Los Angeles, California
—¿Te encuentras bien, mi amor?
La niña sacudió la cabeza, volviendo a toser. A pesar de sonarse la nariz repetidamente, seguía sintiéndola congestionada. Su madre se acercó a ella y posó la mano en su frente, notando el calor que emanaba de su piel.
—Tienes fiebre, mi cielo.
—No quiero ir a la escuela —murmuró la pequeña—. Estoy muy cansada y me duele tooodo —frunció los labios en una expresión de disgusto.
La mujer acarició suavemente la mejilla de su hija.
—No irás, mi amor. Descansa, iré a buscar tu medicina.
Amara se apresuró a hacer la llamada a la institución, informando sobre el estado de la niña y proporcionaría una excusa médica. La enfermera que respondió apenas tomó nota del nombre de Mía y luego cortó la comunicación con un bufido de desinterés. Sin perder tiempo, retomó el uso de la lima para continuar con su manicura.
—¿Quién era? —preguntó su compañera, curiosa, mientras observaba distraídamente su teléfono.
—Otra niña que "supuestamente" tiene fiebre —respondió la enfermera con un gesto de desdén en los ojos—. En mis tiempos, íbamos a la escuela incluso con la rodilla dislocada si era necesario. Ojalá mis padres hubieran sido tan indulgentes conmigo —añadió con una carcajada sarcástica.
—Por algo los llaman la generación de cristal —comentó su compañera, masticando su chicle ruidosamente, como si el tema le resultara indiferente.
—¿No es porque ellos...?
El sonido apresurado de múltiples pisadas resonó en el pasillo, interrumpiendo el silencio de la enfermería. La enfermera levantó la vista y observó el reloj en la pared, percatándose de que aún faltaban varios minutos para que los estudiantes realizaran el cambio de clases. Frunció el ceño, consciente de que algo no estaba bien.
—¿La campana no funciona de nuevo? —inquirió, con una leve molestia en su tono—. Escucho a los estudiantes en el pasillo.
Su colega castaña encogió de hombros.
—Ya sabes que esa porquería se daña con solo mirarla.
La enfermera rubia se puso de pie rápidamente, rodando los ojos mientras se preparaba para dar un discurso reprobatorio a esos jóvenes que se saltaban las clases. Salió de la enfermería decidida, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta cuando vio lo que estaba sucediendo.
Payasos.
Personas vestidas con macabras máscaras de payaso cargaban armas largas en sus manos. El pulso de la enfermera se aceleró y la adrenalina recorrió sus venas como una descarga eléctrica. Uno de los atacantes la apuntó directamente con el dedo.
—¡Disparen!
La enfermera profirió un grito hasta desgarrarse las cuerdas vocales. Su cuerpo cayó inerte al pulcro suelo de la enfermería. Un charco de sangre se empezó a formar al rededor del cadaver. Los invasores se acercaron rápidamente y ejecutaron a la otra mujer que no tuvo oportunidad de esconderse.
Los estudiantes, profesores y demás empleados presentes se quedaron atónitos, sus acciones se detuvieron en seco. Se miraron entre sí, queriendo confirmar que todos tenían el mismo pensamiento.
—Búsquenla —ordenó uno de los criminales con voz fría y amenazante.
El pánico se apoderó de la escuela. Los estudiantes y el personal intentaban buscar refugio y escapar del alcance de los implacables invasores. La tranquilidad habitual se había esfumado, dándole paso al caos.
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El Deber de un Hombre
Ficción GeneralCarlo D'amore, líder de la Costa Oeste, envió a su única heredera a El Pozo, lugar en el que deberá superar diferentes pruebas y finalmente, convertirse en su sucesora. Sin embargo, solo los varones eran elegidos para ser los capos de la mafia, es p...