LOS GATOS NEGROS

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Hace unas semanas llegué a un pueblo pintoresco, un río recorre cerca del pueblo dotándole de frescura; hay unas cuantas historias curiosas que circulan alrededor de este lugar. Unos primos que viven aquí me han comentado sobre una pareja de ancianos asesinada por su hija enloquecida; y de una manada de gatos negros que se encargan de castigar a cualquiera que lastimase a los gatos del pueblo. Las típicas historias de misterio y sobrenaturales que abundan en el mundo supersticioso del sector rural solía pensar, curiosamente, me han empezado a ocurrir fenómenos singulares.

Llegué a la casa de mi tío a trabajar en su finca durante las vacaciones, un castigo de mis padres por haber reprobado en el colegio, traje a mi gata conmigo; cuando apareció en casa no le di importancia, pero, la gata nunca se fue y nos encariñamos de ella. Es una gata pintada de negro y amarillo con el vientre blanco, como llegó un domingo decidí llamarla Dominga. Me dijeron que no la llevase, que era una carga extra; decidí ignorar aquellas recomendaciones, si me iban a enviar aquí al menos me llevaría una amiga.

Debí escucharlos, tras unos días llegó a la casa arrastrando un conejo, yo inocentemente fui emocionado a mostrarle a mi tío.

—No seas tonto mocoso, ese conejo es doméstico, le pertenecerá a Doña María— me dijo con una mirada de desaprobación. —Será mejor no decir nada, esa mujer tiene un carácter que ni el diablo tolera. Intenta mantener a la gata en tu cuarto por las noches, de lo contrario seguirá matando a los animales.

Hice mi mejor esfuerzo por mantenerla dentro por las noches, no obstante, siempre lograba salirse, los siguientes días trajo animales silvestres; pensé que había perdido el interés por los animales mansos, hasta que cierta mañana llegó Doña María. Una mujer de unos cincuenta años, de piel morena por el sol, cabello canoso y unos pequeños ojos negros, sin embargo, fieros, traía en sus manos un conejo ensangrentado, muerto al parecer.

— ¡OMAR! ¡OMAR! — llegó gritando el nombre de mi tío.

Estábamos en el patio abriendo un canal para el desagüe.

— ¡Mira lo que tu maldita gata le hizo a mi conejo!

Vino hecha una furia, la rabia encarnada, su rostro enrojecido parecía carne viva; mi tío ofreció pagarle por el animal, no obstante, la señora continúo vociferando, al final aceptó el pago y se fue, no sin antes amenazar.

— ¡Como vea de nuevo a esa gata por mi casa le echo veneno!

No pasó mucho tiempo para que cumpliera su amenaza, hallé a mi gata temblando, echando espuma por la boca y convulsionando, la llevamos al veterinario con urgencia, no llegó con vida. Yo quería hacer algo, pero mi tío me dijo que no, que en el pueblo no se solucionan las cosas como en las ciudades, y que dejara en paz el asunto... yo no quería.

Esa noche un gato negro maulló afuera de la casa, mi corazón se agitó, acaso era otra premonición de más tragedias; los días pasaron y cada día un gato más llegaba en la noche a maullar. Pasé una semana entera con insomnio, solo yo escucho sus maullidos, solo yo los veo; hoy por fin recordé la historia que mis primos me contaron, los gatos maúllan en dirección a la casa de Doña María. Esperan algo o alguien, quieren venganza, yo también. La tendremos.

MELANCOLÍA, INCERTIDUMBRE Y PORVENIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora