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Requirió cada gramo de voluntad en su cuerpo, pero lo hizo. Recordándose una y otra vez que le estaba haciendo un favor. Que la estaba protegiendo.

Fingir era fácil. Lo había hecho toda la vida. Incluso con el corazón deshecho como lo tenía, podía mostrarse feliz, simpática, alegre y encantadora. Con la ayuda del alcohol y la máscara que había perfeccionado con los años.

Pero cuando llegó el momento de la verdad, cuando tuvo que dirigirse a la habitación para pasar la noche con quien fuera que le hubiera tocado, se detuvo frente a la puerta, observando el número 7 brillar frente a sus ojos. Y no la pudo abrir.

Esa noche se quedó dormida entre lágrimas, vasos de whisky, tragos de mezcal y recuerdos imposibles de borrar, envuelta en las sábanas de la habitación número 14.


Sábado

Domingo

Lunes

Martes

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado

Domingo

Una semana

Dos semanas

Tres semanas

Un mes.

Su teléfono celular volvió a vibrar, iluminando la oscura habitación que se encontraba en absoluto silencio. Lo ignoró, tal y como había hecho todo el día, preocupándose solamente por continuar jugueteando con su cabello en un movimiento que se veía mucho más mecánico que relajante.

El aparato se calló, y la sala volvió a llenarse solamente con los soplidos de Jazz, que descansaba en su camita a unos metros de ella. Ni siquiera la perra parecía estar de humor, porque en vez de estar recostada en su regazo o junto a ella en el sofá, había optado por la soledad. Pero claro, en el caso de Jazz era opcional, no como la suya.

Ella no elegía pasar cada noche en su inmensa cama completamente sola. Cada día que pasaba le parecía más grande, las sábanas más frías y el techo más interesante que sus sueños. Apenas lograba pegar un ojo, lo suficiente para ser medianamente funcional en el trabajo y sus prácticas, para luego regresar a la casa y sumirse una vez más en su show de autocompasión.

Cuando estaba allí, se pasaba las horas sentada en ese mismo lugar o tirada en la cama. No había cocinado en semanas, viviendo a base de delivery o comida instantánea. El apartamento era un desastre absoluto. Ropa, cajas, bolsas regadas por el piso, sobre los muebles. Pero no podría importarle menos. Nada le importaba en realidad.

Se movió un poco, buscando en la mesita de café el control remoto y encendió el televisor, en un intento de distraerse, aunque sabía que era inútil. De hecho, lo más probable era que lo que fuera que apareciera en la pantalla solo le ayudara a recordarla. Y es que parecía que cada cosa que la rodeaba, de alguna forma, estaba contaminada de Verónica.

Cambió los canales sin prestar atención, viendo como las imágenes pasaban frente a sus ojos sin sentido, desvaneciéndose, mutando. Y se detuvo en alguno, sin tener idea de cuál o qué estaba transmitiendo. El teléfono vibró una vez más y ella repitió su proceso, ignorándolo por completo como si ni siquiera existiera.

En algún momento, con sus ojos fijos en la pantalla pero sin observar nada, se fue quedando dormida hasta caer rendida en lo profundo de sus fantasías. El único lugar donde podía estar con ella. El único lugar donde no dolía.

Abrió los ojos levemente desconcertada al sentir un ligero peso sobre ella. Pero, aún en su confusión, sonrió al encontrarse con unos hermosos ojos verdes fijos en los suyos y una divertida sonrisa en el rostro de Verónica, que se suspendía sobre ella sosteniéndose con sus brazos al costado de su cuerpo.

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- Al fin despiertas - Su voz sonaba ronca y juguetona, combinando perfectamente con la pícara sonrisa que cargaba.

- ¿Me espiabas mientras dormía? - Preguntó ella frunciendo el ceño, mientras llevaba sus ansiosas manos al cuerpo de la mujer sobre ella. Aunque había estado dormida, era demasiado el tiempo que había pasado sin tocarla. Sin sentirla. Y era insoportable.

- Un poco - Respondió despreocupada, cerrando los ojos un momento mientras disfrutaba de los dedos de Ana recorriendo un camino invisible en su espalda hasta alcanzar sus omóplatos, envolviéndola con fuerza para atraerla en un beso lánguido en el que se dedicaron a probar sus bocas como si fuera la primera vez que lo hacían.

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Verónica sujetó la taza de café frente a ella con fuerza en sus manos, sintiendo como el calor del líquido oscuro dentro de ella se apoderaba poco a poco de sus dedos. Había sido un buen reemplazo en los últimos días, un refugio alternativo donde dejar caer sus ansias y necesidades en momentos extremos. No era lo mismo, claro, y demandaba gran parte de su voluntad elegir esa bebida en vez de la que su cuerpo le gritaba que necesitaba, pero estaba dispuesta a apagar todas esas alarmas poco a poco hasta conseguir la estabilidad que buscaba.

El café y, obviamente, la terapia habían sido la clave de su despertar. El camino elegido después de esa noche en que había caído inconsciente en la soledad de la habitación número 14. Y ahora, con todo lo demás en marcha, estaba por dar uno de los últimos pasos en el plan que había trazado cuidadosamente desde aquel día.

- Tienes muchas agallas por pedir reunirte conmigo - Alberto se recostó en la silla en que estaba sentado frente a ella, analizándola mientras llevaba su propia taza a su boca, sin despegar sus ojos de los suyos.

- O estoy muy desesperada - Respondió, sonriendo con tristeza. Pero no consiguió el efecto que esperaba. No había ni un rastro de empatía en el rostro de él. Ni siquiera pena.

- Tienes cinco minutos - Sentenció, dejando la taza sobre la mesa y cruzándose de brazos dispuesto a escucharla.

Verónica cerró los ojos por un segundo, tomando un respiro profundo, preparando el discurso que había armado para ese mismo momento.

- Yo.. - Se mordió el labio, intentando recordar las palabras. Quería decir lo correcto.

- Hablar de ti no es un buen comienzo - Apretó aún más sus dientes ante su comentario, implorando no comenzar a llorar.

- Me divorcié - Escupió, casi involuntariamente. Las palabras despegándose de su boca con una velocidad incontrolable.

- No mames, ¿es neta? - El rostro de Alberto se relajó, mostrando una expresión de sorpresa. Ella asintió, con una tímida sonrisa en el rostro. - ¿Por Anita? - Preguntó él, frunciendo el ceño.

- Sí. Bueno, no. Más o menos - Respiró profundo una vez más. - Lo hice por mi. Porque no era feliz. No soy feliz, todavía - Apartó la mirada, intentando evadir una vez más las lágrimas y el dolor que le provocaba pensar en ella.

- Bueno, me alegro por ti, la verdad. Pero, ¿qué tengo que ver yo en todo esto? - Volvió a mirarlo, debatiéndose si debía continuar con lo que había planeado. Pero no tenía muchas más opciones.

- Necesito... necesito pedirte un favor - Dijo finalmente, casi susurrando por miedo a una negativa.

- ¿A mi? Que descaro - Respondió, pero Verónica pudo notar un tono divertido en su voz, que le dio el coraje que necesitaba para continuar.

- Yo no... no quiero presionarla o aparecerme en su casa como... como ya he hecho antes. No voy a utilizar la ventaja de... -

- Sus sentimientos - Completó Alberto con seriedad. Ella asintió.

- No voy a utilizarlo a mi favor. Quiero... necesito hacer las cosas bien. Es lo que ella se merece - Sonrió un poco, de solo pensarla.

- Al menos estamos de acuerdo en eso - Agregó él, relajando sus brazos y su semblante. - ¿Qué quieres que haga? - Verónica sonrió ampliamente, mordiéndose el labio.

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Últimos capítulos espero les este gustando

El Juego De Las Llaves (VerAna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora