XII

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XII


Tal y como prometió Azai, Flavian viene a buscarnos temprano la siguiente mañana para llevarnos a entrenar. Tristán y yo estábamos levantados cuando el sol ni siquiera había dado sus primeras señales de vida, no había más que una claridad tenue en el cielo que avisaba que estaba amaneciendo. Sin embargo, Flavian no apareció hasta que las nubes ya estaban pintadas de naranja, anunciando que el sol estaba por aparecer en el cielo.

Ese tiempo que estuve esperando que el guardián de me impuso Azai –no soy tonta, sé que tienen la orden vigilarme– lo dedique a revolver el armario hasta encontrar un conjunto de cuero que es bastante flexible y me servirá para entrenar. Me gustaría contar con mi traje de guerrera, que me da la libertad requerida para moverme con agilidad, pero Miserie no lo ha traído.

Hago una nota mental para recordarle cuando la vea.

Tristán aparece en mi puerta con un conjunto igual al mío, pero de su talla, poco antes de que Flavian llegue, y aprovecho a hacerle un resumen de lo que ocurrió en la cena de anoche. Se queja de lo aburrido que fue y no me queda de otra que darle la razón. Creí que acabaría peleando con alguien nada más llegar. Qué aburridos y correctos estos galantianos.

Somos dirigidos a las afueras del palacio una vez Flavian viene por nosotros, en específico, a una edificación que tiene la pinta de un granero por fuera. Todo lo contrario por dentro; las paredes están cubiertas de pintura negra, los pisos están encerados y lustrados, y tienen todo un costado lleno de todo tipo de armas.

—Si no te vas a quedar, Flavian querido, ¿puedes decirle a Su Majestad que necesito mis armas y mi uniforme?

Él asiente, sonriendo de lado, y me parece demasiado joven.

—Eso haré.

Me pongo de frente a él, inclinando la cabeza con curiosidad.

—¿Cuántos años tienes?

Suelta una risita, negando con la cabeza.

—Más de lo que aparento.

Hace una inclinación que me pone los pelos de punta y se retira.

Camino hacia las armas, a donde están las espadas, y sopeso mis opciones. Hay una que otra que llama mi atención, pero son tan cutres. Han sido usadas por mucho tiempo, por lo que muestran las marcas de manos en las empuñaduras, y no quiero entrenar con armas desgastadas.

Pero no es como que tenga otra opción.

—Elige —ordeno a Tristán, aunque estoy segura de que elegirá la más grande.

Él es alto y fuerte y puede manejar bien las espadas grandes. Yo, en cambio, prefiero las espadas ligeras.

Tal y como pensé, agarra una de las grandes y comprueba el peso. Entonces niega.

La Última Amazona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora