LOS COLORES EN EL AGUA

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— Señorita, por favor — profirió el perito —Necesitamos saber lo que ocurrió.

La joven mujer con la mirada atormentada sacudió la cabeza en negación, sus labios empezaron a moverse:

Ya vinieron un par antes de usted, no me creyeron. Ni usted, ni nadie me creerá, aunque jurase por Dios y los santos que lo he de narrar a continuación sucedió; todavía llegan a mí temblores repentinos al recordarlo, en las noches mi descanso se turba con su recuerdo, con aquello que llegó desde el cielo; no obstante, repetiré los acontecimientos que se dieron esa noche, sea que mi relato los convenza o no, nunca me dejaría la conciencia tranquila si no les advirtiese de lo que ahora ronda por las aguas. Espero que nadie más presencie semejante espectáculo mórbido y obsceno que se desarrolló aquella noche de abril, y sufra los destinos trágicos y funestos de quienes corrieron con peor suerte que la mía, o ¿será que yo, quien lo recuerda y gimotea en las noches infelizmente, la que corrió peor suerte que aquellos que ya no están con nosotros?

Se que les suena a un parloteo incoherente y sobreactuado, más no puedo describirlo de otra forma, así que escúchenme con atención.

Había culminado un día de trabajo especialmente agotador en la Unidad Educativa Eloy Alfaro, donde cumplo como profesora de historia para los chicos de segundo de bachillerato. Fui sorprendida por mi hermana cuando llegué a casa, una adolescente de quince años, me pidió que la llevase a la feria que se había establecido a las afueras de la ciudad cerca de la Playa Ballenita, a cinco kilómetros de Santa Elena, en un lote municipal que se arrendaba para diversos eventos públicos. Caída la noche llegamos a dicho sitio, nos tomó media hora, de haber sabido lo que sucedería hubiera dado media vuelta cuando mi hermana, en un arrebato de sinceridad me dijo que se iba a encontrar con un muchacho en dicho lugar; me recrimino cada segundo de mi vida no haber tomado dicha decisión.

El sitio era un lugar colorido, lleno de algarabía, los niños corrían sin vigilancia y las parejas acarameladas paseaban por los puestos de comida rápida; mientras la cita de mi hermana apareciese subimos al carrusel, cuantos recuerdos de mi infancia llegaron en ese momento, ahora han sido cruelmente borrados, enviados a un olvido insondable y reemplazados por gritos aterradores y colores macabros. Comimos unas salchipapas en un carrito ambulante, donde vimos como las papas chirriaban al entrar en contacto con el aceite reutilizado en incontables oportunidades, esto no nos hizo desistir, devoramos las papas fritas y la salchicha con mayonesa y salsa de tomate, las saboreamos como cual manjar de la más fina procedencia. Paseamos por los juegos inflables, piscinas de pelotas y trampolines donde los más pequeños reían y corrían con infinita energía.

Nos encontramos con uno de mis estudiantes, Brayan, un muchacho de piel oscura y labios gruesos, alto y corpulento, fácilmente pasaba por un adulto y se aprovechaba de esto para vacilar con mujeres mayores y comprar alcohol, a nosotras nos regaló algodón de azúcar y se marchó de la feria suplicando que le ayudase con los puntos que sabía que le faltarían a fin de año.

— ¡Ya sabe profe! Pilas con esos puntitos.

Dichoso él, que se retiró de aquel lugar a tiempo. Nosotras dimos una vuelta más, rodeamos los carros chocones, cruzamos por las mesas de futbolito y las maquinitas; no vimos la presencia del chico que pretendía a mi hermanita, ese debió ser el momento que deberíamos habernos ido, en retrospectiva tuve tantas oportunidades para sacarla de aquella playa, no lo hice, no se me ocurrió. ¿Pero quién hubiera dilucidado los horrores que veríamos en pocos minutos? ¿Qué mente perversa habría podido concebir tales acontecimientos?

Ella me pidió esperar más tiempo, yo acepté y subimos a la rueda moscovita; yo le tengo un pánico a las alturas, sin embargo, con mi hermana cerca me di el lujo de fingir ser valiente y subirme con ella. Mocosa ingrata, agitaba nuestra canastilla a la mínima oportunidad y a mí se me salía el corazón, en ese momento éramos las únicas en la atracción. El operador detuvo la rueda cuando nosotras estábamos en la parte más alta, quince metros nos separaban del suelo; estaba subiendo a un par de parejas, mientras miraba hacia las olas de la playa un ruido estridente acompañado de unas luces me arrancaron un grito de pavor, hubiera saltado de la canastilla de no ser por mi hermana, quien me tranquilizó y me hizo caer en cuenta de que se trataban de los fuegos artificiales. Los colores llenaron el firmamento nocturno, reíamos de mi cobardía, la última vez que lo haría.

Los fuegos artificiales se disiparon en el aire antes de tocar suelo, esa noche vimos fuegos de colores que caían lentamente sin apagarse, nos tomó poco tiempo percibir que estos caían en el mar, pero no murieron al hundirse, las cosas que cayeron del cielo siguieron brillando bajo las saladas aguas; no fuimos las únicas, toda la gente en la feria lo vio.

Corrieron a la playa con sus celulares para grabar el fenómeno. Nosotras desde nuestro lugar privilegiado en las alturas de la rueda observamos todo. No creo ser capaz de narrar con precisión el horror que aconteció, más debo hacerlo para que sepan lo que sucedió. Luces sumergidas bajo el oleaje se apresuraron hacia la playa, crecían en tamaño al acercarse, las personas hipnotizadas no se apartaron... los colores se hacían cada vez más grandes; las luces dejaron de ser bulbos luminiscentes y se vieron sus siluetas... más grandes que una persona, y se hallaban a nada de la playa, cada vez más grande... y por fin, las luces en el agua alcanzaron la superficie.

No tuvieron oportunidad, esos seres de colores abisales los despedazaron; los huesos crujieron, las partes volaron como si hubiesen sido arrojadas a una licuadora, una lluvia de sangre regó la playa. Se movían como la luz, y dejaban cuerpos mutilados a su paso, hombres, mujeres y niños; los colores rebanaron a todos, los pobres infelices gritaron horriblemente... fue un grito corto y desgarrador que se repite incontables veces en mis pesadillas, junto a la carne hecha tirones bailando alrededor de las luces, las astillas de hueso que se clavaron a las mesas y carpas. No lo olvido, gritaron con un terror atávico, casi genético, configurado en los cromosomas más antiguos, el terror a lo desconocido; terror a lo que cayó del cielo, terror a los colores que emergieron del agua.

Tan rápido y violento como habían salido regresaron al mar, dejándonos perplejas y horrorizadas, un pavor congelante fluía por nuestras venas, sudábamos y cuando quisimos hablar nuestra garganta nos ardía furiosamente, nuestros gritos habían estado acompañando a los suyos.

Si me creen o no es cuestión suya, he cumplido con advertir, no será por mi culpa que otros sufran tan horrendo final, o el de mi hermana. Ella no ha vuelto a hablar después de ese día, su mirada está perdida en el infinito, recordando ese día, una y otra vez, despierta y dormida; en sus ojos puedo ver el brillo de los colores en el agua.

MELANCOLÍA, INCERTIDUMBRE Y PORVENIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora