Para un ángel que su único propósito e instinto era ser mensajero de Dios, no fue grato recibir múltiples cuestionamientos sobre el sentido del bien y el mal. Y pese a las exageradas amenazas sobre su exilio del paraíso si indaga...
Mientras un futuro conde y heredero era felicitado por la salvación de un niño, en el aclamado paraíso, no se percibía esa felicidad tan radiante.
Jennie, una novata ángel que se había quedado varada con su grupo en las misiones encomendadas, veía preocupada al arcángel superior. Cuando Christopher solía tener ese ceño fruncido y bloqueaba cualquier tipo de conversación con la mirada, sabía que nada iba bien en la estructura de trabajo.
¿Y cómo no? Había pasado mucho desde que Han Jisung no regresaba.
La pobre chica, preocupada del único amigo que tenía, se sentó en la rama de un árbol y suspiró. Donde sea que Jisung estuviera, deseaba su bienestar. Un chico tan sensible como él podía caer rápido en la incomprensión. Más si aún no superaba la pérdida de alguien que amó en demasía.
Y si es que regresaba, que no sufriera el mismo destino del último ángel caído. Jennie haría lo que fuera con tal que Jisung no cayera en la tentación del inframundo.
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La noche inundó Gran Bretaña y Minho ya estaba en su habitación junto a su recurrente compañía singular. Sorprendentemente, ambos estaban tan sumidos en sus pensamientos que ninguno había dado el pase a una charla.
A Minho le trajeron su pijama y se lo puso con aquel silencio que no parecía ser molesto. Ni siquiera hizo falta decirle a Jisung que desviara la mirada mientras se cambiaba de ropa. El ángel estaba pegado en la ventana.
Se recostó en su cama y apagó la lámpara a su costado. La habitación quedó a oscuras a excepción de la leve luz de la Luna que se presumía frente a su ventana. Fue recién ahí que Minho decidió cortar el silencio.
—¿Cómo te diste cuenta de que las ramas se quemaban?
Jisung observaba el jardín desde la inmensa ventana del cuarto. La pregunta de Minho lo hizo dudar un poco. No sabía si decirle la verdadera razón, la charla denigrante que esos hombres tuvieron sobre su persona.
—Me di cuenta solo —mintió Jisung—. No sabía qué hacer para sacarlas. Apenas vi a Jeongin correr se me ocurrió llamarte.
Minho tenía apoyada sus manos detrás de su cabeza. Veía el techo de su habitación y un escalofrío llenó su cuerpo.
—¿Qué hubiera pasado si no me lo decías? —fue una pregunta tan abierta que le dolió imaginar un escenario donde no hubiera logrado salvar a Jeongin.
—Lo mismo me pregunto —musitó.
—¿Tienes permitido hacer eso? —dijo como si le hablara a la nada—. ¿Intervenir en nuestro mundo de esa forma? ¿Es un determinismo el que tenemos o da igual con tal de seguir el libre albedrío?
Algo curioso que había notado Jisung estos últimos días era que Minho se cuestionaba mucho las cosas. No podía quedarse solo con lo que veía, tenía que saber los motivos de porqué todo su entorno existía como tal. Le enterneció de cierta forma, porque Jisung poseía la misma naturaleza curiosa.
