XI

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XI

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XI


Se puede decir que Miserie es una de las galantianas en general que mejor me cae, incluso mejor que Felipe y Flavian. Yo creía que también le caía bien a ella, por su forma de tratarme esta mañana estaba segura de que mi procedencia no le importaba.

Ahora creo que esta mujer me odia lo suficiente como para que el rey de Galantia me mate.

—No puedo usar eso, Miserie, es una cena con las familias reales.

—Ese montón de viejos decrépitos y mujeres estiradas necesitan algo sexy que ver para alegrarles la existencia.

Suelto un suspiro, llevándome una mano a la frente mientras la otra la dejo en mis caderas. Estoy desnuda, humectada con aceites de olor y negándome a ponerme el vestido que ella tiene en las manos.

Esta mañana fue divertido ponerme el vestido abierto a ambos lados de mis piernas, quería lucir bien cuando fuese a ver al maldito rey, pero este que me muestra es una cosa totalmente diferente, tanto por la ocasión como por la prenda en sí.

Es negro medianoche, con bodes color plata y piedras que forman lunas y estrellas en la falda. Dos telas cruzadas hacen la parte superior, dejando a la vista un escote en V y cayendo detrás de mi espalda como una capa hasta el suelo. Tiene un cinturón plateado al comienzo de mi cintura y la falda se extiende en volantes hasta abajo.

¿El problema?

No tiene solo una abertura, son muchas. Mostraré todo con solo caminar.

—¿Dónde conseguiste ese vestido, Miserie?

—La costurera real me lo dio como un obsequio para ti.

—Nadie de este reino me regalaría nada a mí, no me mientas.

Ella suelta un suspiro, dejando el vestido en el sillón a su lado.

—Tienes la firme creencia de que todos aquí te odiamos y no es así. Estamos muy agradecidos de que vinieras para ayudar a nuestro rey a buscar al rey perdido.

Podría hacer un intento para creerle, pero el odio de años arraigado en mí no se irá fácil. Con ella es fácil hacer a un lado lo que he creído durante toda mi vida, con otros no será así, ni siquiera ahora que sé que no todos ellos fueron los culpables de la muerte de mi pueblo.

—Hay mucho rencor acumulado desde el inicio de este mundo entre nuestros reinos, querida —murmuro, tocando con aire ausente la tela del vestido—, un acuerdo entre tu rey y yo no borrará un sentimiento acumulado a lo largo de los años.

Ella suspira inconforme, no está de acuerdo conmigo. No hace falta que lo esté, ninguna de nosotras tiene que cambiar su forma de pensar para llevarnos bien.

—El vestido... —dice, pero la interrumpo.

—Me lo pondré. —Suelto la tela y giro hacia ella, sonriendo por el bien de ambas—. Es hermoso y sería un crimen no usarlo en una ocasión tan especial.

La Última Amazona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora