Capítulo 5 | Jaula de oro

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En alguna parte de Nuevo México

José Luis se arregló mejor su corbata. Se aseguró de que su rostro estuviera limpio y sin ningún rastro de vello. Se pasó una mano por su cabello azul y sonrió, dando un guiño a su reflejo.

—Señor —habló Linda—, está llegando una camioneta.

Él, sin dejar de mirarse en el espejo, contestó:

—Que mis chicos los reciban con la hospitalidad que se merecen, o... con todo las balas que tengan.

Linda asintió, marcando un número y luego llevándose el aparato a la oreja. Mientras, José Luis salió de su oficina. Descendió por las escaleras de la mansión hasta llegar a la sala. En el sofá, sus dos preciadas joyas estaban ahí. Sus comisuras se levantaron, por el contrario a Aliena y Jeffrey que mantenían expresiones de seriedad e incertidumbre.

—Ya están de camino sus guardaespaldas —La voz de José Luis llamó la atención de ambos prostitutos—. Yo espero que los traten con el debido respeto, esto es un lujo, así que aprovéchenlo.

—Como si no fuéramos tu mejor mercancí...

—Gracias, José Luis —interrumpió Aliena—, tanto Jeffrey como yo estamos agradecidos.

La dura mirada de Aliena se posó sobre el más joven, quien solo pudo callar a la vez que rodaba los ojos. José Luis rio levemente al ver esa escena. Pasos se escucharon desde afuera. El proxeneta llevó su mano derecha hacia el cinturón de su pantalón.

—No podrás salvar a Jeffrey de su imprudencia todo el tiempo, mi sol.

Nadie pudo decir nada más cuando la puerta se abrió por dos de sus guardias.

Un hombre con largas ojeras, frente arrugada y piel flácida, ingresó al hogar. El sujeto tenía una prominente joroba y en su mano derecha portaba un bastón. Detrás de él, dos mujeres se hicieron visibles, las cuales cargaban con grandes mochilas en sus espaldas.

Jeffrey frunció el ceño y Aliena observó a los recién llegados detenidamente.

—Me alegra que hayan llegado, ¿cómo estuvo el viaje?

José Luis dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo. Caminó hasta ellos, aunque dejando bastante espacio entre él y sus invitados.

—Ha sido el vuelo más horrible que hayamos tenido —respondió una de ellas.

El de cabello azul no pudo evitar reír ante aquel comentario.

—Lo importante es que ya estamos aquí —dijo el canoso hombre—. José Luis, Paolo le manda saludos.

—Dele mis más sinceras gracias por acudir a mi llamado, y muy rápido he de reconocer —El proxeneta miró hacia Aliena y Jeffrey—. Por favor, no sean tímidos, saluden a sus nuevas guardaespaldas.

El más joven levantó sus cejas y abrió sus ojos, observándolas fijamente. No había conocido a otra mujer guardaespaldas que no fuera Linda, pero a diferencia de esta, ellas eran altas y esbeltas. Jeffrey no podía descifrar si los abrigos que portaban las hacían verse más grandes o si sus músculos eran tan grandes como pensaba. Aunque claro, no podía olvidar que guardaespaldas era sinónimo de carcelero.

Éstos serían unos días muy largos.

—Es un gusto conocerlas, me llamo Aliena y él es Jeffrey —habló Aliena, tratando de sonar lo más tranquila posible.

—Shepard.

—Jones.

—¿Así que estas señoritas son la mejor elección de Paolo? —inquirió José Luis.

El Deber de un HombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora