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- Alberto, no, ya te dije que esa fiesta no es para mi - Sabía que él insistiría, así que se hizo un poco la difícil.   

- Te lo ruego, Anita. Te juro, te juro que no vuelvo a pedirte nada en mi vida - Se le escapó una carcajada ante lo ridículo e improbable que sonaba aquello, pero era momento de terminar con la tortura de su amigo.    

- Está bien, está bien. Pero, yo solo te acompaño, ¿va? Y en el momento en que me sienta incómoda, me voy, ¿okay? - En cuanto terminó de hablar, tuvo que alejar el teléfono de su oído por el ensordecedor grito que oyó del otro lado, y aún así podía escuchar con claridad a Alberto agradeciéndole una y otra vez. Y ella, internamente, le agradecía a él.   

La primera parte de su plan, que era ser invitada nuevamente a la fiesta sin que Alberto sospechara que tenía motivos ocultos para asistir, estaba completa. Sin embargo, había algo muy importante que no había considerado y ahora se encontraba metida en un enorme problema.    

Estaba de pie, en ropa interior luego de haberse dado un relajante baño para estar tan tranquila como le fuera posible aquella noche, pero ya se encontraba altamente estresada porque no sabía qué ponerse. Su repertorio de prendas para ocasiones como esa era prácticamente inexistente, excepto por el vestido que Alberto la había llevado a comprar. Y, obviamente, no podía volver a llevar ese.    

Paseó una y otra vez sus ojos en cada prenda, cada artículo dentro del armario, frustrada y molesta, hasta encontrarse lo suficientemente irritada como para echarse en la cama donde Jazz la había estado observando impacientemente.    

- Es una señal, ¿no? No debería ir. Además, la neta, seguro ella ni siquiera me recuerda. Estoy siendo una tonta, ¿verdad? Adelante, dilo - Miró a la perra, que le ofreció un suave ladrido como respuesta.     

Y entonces, cuando creyó haber perdido toda esperanza de hallar lo que buscaba, recordó que su madre le había enviado para su último cumpleaños un vestido que había mandado a hacer especialmente para ella. Ana lo había mantenido en su caja, tal y como había llegado, esperando la ocasión perfecta para usarlo. Y, finalmente, había llegado.   

Saltó de la cama, provocando otro ladrido de Jazz, y tomó un pequeño banquillo que tenía frente al closet para subirse a la parte más alta. Sacó la caja, volviendo hasta el colchón para depositarla encima. La abrió desesperada, retirando cuidadosamente la prenda.    

Era un vestido negro, como el que había llevado la última vez, pero más largo y con una tela mucho más fina y brillante. No tenía un gran escote al frente, pero la caída en la espada llegaba hasta la parte más baja. Era exacto lo que necesitaba.   

Minutos después, maquillada ligeramente, con el cabello recogido en un delicado moño alto y el vestido sobre su cuerpo, se observó al espejo satisfecha. Y, como si todo hubiera estado calculado, sonó el timbre anunciándole que Alberto había llegado por ella.    

Durante todo el camino a la mansión, su amigo no hizo más que agradecerle una y otra vez por acompañarlo, además de chulear por su atuendo. Pero, la verdad, es que Ana no estaba escuchándolo. En su cabeza sólo había espacio para una cosa, y era Verónica.                    

En todo ese mes, había pensado en ella muy consciente de que sus probabilidades de volver a verla eran muy bajas. Sin embargo, ahora que estaba a punto de regresar al único lugar donde tenía la certeza que podía encontrarla, se hallaba frente al tercer problema en su muy mal diagramado plan. ¿Cómo haría para encontrarse con ella? Porque, en teoría, cada persona que participara en el juego dependería del azar para verse con alguien más. Y, además, Verónica estaba casada con un hombre, por lo que lo más probable es que fuera heterosexual. Entonces, ¿cuáles eran realmente sus chances de verla?    

Pero al menos, para eso, tenía un plan de contingencia. Ella no iba a participar del juego, eso lo tenía seguro. Así que, su idea, era pasarse la noche en la biblioteca y rogar porque a Verónica se le ocurriera escabullirse a aquel lugar como le había dicho que solía hacer.   

Si eso funcionaba, y realmente esperaba que así fuera, Ana se enfrentaría a su cuarto obstáculo- ¿Qué le iba a decir? Y, más importante aún, ¿qué haría si Verónica no la recordaba? Esas dos preguntas era lo único a lo que no había encontrado una respuesta o solución. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo o en toda su vida, se sentía lo suficientemente valiente como para arriesgarse y entregarse a lo que fuera que el destino tenía preparado para ella. Al final de cuentas, él las había puesto en el mismo lugar un mes atrás, y debía confiar en que había sido por algún motivo.   

Llegaron, y al igual que la primera noche, uno de los empleados de la fiesta la ayudó a descender del coche. Esta vez, Ana no se sentía tan fuera de lugar. Y cargaba con ella una extraña seguridad, la cual temía que desapareciera en el momento en que se encontrara con Verónica. Aunque ese temor no era tan grande como el de no verla.    

En la entrada, volvieron a solicitarles sus nombres y luego los hicieron pasar. Tal y como Alberto le había dicho, ni bien atravesaron la puerta, frente a ellos encontraron las tres vasijas. Ana metió su mano tomando una, como su amigo le había instruido, aunque ambos sabían que no la utilizaría. Por su parte, él hizo lo mismo, lo cual llamó su atención.   

- Creí que tu plan era venir aquí por Omar - Le dijo, mientras caminaban por el recibidor hacia la sala.   

- Tranquila, él me dijo que se encargaría de que coincidamos. Tiene sus ventajas ser el primo del anfitrión, ¿eh? - Por un momento, ella lo envidió. Deseaba poder hacer lo mismo y asegurarse de que ella y Verónica acabaran en la misma habitación. Pero, tendría que conformarse con su plan.   

El Juego De Las Llaves (VerAna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora