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Salió del baño un poco más relajada, pero igual de molesta, colocándose lo primero que encontró en el armario y apenas peinando su cabello. Seguida de Jazz, fue a la cocina y se sirvió una taza de café negro, sin azúcar. Se sentó en la sala, bebiéndolo despacio, intentando buscar en qué ocupar su cabeza ese día antes de volverse completamente loca.

Un rato después, tomó la correa de Jazz para llevarla al parque, al menos una de las dos debía distraerse y disfrutar del fin de semana. Y dado que ella no podría, que fuera su pequeña.

Jazz se paseaba feliz delante de ella por las calles, seguramente reconociendo el camino y ansiosa por llegar a su lugar favorito. Ana la envidiaba un poco en ese momento, porque su vida era muy sencilla. Simple, sin complicaciones. Como lo había sido la suya hasta hacía unas semanas atrás, hasta que había decidido hacerle caso a Alberto. Nunca más, se dijo, mientras cruzaban la última calle antes de entrar al parque.

La llevó hasta su área designada, abriendo el cerco y liberándola una vez dentro, regresando para sentarse en uno de los banquitos que estaban alrededor, para observarla mientras se divertía. Libre de cualquier problema o conflicto existencial.

Desde el otro lado del parque, una chica sentada al igual que ella cerca del cercado para los perros, la observaba detenidamente. Al principio, pensaba que era su imaginación. Tal vez sólo miraba detrás de ella. Pero, al correr los minutos se dio cuenta que, efectivamente, sus ojos estaban posados en ella.

Era bonita, cabello oscuro, ojos grandes, piel morena que brillaba bajo el sol. Y le pareció todavía más atractiva cuando le ofreció una tímida sonrisa. Sin embargo, a los pocos segundos, su molestia regresó. Porque en cuánto se le había cruzado por la cabeza que tal vez podía acercarse a hablar con ella, apareció mágicamente la imagen de Verónica para arruinarlo todo. Frustrada y enojada consigo misma, evitó la mirada de la otra chica por el resto del rato que pasó allí, dejando que Jazz se divirtiera.

Luego de pasar por algo para el almuerzo, regresaron al apartamento sin prisa, intentando demorarse tanto como le fuera posible para no encontrarse nuevamente atrapada con sus pensamientos. Aunque era inútil, porque estos la seguían a donde quiera que fuera.

Dobló en la esquina del edificio, buscando sus llaves en el bolsillo, deteniéndose en seco cuando, al alzar la vista, se encontró con Verónica. Estaba parada contra la pared junto a la puerta, mirando nerviosamente hacia todos lados, perdida, desorientada.

Ana no supo que hacer. Por un lado, deseaba regresar unos pasos y esconderse hasta que desapareciera. Pero, también, deseaba enfrentarla y exigirle una explicación.

Tuvo que decidirse por lo segundo cuando la castaña finalmente la vio, ofreciéndole una sonrisa que parecía más una mueca. Terminó por recorrer el trayecto hasta ella, mientras las manos le sudaban.

- Hola - Verónica la saludó, visiblemente nerviosa. No se parecía en nada a la mujer que había conocido aquella primera noche en la fiesta, ni siquiera a la versión que había descubierto en sus dos encuentros posteriores. Llevaba el cabello atado en una coleta alta, con algunos mechones rebeldes cayendo sobre su rostro. Una playera blanca, sencilla, anudada por encima del ombligo. Unos jeans altos, holgados y unos tenis imposiblemente pulcros. No llevaba ni una gota de maquillaje y, sin embargo, Ana estaba segura de que nunca le había parecido más hermosa que en ese momento.

- Hola - Respondió, vacilante, intentando descifrarla. Una tarea que, para ese entonces, en realidad ya sabía que era imposible.

- Perdón por aparecerme así pero, pensé que si te enviaba un mensaje o te marcaba, me ignorarías - Mientras hablaba, jugueteaba con sus propios dedos, y aunque estaba molesta, a Ana le pareció de lo más tierno.

- ¿Y cómo fue que...? - Verónica se mordió el labio, como una niña que había hecho alguna travesura.

- Alberto- Dijeron a la vez, y Ana negó con la cabeza. Claro, era obvio que su amigo estaba involucrado en todo aquello. Y ahora iba a tener que darle unas cuantas explicaciones a él.

- Así que, esta es la famosa Jazz, ¿eh? - Se agachó para quedar a la altura de la perrita, que parecía más que feliz de recibir atención.

- Sí, la misma - Confirmó, maldiciendo por dentro lo bonita que le parecía la imagen de Verónica junto a Jazz.

- ¿Quieres, mmm, subir? - Preguntó, insegura sobre qué hacer.

Verónica se levantó, a pesar de los quejidos de Jazz, quedando un poco más cerca de ella, haciendo que su delicioso perfume la invadiera.

- Claro, si no es molestia - Le sonrió otra vez, y Ana asintió, caminando hacia la puerta.

- Lamento el desorden, no esperaba visitas, la verdad - Anunció, mientras cruzaban la puerta y liberaba a Jazz de su correa para ir a la cocina a dejar la comida que había comprado.

- ¿Cuál desorden, Anilla? Está impecable - Mientras Verónica caminaba alrededor de su pequeño hogar, ella sintió que su corazón se derretía ante la forma en que acababa de llamarla.

Dejó las bolsas y se unió a ella en la sala, mirándose frente a frente.

- ¿Anilla? - Repitió, entre curiosa y divertida.

- Bueno, tu me llamaste Vero, ¿no? Es lo justo, si tu me tienes un apodo, yo necesito uno para ti - Ana bufó con ironía.

- Pues yo creo que a ti no te gustó demasiado, por como huiste de mí - La sonrisa en el rostro de Verónica desapareció al instante y sus ojos se apagaron.

- Ana, en verdad no tienes idea cuánto lo siento. Yo no... no sé ni que decir, fui una idiota. En serio, perdóname - Le suplicó, y la morena podía ver como algunas lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos.

- Es que, no lo entiendo. Creí que... yo pensé que tú querías lo mismo, y de repente te fuiste, sin decir nada. No lo entiendo. ¿No se supone que de eso trata el juego?

- Pero tú no estabas jugando - Respondió Verónica, con firmeza.

- Nos tocó la misma llave - Contraatacó, intentando demostrar su punto.

- Pero no estábamos en la habitación - Ana se dio la vuelta ante eso, intentando calmarse antes de decir cosas que no quería o actuar impulsivamente. Sin embargo, la mano de Verónica cerrándose sobre su muñeca la detuvo, girándola nuevamente, acercándolas todavía más.

- Si piensas que me fui porque el beso no me gustó, estoy aquí para asegurarte que no podrías estar más equivocada - Verónica hablo casi sobre sus labios, observándolos por un momento antes de mirarla a los ojos.

- ¿Entonces? - Inquirió, tragando grueso.

- Es porque me encantó - Y entonces, fue Verónica quien eliminó el espacio entre ellas, tomando su rostro en sus manos y besándola de una forma que no dejaba lugar a dudas de que no se arrepentía de hacerlo.

Ana no pudo reaccionar al principio, pero en cuanto su cuerpo y su cabeza lograron conectarse, y sintió la lengua de Verónica invadiendo su boca, se dedicó a actuar y no pensar.

Llevó sus manos a su cintura, tomándola con fuerza pero delicadeza, hasta acabar acorralándola contra la pared. A ella no pareció molestarle, a juzgar por el leve gemido que soltó en cuanto su espalda chocó contra la superficie.

Se separaron, a causa del impacto, pero sin demorar demasiado en volver a juntar sus bocas e iniciar una batalla desesperada por el control con sus lenguas, mientras los dedos de Verónica se enredaban ferozmente en su cabello y sus manos se colaban por debajo de la camisa de la castaña, erizando la piel bajo sus dedos.

El Juego De Las Llaves (VerAna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora