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Ana caminó sigilosamente por el pasillo, mientras la música crecía en sus oídos. Ni siquiera le hacía falta verla para saber que Verónica estaba intentando hacer el desayuno mientras bailaba al ritmo de alguna bachata que ella no reconocía, pero la castaña parecía conocer de principio a fin porque no dejaba de cantar a todo pulmón, incluso cuando estaba quemando lo que fuera que estuviera cocinando a juzgar por el olor y el humo que comenzaba a flotar en la habitación.

Cruzó la puerta, sonriendo al verla usando una de sus camisetas, esas que ella misma utilizaba solo para dormir porque eran enormes. Le llegaba casi hasta la mitad de los muslos, dejando sus hermosas piernas libres para su adoración. Ana la recorrió desde la puntas de los pies hasta la cabeza, que sacudía al ritmo de la música al igual que sus caderas.

Sin poder resistirse más, la morena se colocó detrás de ella, envolviéndola por la cintura mientras dejaba un beso sobre sus hombros, donde la camiseta se resbalaba dejándolos expuestos. Pudo sentir el pequeño sobresalto de Verónica y como, luego, su cuerpo se estremeció por el roce de sus labios antes de relajarse en sus brazos.

- Buen día - Susurró en su oído, dejando otro beso en su cuello después, sintiendo la sonrisa de Verónica a través de su piel.

- Buen día, mi amor - Respondió ella, y Ana pudo sentir como su corazón comenzaba a latir cada vez con más fuerza al oír esas palabras.

- ¿Qué es este desastre? - Preguntó, sin soltar el cuerpo de Verónica.

- ¿Perdón? ¿Desastre? Es tu desayuno - Ana soltó una carcajada, separando por un segundo su mano del cuerpo de Verónica para apagar el fuego de la hornalla, para luego deslizar sus dedos desde la rodilla de la castaña hasta la parte superior de su muslo con suavidad, desplazándolo finalmente por el elástico de sus panties mientras besaba su cuello.

Verónica jadeó, mientras soltaba la espátula que sostenía y el mango de la sartén, aferrándose con fuerza a la encimera cuando sintió el cálido aliento de Ana en su oreja y un leve tirón en el lóbulo, provocado por los dientes de la morena.

- El desayuno puede esperar - Le susurró, justo antes de introducir la mano por completo en su ropa interior.

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Ana sintió una ligera sacudida por todo su cuerpo, devolviéndola a la realidad y desvaneciendo el hermoso sueño que estaba teniendo. Abrió los ojos, confundida y molesta, extrañándose todavía más cuando encontró los ojos de Alberto observándola en la oscuridad, sosteniéndola por el hombro y agachado frente a ella.

- Lo siento, estabas balbuceando dormida y me daba un poco de miedo - Ella se incorporó despacio, restregando sus ojos mientras intentaba despertar del todo.

Alberto se puso de pie y encendió la luz, provocando que Ana cerrara los ojos otra vez, incapaz de tolerar el cambio.

- ¿Qué chingados te pasa? ¿Cómo entraste? - Se quejó, intentando acostumbrarse poco a poco a la repentina luminosidad de la habitación.

- Con la llave que me diste - Respondió Alberto sin prestarle mucha atención, mientras caminaba hacia la cocina.

- Se supone que es para emergencias - Le dijo, acomodándose nuevamente en el sofá con Jazz, que aprovechó la llegada de su amigo para subirse junto a ella.

- ¿Y no te parece que esto es una emergencia? Mira este lugar, por Dios, Ana. Es un chiquero. Y huele horrible - Podía oír como Alberto movía lo que parecían ser platos y cubiertos desde el otro espacio.

A los pocos minutos, regresó a la sala con dos abundantes porciones de comida perfectamente servidas. Ella llevaba días sin siquiera molestarse en utilizar nada de eso. De hecho, apenas si se movía de ese lugar que ocupaba ahora.

El Juego De Las Llaves (VerAna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora