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Mientras espero, paseo por la habitación, revisando cajones e inspeccionando el baño. Es igual de hermoso que el resto del lugar, y la bañera me encanta, incluso si tiene patas de león.

Hago una nota mental de tomar un baño antes de dormir para relajar los músculos y salgo del lugar, cerrando la puerta tras de mí.

Luego paso al armario. Tomo ambas puertas con mis manos y las abro de par en par, conteniendo la respiración al ver un montón de vestidos allí colgados. Todos son parecidos al que llevo puesto y quisiera hablar con Miserie para que me explique de dónde provienen estos. Aunque no me quejo, son bonitos y me encantaría llevarlos puestos todos los días.

Hay para todas las ocasiones. De fiesta, para el diario, camisones para dormir ‒que son bastante reveladores‒, y hasta pantalones. Me parece que voy a portar pantalones un par de días a la semana si es que decido quedarme.

Saco un vestido y lo examino. Es negro, vaporoso y con aberturas en ambas piernas. Es parecido al que cargo puesto, pero el diseño en la parte superior no es entrecruzado, es todo recto con un escote pronunciado. Perfecto para llevarlo puesto una chica de pechos pequeños como yo y no revelar nada.

La puerta se abre entonces y me vuelvo, viendo entrar a Trsitán, Felipe detrás de él.

—Volveré dentro de una hora o dos —avisa y luego masculla lo suficientemente alto como para que todos escuchemos—: Tengo mejores cosas que hacer que vigilarlos todo el día.

Cierra la puerta con un clic, dejándonos solos. Regreso el vestido al armario y lo cierro, girándome del todo hacia él.

Temía esta conversación. Confesar que has estado mintiendo no es fácil, incluso para una mentirosa y manipuladora como yo, y es peor cuando se trata de confesarse ante una persona que quieres.

Lo detallo. Tiene el pelo mojado y lleva puesto unos pantalones y una camisa blanca que le queda muy bien para no ser de él. Camina hacia la cama y se deja caer, rebotando por inercia. Lo sigo y me acuesto a su lado, al techo de madera que sostienen los postes.

—Sabes que las amazonas fueron exterminadas hace muchos años —inicio en un susurro, aun sin mirarlo—. Fuimos atacadas una noche y el pueblo entero murió.

—Lo sé.

—Ellas, incluyendo a mi madre, que era la reina en ese momento, me sacaron de allí. —Trago, los recuerdos de esa noche regresando a mí—. Hicieron que pasara a través de La Puerta de las Amazonas y me obligaron a cerrar el portal desde afuera.

Lo siento moverse, girando su cabeza hacia mí. Hago lo mismo, encontrándome con sus ojos.

—¿Por qué no salieron las demás contigo?

La Última Amazona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora