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—Sí, quiero —dijo Liam, y presentó el dedo anular izquierdo a su marido. La delgada alianza de oro era más pesada de lo que parecía. Una boda relámpago, pensó, aturdida. Matrimonios en cadena, sin esperas. El sacerdote siguió hablando, aunque, para Liam sus palabras quedaban reducidas a un leve zumbido. No podía creer lo que estaba haciendo. Tal vez no lo estuviera haciendo, pensó con desesperación, y aquello solo era una pesadilla.

—Sí, quiero —dijo Zayn, de pie, a su lado.
Liam sintió un cosquilleo por la espalda al oír su voz y supo que no estaba soñando.

El reverendo Thistle, un hombre de pelo blanco, largo y descuidado, y cuerpo delgado y tieso como una vara, cerró la gastada Biblia de cuero y dijo.
—Yo os declaro esposos —sonrió con benevolencia al sargento primero Malik—. Puedes besar al novio.

Liam contempló los ojos fríos e inexpresivos de Zayn y no se sorprendió lo más mínimo cuando le oyó decir. —Paso, gracias.

Después de forzar una sonrisa para el perplejo reverendo, Liam se dio la vuelta y recorrió el pasillo central de la capilla en dirección a la luz del sol. «Camina hacia la luz», pensó lúgubremente. Salvo que, en su caso, cuando alcanzara aquella luz brillante, ya no tendría salvación. Solo un cortó trayecto en coche de regreso al hotel de Laughlin, donde los esperaba su padre.

Bajó la vista al anillo que llevaba en el dedo. No habían tenido tiempo de buscar una joyería. Aquella sencilla alianza de oro pertenecía a la colección que el reverendo Thistle tenía preparada para las parejas poco previsoras. Veinticinco dólares de metal bañado en oro, un ramo de flores de seda y, como únicos testigos de su boda, la siguiente pareja de la cola. Las lágrimas afloraron a sus ojos, pero parpadeó con fuerza para reprimirlas. Ni siquiera había ido al altar del brazo de su padre. El labio inferior empezó a temblarle y se lo mordió. El coronel ya había hecho planes para jugar al golf con el general. De haber roto el compromiso, habría tenido que dar alguna explicación. Y eso era, precisamente, lo que intentaban evitar: las explicaciones.

Liam salió al intenso sol de Las Vegas y, al instante, se protegió los ojos con la mano. Incluso en noviembre, el desierto reflejaba la luz del sol como en ninguna otra parte. Hurgó con una sola mano entre sus cosas e intentó rescatar las gafas de sol, mientras esperaba a que Zayn saliera de la capilla. Cuando las encontró, se las puso y dio gracias por los cristales oscuros. Se dio la vuelta y contempló la fachada de la Capilla del Desierto. Palmeras, ladrillos falsos y una ventana de cristales ahumados por encima de la puerta principal. Todo lo contrario a la boda que tan meticulosamente había planeado hacía cuatro años...

En aquella ocasión, había reservado la iglesia con meses de antelación. Tenía seis damas de honor, dos niñas con flores y un paje encargado de llevar los anillos. Por no hablar de un novio que había profesado amarlo con locura. Aquél pensamiento le hizo fruncir el ceño ligeramente. De acuerdo, no había sido tan perfecto.

—¿Estás bien? —preguntó Zayn al salir de la capilla y reunirse con él en la acera.

—Como una rosa —contestó Liam, con una mueca.

—Sí —dijo Zayn, desviando la mirada para contemplar el tropel de aficionados al juego que ya deambulaban por las aceras en busca de dinero fácil—. Está siendo un día completo, ¿eh?

Zayn todavía llevaba el polo de color verde claro y los vaqueros desgastados que se había puesto un par de horas antes. Difícilmente un traje formal. Pero claro, el pantalón azul de algodón y el jersey de mangas cortas a juego que Liam llevaba tampoco aparecería en las portadas de una revista de trajes para boda. Zayn se sacó las gafas del sol del bolsillo del polo y lo miró con la protección de los cristales oscuros.

Tras De TíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora