciano, tenemos que ver a los caballos.

OCEAN EYES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora