Podía decir, sin ninguna duda, que se había obsesionado con la morena. Desde el último juego, donde habían pasado la noche recostadas en una cama sin hacer más que hablar, se había dedicado a averiguar todo lo que pudo sobre ella. No en modo stalker, claro que no. Más bien porque le despertaba una curiosidad impresionante e incontrolable.
Era la primera vez en toda su vida que había tenido esa intimidad con alguien, en que había simplemente dormido junto a una persona por el gusto de su compañía. En que había podido hablar de todo lo que realmente quería sin ser juzgada y, más importante aún, siendo escuchada.
Y todo, absolutamente cada segundo, sin una gota de alcohol corriendo por sus venas. Era, sin exagerar, casi un milagro. Uno en forma de mujer.
No era como si eso la incomodara, para nada. La verdad es que desde que Adolfo la había incluido en sus jueguitos, no había tenido reparos en probar todo y con todos. Con algunos disfrutaba más, con otros menos. Pero nadie, absolutamente nadie hasta ese momento había conseguido quedarse en su cabeza sin siquiera tocarla. Y eso la asustaba.
Entonces, como siempre, el alcohol apareció como ese viejo amigo que regresa a tu vida de una forma diferente pero ya conocida, devolviéndole la comodidad que Ana le había arrebatado con solo dos noches junto a ella.
Sin embargo, con el pasar de los días, mientras más bebía, más la recordaba. Mientras más se esforzaba por desaparecerla, ahogándola en fondos blancos, más aparecía en su cabeza, en sus sueños.
Se lamentaba constantemente por la interrupción de Adolfo, que evitó que Ana la besara. Pero, a la vez, lo agradecía, porque sabía que con Ana no sería como los demás, un encuentro casual, fortuito e irrepetible. La morena no buscaba eso, inconscientemente, ella tampoco lo deseaba. Al menos, no con Ana. También se regañaba a sí misma por haberle dado a entender, antes de marcharse, que deseaba volver a verla.
Porque, claro que lo deseaba, pero sabía muy bien que podía ser algo extremadamente peligroso para ella, involucrarse con alguien que no deseaba ser parte de ese juego, sino que evidentemente buscaba algo más. Algo que Verónica no podía ni quería darle. O quizás la estaba subestimando, el hecho de que a Ana no le apeteciera ser parte de sus fiestas, no significaba que no pudieran tener una noche de placer que pudieran olvidar a la luz del día.
El no saber la estaba enloqueciendo, y mientras se acercaba la fecha de un nuevo juego, su ansiedad crecía. ¿Qué tal si volvían a coincidir? ¿Qué tal si no lo hacían? ¿Y si Ana no asistía? Las dudas eran demasiadas y las respuestas, inexistentes.
Se dejó arrastrar, día tras días, por el mar ingobernable del alcohol, dispuesta a dejar que el destino actuara y resolver en el momento, qué mano debía jugar con las cartas que este le barajara.
El día de la fiesta, decidió llegar a la mansión temprano con Adolfo. A veces iba antes, otras llegaba luego de que casi todos los asistentes ya hubieran entrado. No tenía una rutina para eso, dependía de su humor. Pero esa noche, quedarse en su casa le parecía la peor de las torturas.
Se visitó con un traje negro, con un pantalón y una chaqueta ceñidos a su cuerpo, y sin camisa. Con unos tacones muy altos, rojos, haciendo juego con sus labios. Ya en la casa, bebió algunos tragos en el jardín junto a su esposo, y cuando comenzaron a llegar los invitados, tomó una llave de la vasija y subió a la habitación 21, la que le había tocado.
Parecía que los minutos no avanzaban, es más, por un momento de tanto observar su reloj, podía jurar que las agujas se movían en sentido contrario. Estaba sentada en la cama, moviendo frenéticamente su pierna mientras sostenía una copa de vino y golpeaba con las uñas el cristal, impaciente.
El juego había comenzado hacía casi una hora, y no había señales de que alguien fuera a parecer en su habitación. Y tampoco de Ana, ya que le había solicitado a uno de los empleados de la entrada que la notificara de alguna forma en cuanto ella llegara. Tal vez lo había olvidado, o no había sido él quien la había recibido. O quizás, solo quizás, Ana no había ido.
Entonces, tuvo una idea, ¿qué tal si Ana había optado por ir a la biblioteca? Era, en realidad, lo más lógico, ya que ella no deseaba participar del juego. Esperó unos minutos más y, convencida de que no podía soportar más la incertidumbre, finalmente decidió ir hacia allí.
Para su sorpresa y decepción, la habitación estaba tan vacía como siempre acostumbraba estarlo. Era evidente que Ana había desistido de ir.
Bajó las escaleras, buscando una nueva copa de vino y acercándose a las vasijas. Si no iba a poder pasar la noche con quien realmente quería, al menos tenía derecho a divertirse un poco, ¿no? Se debatió unos momentos, frente a las tres, intentando decidir lo que le apetecía en esa ocasión. Y, en realidad no había dudas, sino era Ana, sería otra.
En cuanto sacó la llave, se rió, irónica. Número 14. El destino se le estaba riendo en la cara. De mala gana, caminó de regreso al primer piso, en busca de la habitación. Sin poder creer lo que encontró cuando abrió la puerta.
Apoyada contra una pequeña mesa alta en medio del cuarto, enfundada en un delicado vestido rojo brillante perfectamente ceñido a su cuerpo, estaba la mujer con la que había estado fantaseando los pasados 30 días sin excepción.
Si era posible, luciendo todavía más hermosa que en sus sueños o sus recuerdos, dibujando una encantadora sonrisa cargada de inocencia y felicidad al verla, que ella no dudó en imitar al instante.
Sin decir nada, Ana alzó su mano, mostrándole la llave con el número 14. No, el destino no se estaba riendo, la estaba guiando. Y eso era tan aterrador como lo que estaba sintiendo solo de verla.
- Estaba a nada de ir a la biblioteca - Fue lo primero que le dijo, y Verónica sonrió más.
- Mentiría si te dijera que no vengo de ese mismo lugar - Respondió, caminando hacia ella, jugueteando con la llave en sus manos.
- Al menos es la primera vez que nos vemos bajo las reglas el juego - Se detuvo ante ese comentario, que le recordó dónde estaba y cuáles eran las normas a seguir. Ana debía ser como todos los demás, como cualquier otro. No podía ser diferente y ella se lo estaba permitiendo.
Pero decidió ignorar ese pensamiento y actuar sin hacerle caso a la razón. Extendió su mano, ofreciéndosela a Ana, quien la tomó sin dudarlo. Entrelazó sus dedos y caminó nuevamente hacia la puerta, dirigiéndose a la biblioteca.
Entraron en silencio, sin soltarse ni por un segundo, incluso cuando ella se movió para encender la luz, tirando un poco de ella. Caminaron unos pasos más, hasta los sofás y finalmente liberó su mano, sentándose exactamente donde estaba la primera noche en que se vieron. Ana tomó su puesto, aún rodeadas de un cómodo silencio.
- ¿Por qué aquí? - Le preguntó tras unos segundos.
- Te lo dije, es el lugar donde me gusta esconderme. Mi lugar favorito de la casa - Respondió sin más, encogiéndose de hombros.
Ana alzó la cabeza, observando todo a su alrededor, mientras ella se limitaba a mirarla, porque nada en esa habitación o en esa enorme mansión le llamaba más la atención que la hermosa morena frente a sus ojos.
- ¿Te has leído alguno de todos estos libros? - Verónica sonrió ante la curiosidad de Ana, encontrándola adorable.
- Diría que muchos, pero considerando cuántos hay, en realidad serían pocos - La verdad es que nunca había sido fanática de la lectura, pero en cuanto había entrado a ese lugar por primera vez cuando Adolfo la llevó a pasar un fin de semana con su familia a la mansión, había quedado fascinada. Y cada vez que venían, fuera o dentro del juego, intentaba leer o llevarse algún libro para que la acompañara.
- Bueno, ¿y cuál me recomiendas? - Negó con la cabeza cerrando los ojos. Ana no era apta para ese juego, ya no tenía dudas de ello.
- Ven - Le dijo, poniéndose de pie y ofreciéndole nuevamente su mano para llevarla hasta una de las estanterías más cercanas a la ventana. Era un espacio especial que ella misma se había asignado para guardar los libros que ya había leído y poder encontrarlos más fácil si deseaba volver a hacerlo.
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El Juego De Las Llaves (VerAna)
FanfictionAna asiste engañada a una fiesta con su mejor amigo, sin imaginar que en el lugar donde una de las principales reglas es no enamorarse, se encontrará a la mujer de su vida: Verónica. Una historia inspirada muy vagamente en la serie el juego de las l...