XXIII

53 5 0
                                    

XXIII

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

XXIII


Medea tiene una especie de sótano en el que almacena sus artilugios, lugar que huele a hierbas y en el que amontona velas entre rojas, blancas y negras a medio usar. A Azai se le nota incómodo y de no ser porque conozco a la chica y porque sé que no hace brujería en contra de las personas a menos que tenga un motivo también estaría incómoda.

Sin embargo, ver las aves enjauladas a un lado de la habitación, observando como si supieran que tenemos secretos, me pone los pelos de punta. Van de aves pequeñas y tiernas a búhos y cuervos que chillan, pidiendo libertad.

—Lindas mascotas —arguye Azai sin dejar de mirar a las aves—. Tu amiga da miedo.

—No soy ni la mitad de atemorizante de lo que es Rea, créeme.

Me giro hacia Medea con una sonrisa en la cara. La he extrañado mucho en el tiempo que hemos estado separadas. Siempre viene bien tener junto a ti a una persona con un pensamiento parecido al tuyo. Tristán, aunque lo intenta, no se le parece. Puede deberse a que es un hombre o a que simplemente piensa de una forma diferente a nosotras por ser mortal, pero no es igual.

—No le he mostrado mi peor parte, cariño —bromeo y me devuelve la sonrisa antes de sentarse en la única silla del lugar.

—¿Van a decirme qué hacen aquí, y llevándose bien? Porque la última vez que lo comprobé, eran enemigos.

—Lo seguimos siendo —aclaro y juro que puedo escuchar a Azai rodar los ojos—, pero situaciones ajenas a nosotros nos han unido por un enemigo en común.

Cruza una pierna sobre la otra, acomodando la falda de su vestido. Medea parece escéptica, hay algo no acaba de cuadrar en esta historia.

—¿De qué enemigo hablan?

Me giro hacia Azai, cansada de dar tantos rodeos. Si queremos que nos acompañe sin rechistar, debemos ser sinceros con ella. No nos queda de otra. Y no es como si el tema de los listés fuese el secreto mejor guardado.

—Cuéntale lo que ha pasado con tu padre y mi madre. —Arquea una ceja ante mi tono, haciendo que ruede los ojos—. Si quieres que te lo pida de por favor, siéntate a esperar.

Deja ir una exhalación y adopta una expresión impertérrita. El ambiente se va tornando tenso con cada segundo que pasa y los tres lo notamos. Azai inicia la historia y Medea escucha atenta. Me lanza miradas cada vez que se menciona a mi madre y me mantengo lo mejor que puedo, tratando de no recordar ese día, pero es casi imposible. Mi escape de la tierra de las amazonas va a quedar grabado en mi mente con lujo de detalles por el resto de mi vida. Una maldición y una bendición, al menos tengo el recuerdo impregnado de mi madre la última vez que la vi, pero saber que tan solo unos minutos después murió y no pude hacer nada es lo que más me atormenta en esta vida.

La Última Amazona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora