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Sangre.

Todo está cubierto de sangre, enrojeciendo la tierra, dándole un aspecto terrorífico. No ayuda que los cuerpos desmembrados acompañen a la sangre.

Fue una matanza, no quedó nadie vivo. Aunque no sé si los muertos son del ejército enemigo o del mío. Creo que podrían ser de ambos. No estoy segura. Mis hombres no se dejarían matar, pero si los que nos enfrentaron fueron ellos, no tuvieron ninguna posibilidad.

Ellos pueden hacer cosas que mis hombres no pueden y es un hecho que me carcome día y noche.

Pero, ¿dónde estaba yo? No recuerdo pelear y no estoy cansada. Bajo la vista a mi cuerpo y observo mi aspecto; tengo la manga rota y hay un corte en mi hombro que ha manchado de sangre la tela, mis pantalones de pelea están andrajosos, como si me hubiese revolcado en la tierra, y mis zapatos están cubiertos de barro oscuro que apuesto está hecho con sangre. De mi mano derecha cuelga mi espada y de la izquierda mi daga preferida. Sí que batallé, el subir y bajar de mi pecho me lo confirma.

Sería una mentira decir si sé qué sucedió, las pruebas de la batalla están allí, tanto en mi ropa como en el campo de batalla.

Otra pregunta me sobreviene: ¿Dónde están ellos? No creo que hayan muerto también, no puedo ser la única sobreviviente.

Alzo la vista al cielo y me sorprendo al verlo rojo, como si reflejara la tierra bajo él. Esto solo puede hacerlo un psiquis o un natural. Han de estar jugando con mi mente o con el aspecto de la naturaleza, me niego a creer que ese es el verdadero aspecto del cielo.

Regreso la vista al suelo y empiezo a moverme, un pie delante del otro. Busco a alguien vivo, una persona que pueda decirme qué ocurrió, pero no hay más que partes de cuerpos. No hay nadie completo. Si fuese una simple mortal, estoy segura de que habría vertido mis entrañas al ver tanta sangre y pedazos de lo fueron personas. Sin embargo, no soy una simple mortal y he sido testigo de cosas peores a lo largo de mi extendida vida.

Al llegar a lo que parece la mitad del lugar, estoy empezando a impacientarme. No hay nadie vivo ni evidencias de lo ocurrido. Lo único que sé es que hubo una batalla y ninguno pudo salvarse.

Sigo con la pregunta: ¿Solo mi gente o ellos también han sido despedazados?

Mi desesperación aumenta, así como mi respiración ya agitada.

—¡¿Hay alguien vivo?! —grito a todo pulmón, pero sé, en el fondo de mi ser, que nadie responderá.

Ignoro mis instintos y sigo gritando, empezando a correr.

No sé por cuánto lo hago, tal vez horas o tal vez unos pocos minutos. A mí me parece que pasó una eternidad. La garganta me escuece, mis gritos han pasado a ser sollozos. No he logrado distinguir a nadie, aumentando mi tortura. No sé cuál de mis hombres murió y no quiero creer que fueron todos. Ellos son buenos en la batalla, no es la primera vez que se enfrentan a ellos, alguno tuvo que sobrevivir.

La Última Amazona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora