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Respiró profundo, conteniendo el aire mientras estudiaba a la mujer frente a ella con tan poco disimulo que le hubiera dado vergüenza, si pudiera despertar del trance en que se encontraba.

- ¿Estás bien? - Y, como sino pudiera estar más hipnotizada por la presencia de esa bella criatura, su voz angelical solo consiguió encantarla todavía más.

- ¿Hola? - La mujer volvió a insistir ante su falta de respuesta, y fue eso lo que finalmente la regresó a la realidad.

- Sí, sí. Lo siento - Balbuceó, como pudo, intentando esquivar la intensa mirada de la otra mujer, que parecía divertida con la situación.

-No te preocupes, preciosa - Le sonrió coquetamente, y Ana sintió sus rodillas flaquear - Nos vemos... espero - Añadió, alejándose guiñándole un ojo.

Ana no pudo hacer más que seguirla con la mirada mientras dejaba escapar el aire que había estado reteniendo. La mujer se marchó caminando lentamente, casi desfilando o incluso flotando, como si fuera un ser celestial. Y quizás lo era. La vio desaparecer entre la multitud para luego unirse al hombre que aún hablaba sobre el escenario, pero ella no podía oír nada de lo que decía, estaba completamente hipnotizada por ella.

- Ana, ¿estás bien? - Fue Alberto tomándola nuevamente del brazo y llamándola lo que finalmente la despertó. Sacudió la cabeza, apartando por primera vez la vista de aquella mujer para dirigirla a su amigo. - ¿Podemos hablar un momento? Te juro que si aún quieres irte después, yo mismo te llevaré a casa - Segundos atrás, se hubiera negado y sin pensarlo, hubiera desaparecido por la puerta olvidando todo aquello. Sin embargo, el efecto que había dejado en ella el encuentro fortuito de segundos atrás, la había dejado mareada y confundida. Así, asintió, aceptando la propuesta de Alberto y siguiéndolo hacia un costado, alejándose un poco de la multitud.

- Okay, esta es la verdad, ¿si? - Alberto inició su discurso, y ella tuvo que hacer un gran esfuerzo para concentrarse en escucharlo. - Conocí a Omar hace unas semanas en un antro. Pasamos la noche juntos, todo increíble. Pero, al día siguiente, me dijo que no podíamos volver a vernos. Sabes que, normalmente, eso no me importa. Pero... no sé, el... él realmente me gusta, ¿ok? Y sé que vas a decir que siempre digo eso, y que no me vas a creer, pero... -

- Es cierto. Siempre lo dices y no, no te creo - Lo interrumpió, sintiendo como su molestia regresaba.

- Lo sé, lo admito. Pero te juro, te juro que esto es diferente. El punto es que, me dijo eso, pero antes de marcharse me propuso que viniera aquí. Su familia, que son los dueños de este lugar, de hecho su primo es el que acaba de dar el discurso de bienvenida... en fin, ellos son muy conservadores. Por eso, él y su primo organizan estas fiestas, secretas y exclusivas, donde pueden ser y hacer lo que quieran sin que nadie los juzgue. Las únicas condiciones para venir son, ser invitado, obviamente ser mayor de edad y traer a alguien - Se mordió el labio sonriendo tímidamente, y Ana puso los ojos en blancos. Claro, ahí estaba el truco.

- Entonces, me trajiste porque no hubieras podido entrar de otra forma, ¿no? - Le reprochó, cruzando sus brazos sobre su pecho.

- En parte, sí. Y lo siento. Pero, también lo hice porque aquí puedes explorar todo lo que quieras y necesites. Porque en este sitio a nadie le importa si te gustan los chavos, las chavas, ambos o lo que sea, ¿entiendes? Podría haber traído a cualquiera, y lo sabes. Pero pienso que tú también puedes sacarle provecho a esto - Ana continuaba molesta, y seguían sintiendo que debía marcharse. Sin embargo, por extraña y engañosa que sonara la propuesta, en algún punto su amigo tenía razón.

- Okay, supongamos por un momento que decido no asesinarte en este momento y marcharme, ¿cómo es que funciona todo esto? - Lamentó al instante su pregunta, al ver la sonrisa pícara en el rostro de Alberto.

- Cada año, una vez al mes, celebran estas fiestas. Esta noche es solo para conocerse superficialmente y que puedas evaluar si quieres o no participar. Si decides continuar, la próxima vez que asistas, o asistamos en realidad, habrá en la entrada tres vasijas. Una para hombres con hombres, otra para hombres con mujeres y, la tercera, mujeres con mujeres - Alzó las cejas al ver la expresión nerviosa de Ana. - Tú metes la mano en la vasija y tomarás una llave que pertenece a una habitación de la mansión, y allí te encontrarás con la persona a la que le haya tocado el mismo número de habitación. Puedes pasar toda la noche con esa persona, probar diferentes habitaciones, lo que quieras - Ana se quedó en silencio un momento, pensando.

Realmente no era su estilo tener encuentros de una noche, mucho menos con extraños y en medio de circunstancias tan peculiares. Pero sabía que tenía que salirse un poco de su zona de confort si realmente estaba dispuesta a experimentar un poco más en la vida. Sin embargo, ese era un cambio demasiado radical, necesitaba ir poco a poco. Eso era mucho.

- Alberto, no digo esto porque esté molesta contigo, que aún lo estoy por haberme engañado. Pero esto - señaló a su alrededor - no es para mi, ¿sí? Me quedaré contigo esta noche, pero no volveré, ¿está bien? - Finalizó, ofreciéndole una sonrisa relajada.

- Okay. Puedo con eso. Pero, prométeme, que al menos intentarás disfrutar y divertirte esta noche, conmigo, ¿si? - Ana suspiró, poniendo los ojos en blanco una vez más, pero finalmente asintiendo con una sonrisa.

No habían pasado ni dos horas desde que Alberto le había propuesto divertirse juntos esa noche, y Ana ya se encontraba sola, en un rincón de la mansión con su aún primer copa de vino, ya que su amigo se había marchado con Omar a recorrer la casa. Aburrida y considerando que debía irse, decidió ir en busca de él para informarle que quería irse a casa.

Sin embargo, no había considerado lo enorme que podía ser aquel sitio, y que hallar a su amigo podría llegar a ser una tarea muy dificultosa. Llevaba casi media hora recorriendo pasillos y habitaciones, cuando llegó a lo que parecía ser la biblioteca, que tenía un enorme ventanal por el que se colaba la tenue luz de la luna.

Miró hacia ambos lados con la puerta abierta, revisando que no hubiera nadie en el pasillo ni en el interior de la habitación, y se metió para curiosear un poco. Las estanterías estaban plagadas y estaba segura de que ni una vida entera le alcanzaría para leer todos los títulos ahí expuestos, incluso cuando era una lectora ávida.

Repasó tramo a tramo el lugar, maravillándose con la arquitectura del espacio y cada uno de los libros que veía, algunos de los que ni siquiera había oído a hablar. Estaba tan inmersa en su aventura, que se sobresaltó cuando, a los pocos minutos, la puerta se abrió súbitamente.

El Juego De Las Llaves (VerAna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora