Eleven.

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[Miseria.]

No es culpa tuya que yo arruine todo, cariño. Dicen que la miseria adora la compañía.

El sabor del vino que atraviesa su garganta le dejan una extraña sensación de paz y tranquilidad en su ser

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El sabor del vino que atraviesa su garganta le dejan una extraña sensación de paz y tranquilidad en su ser. En primera instancia, el sentimiento le parece extraño y por mas raro que parezca, le hace sentir completo, como si aquello fuera su lugar feliz, como si aquel enorme vacío que alguna vez existió en su frívolo corazón, se disipara y fuera reemplazado por aquella cálida e inquietante sensación que solo Quackity le era capaz de ofrecer y brindar. Su corazón palpita tan rápido en su pecho cuando aquella embriagante sensación engrandece por culpa de aquel bonito chico que, en esos momentos, le estaba mirando con la sonrisa mas bonita que sus mortales e indignos ojos jamas pudieron ver y, por un momento, una dudosa aura envuelve aquella bonita silueta que le robó un pequeño suspiro. Traga pesado cuando se da cuenta que todo ese tiempo su mirada jamás se había apartado de aquel híbrido que ahora, era su prometido y futuro esposo. 

En sus labios se ensancha una pequeña sonrisa que, sin querer, genera miles de mariposas en el estomago del pequeño pato. Quackity emocionado con aquella dulce evocación en su estomago, bebe de un trago el restante de vino que yace sobre su copa para consiguiente, dejarla sobre el pequeño mesón del centro antes de acercarse a su prometido. Sus pasos son pesados y largos hasta que finalmente se encuentra frente al dueño de su corazón, quien en ningún momento apartaba su castaña mirada de la índiga, manteniendo así una unión implícita entre ambos. Un pequeño rubor adorna las regordetas mejillas de Quackity, los latidos de su pecho eran tan delirantes que le costaba un poco respirar, sin mencionar que estaba casi temblando por ese simple hecho. Definitivamente estar con Luzu se sentía muy bien... en mas de una ocasión había imaginado que tipo de emociones enajenantes le provocaría Luzu cuando ambos estuvieran frente a frente en el altar, pero aquello, era en definitiva algo fuera de este mundo. Su omega soltó sin querer un pequeño ronroneo que no pasó desapercibido para el alfa, sus orbes castaños desprendieron un ligero brillo rojizo ante el dulce sonido que abandonó aquellos rosados labios, pareciera un adictivo elixir tratando de seducir su inquieto corazón.
Luzu tomó una enorme bocanada de aire, negándose a perder la poca cordura que aún tenía. Aquella que comenzaba a perder por culpa de aquella perfecta compañía. 

Bien, lo admitía. Quackity era el omega perfecto en muchos sentidos, ya que nadie jamás le había hecho perder la cordura con su simple silueta. Era raro, quería mantenerse alejado, empero, había algo que le mantenía unido y no estaba hablando del acontecimiento de su forzado matrimonio. No, era algo mas, como una inexistente fuerza entre ambos, como una droga a la que comenzaba a volverse adicto. Aquel omega ni siquiera había soltado sus feromonas aún, ni siquiera era consciente del dulce manjar que escondía aquella aperlada piel, sin embargo, con la simple fragancia de su perfume, su boca se hacia agua. Quackity ni siquiera necesitaba sacar su naturaleza de omega, porque en esos momentos, él ya le tenia a sus pies. Se sentía muy suyo y muy correcto. Su cuerpo entero se paralizó cuando la presencia de aquella enorme descarga eléctrica (que solo aquel chico era capaz de generarle), acaparó a todos sus sentidos, ¡oh, carajo! No sabía si amarlo u odiarlo.

Matrimonio. [Luckity.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora