Nueva York, Nueva YorkLos rayos se veían a través de la ventana. El ruido de los relámpagos no eran suficientes para cubrir los gritos desgarradores que hacían eco por toda la casa. Un tembloroso Ícaro se apresuró hasta llegar a la oficina de la que alguna vez le perteneció a Maurizio. Abrió la puerta, encontrándose a Alessandro allí, sentado detrás del escritorio, con la cabeza agachada y sus dedos entre su cabello.
—Nada parece calmarla, ya traté de darle un té o unas pastillas, pero sigue gritando.
Para lo que podía importarle. Emilia se había casado con Maurizio por todos los lujos y el prestigio que obtendría al estar con uno de los magnates más poderosos del mundo. ¿Y ahora gritaba como si la estuvieran torturando hasta la muerte? Ridícula. Alessandro rodó los ojos y bufó.
—Emilia nunca quiso a mi padre y ahora hace un puto escándalo —dijo tratando de sonar divertido, pero lejos de ello, se veía abatido—. Voy a pegarle un tiro a ver si así se calla.
Ícaro, por otro lado estaba aún conmocionado. ¿Por qué Alessandro tenía que ser tan frío con una mujer que había perdido a su marido? Tal vez no hubieran tenido la mejor relación, pero esos lamentos no eran normales y los ataques de pánico que tenía eran preocupantes. Aún así, esto no parecía importarle a nadie de la familia.
Unos segundos después, la puerta se abrió, revelando a Gregorio y Famiano. Ícaro se movió para dejarlos pasar, aunque estos no repararon en su presencia.
—¿Cómo es posible que tengas tanto descaro, Gregorio?
—Deja de repetir lo mismo, por el amor a Dios.
—¿Y no vamos a hacer nada? —vociferó Famiano una vez se detuvieron frente al escritorio—. El Oeste asesinó a nuestro hermano, ¿a caso nos quedaremos de brazos cruzados?
—¿Y si no fueron ellos? ¿Te has puesto a pensar en todo lo que perderíamos si los atacamos?
Famiano gruñó por lo bajo. Odiaba eso de Gregorio. ¿Acaso él era muy ingenuo? Luego de tantos años, ¿acaso le quedaba alguna duda de que los sencas no tenían miedo de romper los tratados de paz? Ah, pero claro, creía que solo porque había vendido a su "hijita" al Oeste, a estos les daría alguna especie de remordimiento.
Por favor, desde el día en que la esposa de Gregorio murió, ya él tendría que estar seguro de que al Oeste nunca le temblaría la mano de asesinar a quién fuera con total de obtener poder. Eran ratas que habían llegado a donde estaban porque el primer líder del Este les dio la mano, no por mérito propio, eso era lo que pensaba cada sonce.
—Ya, por favor, me duele la cabeza. No quiero escuchar más escándalos.
Alessandro se acomodó mejor en la silla. Cuando pensaba sobre el día en el que se convirtiera en el capo del Este, supo que sería uno lleno de miseria y no se equivocó. Aún así, ya no había marcha atrás, ahora debía hacerse responsable de su actual cargo.
—Hay que ponerle un fin al Oeste —volvió a hablar Alessandro.
—¿Qué? —cuestionó Gregorio—. Yo no casé a mi unica hija para que volvamos a lo mismo.
—No te hagas el santo, Gregorio —lo frenó Famiano—. Sabes perfectamente porque encerraste a tu hija y la casaste con un perro como ese tipo. No fue por tu puta buena voluntad.
La verdosa mirada de su hermano conectó con los mieles iris de Famiano. El mayor de ambos respiró profundamente, pensando en como su familiar podía ser tan cínico de querer ocultar la verdad de las cosas. Famiano y Maurizio vieron de primera mano lo que aquél día de 1997, el día del atentado a la casa principal, como Gregorio pareció haber perdido la razón y la cordura. Sin embargo, ahora jugaba a ser un jodido moralista.
ESTÁS LEYENDO
El Deber de un Hombre
Ficção GeralCarlo D'amore, líder de la Costa Oeste, envió a su única heredera a El Pozo, lugar en el que deberá superar diferentes pruebas y finalmente, convertirse en su sucesora. Sin embargo, solo los varones eran elegidos para ser los capos de la mafia, es p...