Capítulo 11 | Enemigo en Común

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La nieve había dejado de caer. Tenía la nariz roja al igual que sus ojos. Las lágrimas salían sin control y sus piernas no se detenían. Dejó de sentir su rostro y sus orejas que se habían congelado. Las ráfagas de viento movían su cabello de lado a lado con violencia, golpeándole las mejillas, pero eso no impedía que continuara corriendo. A lo lejos, las llamas de una fogata ardían con más fuerza, pero esta cada vez se alejaba más, más y más.

—¡Darlyn! —gritaba alguien a sus espaldas—. ¡Regresa, maldita puta!

El corazón lo sentía en la garganta. Su cuerpo sudaba a pesar del frío. Quería correr con más fuerza, pero algo parecía impedírselo.

El fuego estaba frente a él, pero no podía llegar. Sus pies resbalaron y cayó de boca en el suelo. Se limpió la nieve y giró para ver al hombre que se hallaba de pie. Esbozaba una enorme sonrisa, pero no logró ver quien se traba.

—¿Crees que ibas a poder huir de mí, angelito?

Él se abalanzó encima de su cuerpo y le sujetó las muñecas.

—¡Déjame! ¡No!

—Tu eres mía —Rio—. Jamás te dejaré ir.

—¡No, por favor! ¡Suéltame! ¡¡Suéltame!!

—¡Darlyn!

Y abrió los ojos.

Inmediatamente, su mirada conectó con la azulada del contrario. Él se encontraba encima suyo, con las piernas a cada lado de su cuerpo. Las manos del senca sostenían sus antebrazos, pero sin lastimarlo. Parpadeó un par de veces, sintiéndose desorientado hasta lograr recordar todo lo que había sucedió en los últimos días.

—Suéltame —dijo entredientes.

Este obedeció y se alejó de él. Darlyn colocó su espalda contra el cabezal de la cama. Mientras, Gen se sentó al borde de esta, sin dejar de observarlo. El rubio empezó a tomar fuertes bocanadas de aire y cerró los ojos. No supo cuantos minutos pasaron hasta que sintió como los latidos de su corazón disminuían la intensidad y sus manos habían parado de sudar.

Se había sentido tan real, como hacía tiempo que no le pasaba. Por esas razones extrañaba los cigarrillos, estos le hacían dormir mejor a su parecer, con ellos ya no había tenido ese sueño de la fogata y de aquel hombre persiguiéndolo.

—¿Quieres agua?

Asintió. Notó como el peso en el colchón se esfumaba y escuchó las pisadas del senca en la madera, alejándose. Darlyn lo buscó con la vista y lo encontró agachado, buscando en la nevera de la habitación. Una vez Gen se acercó a él, vió que este tenía una camiseta que dejaba expuestos sus brazos, en ellos y en el cuello del senca se podían ver líneas rojizas e incluso habían rastros de sangre seca. Cielos, ¿lo había atacado? Pero lejos de verse molesto por ello, lo observaba fijamente, como si esperara que volviera a gritar.

—Ah, carajo... —Suspiró mientras le entregaba la botella—. Creí que estaba devuelta en El Pozo cuando escuché tus gritos.

Gen dejó caer sus hombros y luego colocó sus palmas sobre sus caderas.

—Lo siento —dijo para después tomar un sorbo.

—Bueno, ya no creo que duden sobre la increíble noche de pasión que tuvimos.

Se quedó estático al escuchar aquello. Sintió su cara calentarse de sobremanera. Mierda, las marcas en Gen podrían parecer que un gato lo había rasguñado, o su pareja, y él era su pareja.

Diablos.

—Oh, Dios... ¿Qué van a pensar de mí? —Agachó la cabeza.

—No creo que seas tú el que deba preocuparse. Luce como si te hubiera forzado, dejemoslo así.

El Deber de un HombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora