ː͡➘₊̣̇ 14 | ☪

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  La rapidez con la que Minho llegó a su mansión y se alistó para la cena con Amelia fue inverosímil. Causó extrañeza a la muchacha tras llegar a la mesa con la respiración agitada. Si los padres de ambos chicos hubieran estado presentes, probablemente habría sido regañado.

  —Lo siento. No presté atención al reloj y pasó la hora volando —se excusó Minho y carraspeó.

  —Tranquilo. Aún no traen la comida —expresó Amelia.

  Como forma de pasar tiempo juntos, solían juntarse en la residencia del otro para disfrutar de una cena mientras conversaban. Por supuesto, solían estar a solas, a lo mucho con la presencia de los mayordomos y sirvientas que le traían la comida.

  Ese domingo tocó hacerlo en la mansión de Amelia que quedaba a unos kilómetros alejada de Londres. Minho no solía venir desde que eran niños. Le sorprendía que todo siguiera igual en estética.

  —¿Está todo bien? —preguntó su prima inquisitiva.

  —Sinceramente, estoy estresado —admitió frívolo. Justo llegó un mayordomo que le sirvió una taza de té—. Mi padre ha empezado a darme clases de economía, joder, son muy... ¡No!

  Cuando el mayordomo le echó azúcar al té, Minho lo detuvo sujetándolo de la muñeca. El mayordomo puso una expresión sombría y Minho le devolvió una similar.

  —No me gusta el té con azúcar —aclaró Minho.

  —Disculpe mi intromisión. Le traeré otro.

  La voz cínica del mayordomo asqueó a Minho y esperó que se fuera del salón con la taza en mano para quejarse. Encima que tenía un acento británico horrible.

  —Le caigo mal a tu sirviente —expresó Minho directo.

  —Minho, ¿cómo le vas a caer mal a Felix? —Para su sorpresa, Amelia se lo tomó con gracia. Los ojos de Minho se agrandaron.

  —¿Felix? ¿No era ese chico de la familia australiana que visitábamos de niños? —recibió un asentimiento de la muchacha—. ¿Y ahora trabaja para ti?

  —Es una larga historia, no te interesa escucharla. Solamente necesitaba trabajo y yo se lo di —dijo orgullosa. El susodicho apareció de nuevo y le entregó la taza de té a Amelia, aún sin traer la correcta para Minho—. Gracias, Felix.

  —El placer es mío —el mayordomo hizo una leve reverencia y se retiró. Eso sí, miró de soslayo a Minho con desdén y este, de nuevo, le correspondió igual.

  —Se le pegó ese acento asqueroso —se quejó Minho y Amelia frunció el ceño—. Tiene casi mi edad y aún no habla con acento inglés.

  —¿Desde cuándo le das importancia al acento?

  —¿Te das cuenta de que trabaja para la esposa del Conde Lee? —se apuntó a sí mismo con altanería. Su actitud disgustó a la muchacha—. Debería mostrarme respeto y, de paso, hablar bien. Bff, cuando niños tampoco nos llevábamos bien. Siempre trataba de hacernos discutir.

  —Me sorprende que la persona que ama ayudar a los pueblerinos se queje de un acento extranjero.

  —Y me sorprende que defiendas un acento pero que no te guste pisar el pueblo porque te da miedo que se te ensucie el vestido.

  —¡Minho!

  —Además, él se ganó su puesto gracias a su relación contigo —elevó los hombros como si él hubiera ganado en ese desliz de palabras—. En cambio, en el pueblo hay gente que se esfuerza por conseguir ganancias. En fin, ¿de qué sirve hablar de injusticias si todo lo que tenemos es heredado? Como sea.

🌾 ⁚ My Fallen Angel 𖧹 Minsung ⭑⤶Donde viven las historias. Descúbrelo ahora