INCREÍBLE

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Artículo escrito por el Ing. Paulo Rojas para la revista "Arutam", en el número 123, publicado en junio de 2014.

Lo que estoy por contarles, por más inverosímil o fantástico que suene, sucedió en verdad. No me tomen por loco o desequilibrado, ni piensen que la abrumadora vastedad de la selva me superó, ni que fiebres tropicales me hicieron delirar.

Sucedió, mis acompañantes también lo vieron, y aunque sus relatos serán tomados en serio en sus comunidades, fuera de ellas solo se tomarán como vestigios de una cultura que se niega a desaparecer en el hoyo negro de la modernidad. Así que yo, como un ser desculturalizado, hijo legítimo de esta sociedad, tengo el deber de dar testimonio; injusto este mundo donde la verdad se elija dependiendo de quien la diga. No daré más pompa al asunto, así que procederé con este relato:

Estuve encargado de administrar la apertura de una carretera que llegaba hasta un puerto fluvial, el cual ya estaba en construcción; abrimos caminos con las máquinas por treinta kilómetros de densa selva, sorteando pantanos y víboras. En este proyecto se aprovechó para abrir caminos a comunidades aisladas en medio de la selva, también se contrató a los habitantes para labores que no requerían especialización. Un día al entrar a una de estas comunidades llamada "Shakay", fui sorprendido al enterarme que uno de nuestros operadores de la excavadora era originario de este lugar.

Esa noche la comunidad nos invitó a una celebración, bebimos chicha, comimos guatusa ahumada con yuca y verde. Esa noche Santiago, que es el nombre del operador, me prometió llevarme a pescar al río en busca de bagres, me encanta la pesca, así que no podía perder aquella oportunidad.

Cuatro meses después, con las labores ya concretadas salimos a pescar, partimos cuando el sol empezaba a ocultarse, pues aquella era la mejor hora para pescar al bagre según los locales. En la aventura nos embarcamos Santiago, su hermano Miguel y mi persona.

Llevamos carnada, caña de pescar y atarraya, aunque la mayoría de nuestras capturas fueron realizadas por Miguel que se lanzaba a atrapar los bagres que se escondían entre las raíces y troncos hundidos. Tomamos una canoa con motor y nos adentramos en el río mientras caía la noche. Pescamos casi toda la noche, nuestra pesca más grande fue un bagre de veinte libras, decidimos regresar a las cuatro de la mañana. Estando de regreso comenzó a llover torrencialmente, la canoa empezó a inundarse y tuvimos que desembarcar en la orilla. Nos cubrimos bajo una guaba mientras esperábamos a que pasara la lluvia.

A pesar del frío el cansancio nos empezaba a vencer, fue en ese estado de sopor cuando todo empezó. Las ramas se sacudieron, y un chillido horrible se escuchó, un chillido animal y escabroso que nos puso en alerta. El grito agónico de aquella criatura despertó un temor animal en nuestra alma, aunque también la innegable curiosidad propia de nuestra especie. Fuimos a buscar al origen y lo hallamos. Dios bendito que lo hallamos, el grito fue un tapir. Un tapir descuartizado de una forma espantosa, un animal casi del tamaño de una vaca, completamente destrozado. Y sobre aquel animal un hombre, un hombre de medidas descomunales, un gigante de piel canela, largos cabellos rojizos y un rostro feroz, los dientes manchados en sangre arrancaban la carne.

Quedamos aturdidos, encandilados con aquella demencial revelación; no sé cuánto tiempo lo vimos, pero sé cuándo él nos vio. Dejó el animal, sus ojos animalísticos y diabólicos nos observaron. En medio de una inmensidad verde, donde el hombre no vive, si no sobrevive, esa mirada desnudó mi ser, ahí entre guayacanes, guarumbos y balsas, en la espesura de una tierra atávica en la cual las leyendas enigmáticas del pasado aún respiraban y vivían tal como cada centímetro de esta selva.

Nosotros ahí, insignificantes como realmente somos, en frente de aquel demonio de un mundo antiguo que tratamos de olvidar. Los rayos del sol asomaron sobre el cielo y se escabulleron entre las copas de árboles ancestrales, la luz golpeó el rostro de aquel ser, tomó a su presa y se adentró en la selva profunda, ahí donde las copas espesas de los árboles por siglos han impedido que la luz llegue a tocar la hojarasca. Sin embargo, aquella mirada se repite en mis sueños, todos y cada uno de los días veo los ojos de aquella criatura escondida entre la espesa jungla, me miran desde una selva oscura acechando mi alma.

MELANCOLÍA, INCERTIDUMBRE Y PORVENIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora