En un mundo de shinobis, donde el acero y el chakra son el lenguaje de la vida, Kaori nunca imaginó que el aroma a vainilla sería su carta de presentación.
Recién llegada a Konoha, su presencia despertó curiosidad, rivalidades y algo más profundo e...
Tras la devastadora invasión y la muerte del Tercer Hokage, la aldea se encontraba sumida en un silencio pesado, casi fúnebre.
Era un silencio roto únicamente por el sonido constante de martillos golpeando madera y voces apresuradas organizando la reconstrucción. Los días se habían vuelto largos y agotadores, y cada rincón de la aldea mostraba cicatrices que no se borrarían fácilmente.
Aunque los aldeanos trabajaban sin descanso para levantar nuevamente su hogar, había algo que no se podía reconstruir tan fácilmente: la sensación de seguridad.
Dos semanas habían transcurrido desde aquel día fatídico, y la aldea estaba sin líder. El vacío que había dejado el Hokage era palpable, y el rumor de su caída había llegado más allá de las fronteras. Las aldeas vecinas, y quizás incluso los enemigos de antaño, estaban al tanto de la fragilidad en la que se encontraba la aldea. Era un secreto a voces que los días por venir serían aún más difíciles.
Kaori pasaba sus horas ayudando en la reconstrucción de su hogar, intentando mantener su mente ocupada para no pensar demasiado en lo vulnerable que se sentía. Pero no podía evitarlo. Cada vez que se detenía, el peso de la soledad la golpeaba con fuerza. Kiba y Naruto, sus pilares en los momentos más duros, no estaban. Ambos habían sido enviados a misiones, dejando un vacío que nadie más podía llenar.
Naruto había partido hacía una semana con Jiraiya, el legendario Sannin, en busca de Lady Tsunade. Aunque era un rayo de esperanza que pudiera convertirse en la nueva Hokage, el hecho de que Naruto no estuviera allí hacía que todo se sintiera más sombrío. Kiba, por su parte, llevaba días fuera en una misión con su equipo. Sin ellos, Kaori se sentía como una hoja a merced del viento, atrapada entre las ruinas de una aldea que intentaba desesperadamente recomponerse.
La única chispa de luz en medio de su desasosiego era Lee. A pesar de seguir en recuperación, su energía inagotable y su optimismo eran un alivio para la chica. Cada tarde, al caer el sol, se dirigía a su hogar para dar un pequeño paseo con él. Era un momento sencillo, pero para ella, esos paseos eran un refugio, una pausa para respirar en medio del caos.
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El sol se ocultaba tras los montes que rodeaban Konoha, tiñendo el cielo de un carmesí profundo. En la sala de reuniones improvisada dentro del edificio de los Jonin, el ambiente era pesado, cargado de emociones contenidas y palabras que estaban a punto de estallar. Anko, sentada con los pies apoyados en la mesa, tamborileaba sus dedos contra su pierna, mostrando una indiferencia que encendía a sus interlocutores.
—Anko, ¿puedes tomárnoslo en serio por una vez? —exigió Asuma, su voz grave y controlada, pero con un filo que revelaba su frustración. Kurenai, a su lado, cruzó los brazos, su mirada firme pero empañada por una preocupación que no podía ocultar.
—Estoy aquí, ¿o no? Eso ya es bastante serio para mí —respondía Anko con una sonrisa ladeada, como si el tema en discusión no tuviera importancia alguna.