NÁUFRAGO

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Aconteció un día que un crucero fue volcado por una tormenta, nadie sobrevivió a aquel accidente; excepto un hombre. Este fue lo suficientemente inteligente y hábil para subirse a un bote inflable; fue arrastrado por las olas como una hoja en un tornado. Solo contra las fuerzas incontenibles de la naturaleza, insignificante ante la vastedad de un océano embravecido, solo con su voluntad y la suerte de los cielos.

― ¡Con Dios de mi lado sobreviviré! ― le dijo a la tormenta.

Toda la noche se desató la furia de las aguas, olas monstruosas que elevaron su precario bote hasta las nubes, que lo envolvieron y ahogaban en sal; vientos apocalípticos, relámpagos incesantes, la naturaleza rabiosa e implacable embistió con todo su incomprensible e inenarrable poder, más no pudo someterlo. Sus aguas se calmaron y el sol se alzó sobre los cielos.

El hombre respiró, se cubrió del sol con la mano y observó en todas direcciones, el interminable azul del mar se juntaba con el azul moteado blanco del cielo, allá en el horizonte. En la absoluta nada se encontró, solo y cansado; se relamió los labios resecos y padeció por la sed.

― ¡Con Dios de mi lado sobreviviré! ― le dijo al mar.

El sol confabulado con el mar ardió en lo alto, desde la mañana hasta la noche, sus rayos le golpearon sin descanso, cada haz de luz una espina ardiente en su piel; ahí estuvo, cocinándose lentamente en sus propios líquidos, aderezado por la sal, mecido por las cálidas brisas del océano y las mareas. Al final llegó la noche y el sol tuvo que ocultarse.

Agotado y con su piel chamuscada y su garganta desecha se dejó llevar por el sueño. La penumbra más absoluta invadió sus sueños, tormentas de duda, huracanes de temor y diluvios de pesar. Esta oscuridad golpea su embarcación onírica, lo volcó, elevó y hundió en cada segundo.

― ¡Con Dios de mi lado sobreviviré! ― le dijo a la noche.

Despertó cuando su bote golpeó el coral, rasgándose y encallando; se vio perdido, no obstante, se percató que estaba cerca de una isla, con las pocas fuerzas que le quedaban nadó hacia ella. Sus músculos se engarrotaron, con un dolor indescriptible logró llegar. Cada músculo le dolió como si fuesen clavados con agujas, cayó sobre la arena, se vio invadido por náuseas terribles.

Vomitó agua salada entre espantosos espasmos, casi se le escapó el alma por la garganta; se arrastró hasta la sombra de un árbol, su garganta seca le atormentaba y los ácidos residuales en su estómago vacío le corroían por dentro. Miró la isla, ahí estaba todo lo que necesitaba, solo debía aprovecharlos.

― ¡Con Dios de mi lado sobreviviré! ― le dijo a la isla.

Días después pasó ahí un navío, vieron a la distancia una columna de humo, se detuvieron antes de llegar al arrecife de coral, botes de rescate se acercaron a la playa de donde se veía el humo y la fogata; ahí hallaron a un hombre. Un hombre con la piel pegada a los huesos, ennegrecido por hollín, apretándose el estómago en posición fetal, muerto sobre sus propias excreciones.  

MELANCOLÍA, INCERTIDUMBRE Y PORVENIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora