Liam estaba de pie, en el porche delantero de la residencia del coronel, observando cómo Zayn cargaba de muebles una furgoneta prestada. Dos de las lámparas de su padre, un somier y un colchón, una cómoda y una pequeña mesa de centro ocupaban el interior del vehículo. Inspiró con fuerza, exhaló todo el aire y, deliberadamente, fijó la vista en su marido.Llevaba unos vaqueros desteñidos y una camiseta de color azul pálido que se adhería a sus hombros anchos y a su amplio tórax. Apoyó una mano en el borde de la caja de la furgoneta y, con un movimiento fluido, saltó al interior para sujetar con cuerdas la carga. Liam movió la cabeza y se reprochó por fijarse en la curva de su trasero cuando se inclinó para enderezar uno de los muebles. Zayn había dejado claro desde el principio que no estaba interesado en mantener con él una relación que no fuera estrictamente platónica. Lo menos que Liam podía hacer era dejar de fantasear con él y evitarse esa vergüenza.
—¿Estás bien? —preguntó su padre desde atrás, al salir al porche.
—Claro —contestó Liam, con una alegría forzada que no sentía—. ¿Por qué no iba a estarlo?
—El sargento primero es un buen hombre, Liam.
El castaño se volvió a medias para mirarlo, vio la ternura en sus ojos y volvió a fijar la vista al frente antes de que se le saltaran las lágrimas. —Esta vez he metido la pata hasta el fondo, ¿verdad?
Liam se arriesgó a mirarlo y vio el mismo amor y comprensión que siempre había hallado en sus ojos. Mientras lo observaba, él sonrió fugazmente.
—Digamos que ha sido uno de tus logros más memorables.Liam gimió suavemente.—Y pensar que todo empezó porque me daba vergüenza volver a verte.
—Vamos —dijo su padre—. No lo entiendo. ¿Por qué ibas a sentirte así conmigo, Li?¿Por qué?
Porque todavía recordaba la expresión de su rostro cuando lo había sorprendido en el momento más humillante de toda su vida.
—Echaba de menos estar contigo —le dijo su padre en voz baja.
Liam sintió una opresión en el pecho y las lágrimas afloraron a sus ojos al ir a abrazar a su padre. Sintió la fuerza y calidez de sus brazos, como tantas veces durante su adolescencia.
—Papá, yo también te he echado de menos. Supongo que tres o cuatro llamadas por semana no son suficientes.
—Entonces, ¿por qué no has venido nunca a casa? —Se apartó y lo miró a los ojos—. Solo Dios sabe las veces que te he pedido que me hicieras una visita.
—Es que no tenía valor para volver a mirarte a la cara —se sorbió las lágrimas y dio un paso atrás—. Noticia de última hora. Marine alto y corpulento tiene por hijo a un cobarde.
—Tú no eres cobarde, Liam.
—¿Cómo me llamarías?
—¿Impetuoso? —sugirió con una sonrisa.
Liam se frotó los ojos y le brindó una pequeña sonrisa—. ¿No sabes que te quiero?—Por supuesto —le dijo, aunque, en silencio, reconoció que se alegraba de oír la confirmación—. Pero hasta el santo Job tenía un límite, ¿no crees?
Tom Payne se echó a reír y movió la cabeza.—Los padres no tienen límites. Por lo menos, en lo que respecta al niño de sus ojos.
Liam inspiró profundamente y lo miró. Lo había echado de menos, pero habían hecho falta cuatro largos años para que Liam reuniera el valor de mirarlo a la cara.—¿Ni siquiera cuando entra en su oficina y sorprende a su hijo tratando desesperadamente de seducir a un cabo que, a su vez, trataba desesperadamente de huir?