Pero es que le era simplemente imposible porque ella sabía, y no temía admitirlo, que sentía algo que iba mucho más allá de la atracción. Una parte de ella sentía que a Verónica le pasaba lo mismo, pero a la vez le enviaba tantas señales confusas que era difícil descifrar lo que quería.
Tal vez debía resignarse a que eso era todo lo que podía tener con ella.
Después de que Alberto sembrara la semilla de esa duda en su cabeza, los días que la separaban del siguiente juego, el momento que más temía, se le escurrieron de las manos como agua. Especialmente, las horas que pasaba con Verónica. Porque si, estaba aterrada y preocupada de lo que pudiera suceder, pero no podía evitar dejarse llevar y ahogar todas esos conflictos en los labios de la castaña, en sus besos, en el delicioso roce de sus cuerpos. Acallar las voces en su cabeza con los gemidos que compartían cada noche.
Estaba sentada en el sofá, en la oscuridad de la sala con la pantalla del televisor como única fuente de luz, mientras acariciaba a Jazz en automático, mientras descansaba en su regazo. Sus ojos estaban fijos en el aparato, pero su mente divagaba intentando encontrar las palabras justas para decirle a Verónica esa noche, para expresarle lo que tanto temía.
El timbre sonó, arrebatándola de su trance y advirtiéndole que la castaña la estaba allí. Sintió sus manos sudar mientras se acercaba al intercomunicador para permitir que le dejaran entrar.
Minutos después, tres suaves golpecitos a la puerta la pusieron en alerta una vez más. Respiró profundo antes de dirigirse hacia la entrada, encontrándose con una hermosa sonrisa del otro lado y esos bonitos ojos verdes que le quitaban el aliento como si los estuviera viendo por primera vez.
- Hola - La saludó Verónica, seductora y coqueta, volviendo a enfrentarla con la realidad de que sus encuentros tenían un único fin. Placer físico, saciar sus necesidades instintivas y nada más.
- Hola - Respondió, haciendo su mejor esfuerzo por no dejarle ver en evidencia su tristeza. Pero no importaba lo que Verónica dijera, ella necesitaba saber la verdad. Necesitaba dejar las cosas claras entre ellas.
Entraron en silencio y Ana encendió la luz, observando mejor a Verónica. Llevaba su cabello largo suelto, cayendo por su espalda con ligereza, cubriendo la piel que dejaba expuesta el vestido que usaba, uno negro corto con tirantes, mucho menos formal que aquellos que había usado las primeras veces que se vieron, pero que la hacía lucir igual o más hermosa. Sus piernas desnudas desfilaban en una caminata sensual y despreocupada, contoneando ligeramente las caderas, invintándola a tomarlas y perderse en ellas.
La castaña se dio vuelta, estudiándola en silencio mientras Ana parecía incapaz de reaccionar ante la belleza frente a ella.
- ¿Anilla? ¿Estás bien? - Su melodiosa voz la hipnotizó por un momento, antes de poder actuar.
- Sí, sí. Lo siento, es que... - Se acercó, tomando el rostro de Verónica entre sus manos, dejando un delicado beso sobre sus labios. - Eres tan hermosa - Dijo, sobre su boca, cerrando los ojos y acariciando la nariz de Verónica con la suya, reuniendo las fuerzas necesarias para hacer lo que debía aunque eso signficara que esa fuera la última vez que pudiera verla.
Pero no pudo decir nada, porque un segundo después los labios de Verónica habían vuelto a capturar los suyos con un fervor tan intenso que sintió como sus piernas fallaban. Era diferente a todas las otras veces que se habían besado, había algo distinto que no podía distinguir.
Verónica besó, lamió y chupó sus labios, su lengua, haciéndola perder la cabeza. La castaña no perdió el tiempo y llevó sus manos al borde de la camiseta de Ana, intentando quitársela en un rápido movimiento pero la morena la detuvo. Quería. No, necesitaba disfrutar de esa noche, de cada instante. Tomarse su tiempo.
La tomó de las muñecas, llevando las manos de Verónica a su propios hombros para dejarlas sobre ellos, para luego deslizar las suyas por sus muslos con suavidad, envolviéndolos para sujetarla. Verónica comprendió lo que deseaba y dio un pequeño salto, envolviendo sus piernas alrededor del cuerpo de Ana mientras ella la llevaba a la habitación sin despegar sus labios ni un centímetro.
Se besaban despacio, dejándose envolver por el sabor de la otra, entre jadeos y gemidos que se perdían en la boca de cada una.
Llegaron a la habitación como pudieron, conteniéndose las ganas de arrancarse la ropa. Ana cargó a Verónica hasta la cama, recostándola despacio sobre el colchón. Ella se mantuvo de pie para quitarse la camiseta frente a los ojos hambrientos de la castaña que la observaba maravillada. Hizo lo mismo con su pantalón, quedando expuesta en un conjunto de lencería rojo que había elegido especialmente.
Verónica se relamió los labios sosteniéndose sobre sus codos, ansiosa por probar a Ana. La morena gateó sobre ella, acariciando sus piernas blancas en el camino, arrancándole largos y sonoros suspiros que se convirtieron en un fuerte gemido que fue capturado en la boca de Ana, cuando las manos Ana alcanzaron el elástico de la ropa de Verónica.
Retiró la prenda despacio, realizando el camino inverso sobre las piernas de Verónica regodeándose al dejar un rastro de piel erizada a su paso. Cuando se deshizo definitivamente de ella, se arrodilló entre las piernas de Verónica, extendiendo sus manos hacia la otra mujer. Ella las tomó, incorporándose para quedar frente a frente.
Ana recorrió sus brazos con las manos hasta llegar a sus hombros, su cuello y aunar su rostro entre sus dedos, acariciando sus mejillas. Verónica cerró los ojos, disfrutando del contacto, mientras sus propias manos se deslizaban por la espalda de Ana para retirarle el sujetador.
Lo hizo despacio, acariciando su piel en el proceso, permitiéndose sentir cada poro, cada músculo, cada centímetro. Removió la prenda, abriendo sus ojos para deleitarse con los hermosos pechos de la morena, palpándolos con sus palmas provocándole un gemido que Ana no se molestó en contener.
Llevó su boca hasta uno de sus pezones, jugando con él mientras Ana intentaba quitarle el vestido, incapacitada de ir lento. La necesitaba.
Regresó sus manos a los muslos de Verónica, tomándola por detrás otra vez para recostarla sobre la cama en un movimiento que tomó desprevenida a la castaña, que soltó una risita cuando su espalda colisionó contra el colchón. Pero su sonrisa duró poco, en cuanto sus ojos se fijaron en el hambre y el deseo que reflejaban los de Ana.
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El Juego De Las Llaves (VerAna)
FanfictionAna asiste engañada a una fiesta con su mejor amigo, sin imaginar que en el lugar donde una de las principales reglas es no enamorarse, se encontrará a la mujer de su vida: Verónica. Una historia inspirada muy vagamente en la serie el juego de las l...