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Nublada por su deseo, besó su cuello con desesperación, lamiendo, chupando y mordiendo todo lo que podía, mientras sus manos alcanzaban el broche del sujetador de Verónica. Necesitaba tenerla desnuda frente a ella, admirar por completo la belleza de esa mujer que la estaba enloqueciendo hacía meses.

Verónica tampoco perdió el tiempo, llevando sus manos al borde de la camiseta de Ana, tirando de ella hacia arriba casi salvajemente. Se separaron una vez más, retirando ambas prendas y sus sujetadores, siseando cuando sus cuerpos sus torsos desnudos se unieron al igual que sus bocas en otro beso voraz.

Sin poder esperar más, Ana comenzó a desabotonar el pantalón de Verónica, mientras la castaña forcejeaba con sus tenis hasta finalmente patearlos hacia algún lugar de la sala.

Ana se arrodilló despacio, deslizando hacia abajo los pantalones de Verónica junto con su ropa interior, deleitándose con el aroma de su excitación.

En dos movimientos de sus piernas, ayudó a la morena a deshacerse de ambas prendas, mientras ella acariciaba sus piernas con delicadeza. De repente, la urgencia de Ana había desaparecido mientras la de Verónica crecía.

Se tomó su tiempo, recorriendo la longitud y blancura de esas maravillosas y delicadas piernas, sin levantarse del piso. La castaña la observaba, sintiendo que la estaba venerando desde esa posición, y eso la excitaba todavía más.

Ana besó su rodilla, provocando un sonoro gemido por parte de Verónica, que hizo eco en la habitación junto con el que le siguió, a causa de un atrevido lametón que la morena dejó en la parte interna de su muslo, haciéndola temblar.

Sin pensarlo, Verónica llevó su mano a la cabeza de Ana, indicándole lo que necesitaba, haciéndole saber lo que deseaba. La morena sonrió ante su desesperación, gesto que Verónica pudo sentir sobre su piel.

Parcimoniosamente, yendo totalmente en contra de la necesidad absoluta de Verónica, Ana acarició su pierna en el camino inverso, alcanzando su pantorrilla para alzar su pie, incitándola a flexionar su rodilla. Obedeció, sin rechazar, esperando que finalmente la ayudara a saciar su deseo.

Despacio, colocó la pierna de Verónica sobre su hombro, recorriendo otro camino de besos desde su rodilla hasta alcanzar, finalmente, su centro, mordiendo justo sobre pubis, provocando otro gemido todavía más fuerte.

Pudo percibir, una vez más, a Ana sonriendo justo antes de pasar su lengua por toda su feminidad, bebiendo cada rastro de su excitación a su paso.

Y no importaba cuánto hubiera experimentado, con cuantos hombres y mujeres hubiera estado. Nada, absolutamente nada la había preparado para lo que estaba sintiendo mientras la habilidosa lengua de Ana la inundaba, literalmente, de placer.

No sabía a qué aferrarse, porque no había nada que la pudiera sostener y evitar que se elevara en ese momento, excepto por las manos de Ana que la sostenían en su lugar mientras la devoraba completa.

Cerró los ojos, perdida en otra realidad en la que solo existían ellas dos. Ellas y el éxtasis que la recorría desde la punta de sus pies hasta la cabeza, haciendo mella sobre su clítoris, donde la lengua de Ana la estaba arrastrando al punto más alto hasta que, rendida, se dejó caer al vacío.

Cuando regresó al mundo, cuando finalmente descendió de la nube en la que se encontraba, abrió los ojos encontrándose con una brillante mirada oscura que la observaba sonriente. Le devolvió la sonrisa, atrayéndola a un beso que no hizo más que despertar nuevamente su excitación al probarse a sí misma en la boca de Ana.

Ana se estiró en la cama sin molestarse en abrir los ojos. Cada célula de su cuerpo le dolía, y de solo recordar que era por el esfuerzo que había realizado en las pasadas horas, no pudo evitar sonreír. Se giró un poco, permitiendo que su rostro se hundiera una vez más en la almohada, impregnada con un aroma que no era suyo pero le encantaba.

Finalmente, permitió que sus párpados se abrieran, intentando descifrar la hora por la luz que entraba por la ventana. Aún era temprano y el sol brillaba cálido en el cielo. Su estómago rugió un poco, recordándole que se había saltado el almuerzo, aunque por una muy buena razón.

Se sentó, reposando su espalda contra el cabecero, distinguiendo los rastros de su encuentro con Verónica por todos lados. Sus pantalones en el suelo, cerca de la puerta, donde la castaña los había removido desesperada mientras alcanzaban la cama. Las sábanas revueltas, el edredón cayendo hasta el suelo.

Sin embargo, su sonrisa se fue desvaneciendo en cuanto cayó en cuenta de que estaba sola en la habitación. Un poco decepcionada, se levantó, tomando sus panties del suelo y caminando hasta el clóset para colocarse una camiseta, porque estaba segura de que la suya todavía estaba en algún lugar de la sala. Fue al baño a asearse un poco y, con una dosis mínima de esperanza, fue a recorrer el apartamento en busca de Verónica.

Su corazón dio un salto cuando la encontró, vistiendo sólo ropa interior y su propia camiseta, asomada en la ventana abierta fumando. Se veía conflictuada, preocupada incluso, pero tan sexy que no pudo evitar sentir ese ya familiar calor recorrerla otra de tan solo observarla. Sus piernas desnudas, exponiendo la blanca y tersa piel que la cubría. Su rostro perfilado hacia el exterior, perfectamente dibujado, con esos labios que podían ser la perdición de cualquiera.

Se quedó mirando como capturaba con suavidad el cigarrillo con ellos, succionando suavemente por un momento, cerrando los ojos y reteniendo el humo dentro antes de largarlo en un suspiro prolongado. Era una obra de arte y la tenía en su casa.

Decidida a no perder más tiempo alejada de ella se acercó, sigilosa, rodeando el sofá para poder sorprenderla desde atrás, pegando sus cuerpos de manera instintiva, encajándolos a la perfección como habían hecho varias veces durante las pasadas horas.

El Juego De Las Llaves (VerAna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora