Al cabo de unos días juntos, nos empezamos a ver más seguido y hablábamos con más normalidad de amigos. Pasábamos tiempo en lo de Estella planeando, dibujando, imaginando, discutiendo. La familiaridad crecía. Damien sabía mucho de mí -que me había recibido de licenciado en Artes, dónde había trabajado antes de dedicarme a escribir e ilustrar mis historias, que no tenía hijos porque Leila no podía, la relación con mis tutores, cuánto detestaba ser alguien bajo el control de otros, cuánto quería a mis amigos Estella y Pocket-. Por mi parte seguía sin conocer prácticamente nada de él. Su habilidad para responder con evasivas era comparable a la de un político cuando le formulan preguntas incómodas. Sabía que su apellido era Thorn; me lo había dicho al preguntarle cómo se llamaba su empresa, que era simplemente su nombre, Damien Thorn S.R.L.
No se comportaba con la antipatía del principio; se movía con soltura y se entusiasmaba con mis ideas y propuestas. No obstante, las barreras seguían altas, y él se ocultaba dentro de una coraza tan evidente como el rojo de sus ojos hipnóticos, que a veces encontraba fijos en mí. Cuando lo pescaba, él se apresuraba a mirar hacia otro lado. No quería ilusionarme, pero la pregunta "¿Le resultaré atractivo?" Me obsesionaba. No sabía que esperar de la relación que iba forjándose entre nosotros. Me cansaba especular cuáles serían sus pensamientos; me enojaba ilusionarme. En ocasiones me convencía de que solo me buscaba porque le servían mis cuentos y personajes. En otras, cuando nuestras manos se rozaban casualmente o lo descubría estudiándome, me permitía soñar que me deseaba. Como fuese, la compañía de Damien Thorn era sanadora. Dormía bien, comía con ganas y no se me pasaba por la cabeza Leila, de continuo; si lo hacía, no me sentía disminuido ni humillado. Los comparaba, y me enorgullecía que el resultado fuese tan positivo a favor de Damien. ¿Cómo sería en la cama?
Al día siguiente me quitarían los puntos. En eso pensaba mientras preparaba unos sándwiches a manera de cena rápida. Damien entró en la cocina y me explicó una idea que acababa de ocurrírsele. Al final, me dijo:
-Pip, si esto resulta como pienso, te voy a hacer millonario.
-No me interesan las riquezas, Damien. Creo que causan más penas que alegrías. Con tener para vivir bien y pagar mis cuentas, me basta y me sobra.
Me di vuelta para buscar el queso y me quedé estático, hechizado por sus ojos clavados en mí. No los apartó. Se aproximó, tanto que eché la cabeza hacia atrás para no romper el contacto visual. Me acarició el cuello, y mi cuerpo reaccionó con la desmesura que reservaba solo para él. Acabó sujetándome por la nuca. Su presión fue gentil, aunque insistente, y terminé pegado a su torso. Bajó el rostro y, mientras me pasaba los labios por la frente y los párpados, decía:
-Te juro que intenté resistirme. Te lo juro, Phillip. Pero no puedo más. Perdoname.
¿Perdoname? No tuve de cavilar sobre el uso de la palabra. Cuando se apoderó de mis labios, el mundo desapareció junto con los problemas, la penas y las preocupaciones, y resultaba cursi decirlo, pero sentí que flotaba. Se trató de una de las sensaciones más vivificantes que había experimentado. Nunca una emoción tan pura y genuina había hecho latir mi corazón de otro modo en que Damien lo hacía con un beso. Me aferré a su cuello y le respondí desde la seguridad que me inspiraba su cercanía, el vigor de sus manos, la voracidad de sus labios y la ansiedad con que su lengua me penetraba. Cortó el beso y se retiró con los ojos cerrados.
-¿Por qué me pedís perdón?
-Porque estás vulnerable por la traición de tu marido y no quiero que pienses que estoy aprovechándome.
-No lo pienso. -Agucé los ojos y lo contemplé con suspicacia. -¿Acaso crees que lo hago para vengarme? -No asintió, tampoco negó. -No me conocés, Damien, pero quiero que sepas que no soy así. No uso a los demás para pelear batallas que me corresponde enfrentar a mí solo. Si respondí a tu beso, que vengo deseando desde la primera vez que te vi -Damien bajó la cara para ocultar la sonrisa-, es justamente por eso, porque te deseo.
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Una vez en casa
FanfictionAños en un matrimonio infeliz tardaría Pip para darse cuenta de que irrelevante es cuán perfecto te veas, o cuanto hayas pasado e incluso sufrido; toda materia tiene edad para perdonarse, toda creación merece ser. Vivir. Phillip Pirup, abrió los oj...