XVIII

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XVIII


Me permito el resto del día para hacer lo que me plazca. Ya he dado a Miserie, Felipe y Flavian las instrucciones para que tengan todo listo, podría hacerlo yo misma pero no tengo ánimos para meter la cabeza en ello todavía. En su lugar, me dirijo con Tristán a la sala de entrenamientos y practico con la espada y combate cuerpo a cuerpo.

La mejor preparación a la hora de ir de excursión es estar bien entrenado y listo como si fueras a una batalla.

Aquí, peleando, olvido todo; el beso con el miserable rey de Galantia, el sueño y con mi madre y lo que ambas cosas me hacen sentir. Mi mente está despejada, solo me centro en mis movimientos. Casi hiero de gravedad a algunos de los que se ofrecen a enfrentarme, pero eso solo me indica lo involucrada que estoy en la pelea. Es una suerte tener una afición que me ayude a dejar de pensar, de no ser así ya me habría vuelto loca de atar.

Cuando sol cae y todos se han ido, incluido Tristán, me dejo caer en un banco y suelto el aire. Espero poder acabar con esta tarea lo más pronto posible, necesito encontrar al rey perdido y así matar a los que acabaron con la vida de mi pueblo. Solo así podré tener paz. Solo así podré vivir.

Un movimiento en la puerta me pone alerta y empuño la daga que acabo de dejar a un lado.

—Tranquila, princesa Amazona, baja el cuchillo. —Suelto el aire por la nariz, haciendo una mueca al ver a Samara allí—. Su Alteza te está buscando para cenar contigo.

Ruedo los ojos, dejando la daga a un lado.

—¿Qué pasa si me niego?

Ella se encoge de hombros.

—Probablemente el rey no tendrá una indigestión al comer en paz.

Tiene razón, aunque me pese dársela. Y yo tampoco tendré una indigestión si ceno en la comodidad de mi habitación. Pero no hay nada de divertido en eso.

—Dile a tu rey que iré a darme un baño y estaré en media hora con él.

Hay un tic casi imperceptible en su mandíbula, haciendo medianamente evidente que odia ser la mensajera entre su rey y yo.

—No lo hagas esperar mucho tiempo, es un monarca y debes respetarlo.

—Y yo soy una princesa, como ustedes no se cansan de decir, así que iré cuando yo quiera.

Me levanto y, a paso tranquilo, camino hacia las armas y pongo cada una de las que usé en su lugar. Un leve viento y el sonido de la puerta al cerrarse me hacen saber que se ha ido.

Lo único que me alegra de salir mañana en busca del rey perdido es que no la veré de nuevo, es una mujer molesta y me cae tan mal que no soporto su presencia aunque no me hable ni yo a ella. No entiendo el motivo, nunca he sentido este nivel de aversión por alguien que no me ha hecho nada digno de tomarle odio, y me gustaría saber el motivo.

La Última Amazona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora