Los Ángeles, California—¿En cuánto tiempo estará lista? —la voz de Alessandro resonó al otro lado de la línea, fría e impaciente.
—Estamos avanzando, pero no puedes esperar que ella aprenda todo sobre el Este de la noche a la mañana —respondió Ícaro, intentando mantener la calma.
—No pienso darle cinco años. Tiene dos meses, Ícaro. Dos meses o no será líder.
—¿Dos meses? ¿En serio? ¿Acaso tú lo aprendiste todo en un día? —Ícaro no pudo evitar el tono de reproche en su voz.
—No te pongas listo conmigo —replicó Alessandro con un tono cortante—. Ya estoy siendo generoso al darle esos dos meses. Si fuera por mí, ni se lo permitiría, pero como no quiero oír tus quejas, seré benevolente. Dos meses, ni un día más.
—Está bien, está bien. En dos meses estará lista.
—Ja, ni tú te lo crees. Lo único que va a hacer es el ridículo —se burló Alessandro, con un toque de desdén en su voz.
—Ya lo verás, te va a callar la boca, imbécil.
Ícaro colgó el teléfono con un golpe seco, apretando los dientes.
—Maldición... —murmuró para sí mismo, sintiendo cómo la presión empezaba a acumularse.
Tendrían que avanzar mucho más con el entrenamiento. Ícaro soltó un suspiro con pesadez. Esto sería difícil, pero por la seguridad de su familia, lo haría.
El aire estaba cargado de una mezcla de autoridad y resentimiento, un enfrentamiento silencioso que se reflejaba en los ojos de ambos. Carlo estaba sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, su figura proyectando una sombra que parecía abarcar toda la estancia. Su rostro, tallado por los años y la experiencia, no mostraba ni un atisbo de duda. Era el rostro de un hombre acostumbrado a ser obedecido.
Gen, por otro lado, permanecía de pie frente a él, con los labios apretados en una línea delgada. Sus ojos, aquellos ojos idénticos a los de su padre, ardían con una mezcla de incredulidad y furia contenida. Las palabras de Carlo aún resonaban en su mente, repitiéndose una y otra vez como un eco que no podía callar.
—¿Qué? ¿Quieres que vaya a Eslovenia? —Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera contenerlas, llenas de veneno y desdén.
Carlo no parpadeó, no mostró ninguna reacción. Simplemente la observó con esa mirada helada que había usado tantas veces para doblegar a sus enemigos, como si Gen fuera simplemente una más en la lista.
—Te irás a Eslovenia a pasarla con tu mujer —dijo con una calma que solo intensificaba el peso de su autoridad, como si su decisión fuera tan irrevocable como la ley misma.
Por un instante, Gen sintió que iba a estallar en carcajadas. La idea de que su padre, en medio de todo el caos que los rodeaba, pudiera siquiera sugerir algo tan ridículo, era casi cómica. Pero la risa se quedó atrapada en su garganta, reemplazada por una media sonrisa amarga que apenas logró esbozar. Inclinándose ligeramente hacia adelante, lo miró directamente a los ojos, desafiándolo con cada palabra.
—¿En serio? —El sarcasmo goteaba de su tono—. ¿Acaso no escuchaste lo que te dije? Siguieron a Darlyn, a Jared y a Due, y ningún maldito senca se dio cuenta. Habían vehículos llenos de nuestros hombres y ninguno pudo dar un reporte de lo ocurrido. ¿Y tú opinión es que debo ir a Eslovenia?
Carlo mantuvo su calma habitual, pero sus ojos se afilaron, una señal sutil de que había alcanzado el límite de su paciencia.
—En primer lugar, no es una opinión, es una decisión —respondió, su voz tan firme como una roca—. No olvides que aunque tú seas kralj, aún debes seguir mis órdenes.
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El Deber de un Hombre
Fiksi UmumCarlo D'amore, líder de la Costa Oeste, envió a su única heredera a El Pozo, lugar en el que deberá superar diferentes pruebas y finalmente, convertirse en su sucesora. Sin embargo, solo los varones eran elegidos para ser los capos de la mafia, es p...