Capítulo 15: Diferente

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Despedí al taxista. Si Damien no me quería de regreso, iría a lo de Estella; conservaba las llaves. No dudé frente a la puerta, ni volví a preguntarme si hacía lo correcto. El instinto me indicaba que sí. Había confiado en Leyla y, después de más de diecisiete años en pareja, había creído conocerla como nadie, para terminar traicionado y humillado. Leyla constituía la chica ideal de acuerdo a los estándares de mis tutores, ¿y a dónde me había llevado eso? A los treinta y un años, tenía que empezar de nuevo. Y quería hacerlo de la mano de Damien.

Las pérdidas en el amor se me están haciendo sumamente dolorosas, no hay escapatoria ni parche suficientemente duradero que permita un atajo al inevitable proceso de duelo que requiere para dar lugar a una depreciación del dolor. Evidentemente, no será igual el dolor sentido después de un largo tiempo para pensar y decidir dejar a una pareja, que al de ser dejado de manera repentina. Tampoco es igual el dolor luego de perder al ser querido que es arrebatado por la enfermedad o la vejez que la separación de una pareja que nos ha hecho mucho daño. Pero todos estos ejemplos me muestran distintas maneras de vivir la separación, las pérdidas y el trabajo de duelo que cada una requiere.

¿Por qué un duelo? Porque lo que me hace sufrir no es estar lejos de Damien, sino continuar amándolo más que nunca.

Es como si las pérdidas fueran anudándose unas a otras, y me retrotraen hasta la primer experiencia de separación, abandono y desamparo. Por eso me siento abandonado, en el recorrido minucioso por los recuerdos repaso anteriores pérdidas, detalles, señales que parecían haber quedado en el olvido.

La sociedad actual impregnada de la exigencia a ser feliz muchas veces me  impide estar triste, la urgencia se impone al dolor y muchos duelos quedan acumulados, sin ser reconocidos y transitados. Hoy en día parece que estar triste no tuviera lugar, que sentir pena es no ser lo suficiente positivo —con la culpabilidad que puede ocasionar— y que hablar del dolor es por mero masoquismo o pesimismo. ¡Cuidado puedes deprimirte! confundiendo la función que la tristeza representa, el duelo inevitable a transitar y la gravedad de una alteración del estado del ánimo como es la depresión.

¡Disfruta de estar soltero! Me dijeron, con buenas intenciones, pero a destiempo, eso vendrá con la posibilidad del disfrute de la soledad y no cuando se vive el dolor de la soledad.

La posibilidad de estar a gusto con uno mismo y poder estar en soledad sin que signifique abandono depende de muchos de mis aspectos personales, de mis vivencias tenidas, de mis anteriores experiencias de desamparo o abandono. Y tengo un par para contar.

Había leído de un psicoloanalista británico, Donald Winnicott, él había  destacado el hito que representa en el niño el aprender a estar sólo en base a la experiencia de haberlo estado en presencia de otra persona. Estar solo —no como el hecho físico real de estar solo— sino solo en calma interna que tampoco nada tiene que ver con tener que ser o creerse ser autosuficiente de un modo omnipotente, sino más bien con no sentir que todo se destruye y uno se desvanece ante la ausencia de la mirada de otro.

Hay personas que presentan graves dificultades para estar solas, donde la intensidad del sufrimiento puede ser realmente abrumador; como yo.

Aunque, a este bache actual no lo voy a dejar ganar, quiero estar a su lado. Quiero. La palabra que menos utilize en mi vida, nunca pude elegir, creo que hasta estar con Leyla fue manipulación del miedo que existe en mi mente, en mi cabeza. Pero esta vez no quiero que me sobrepase.

Después de días azotado por una tormenta de cuestionamientos, en la que durante unas horas me proponía olvidarlo para cambiar de opinión en las siguientes, cansado no solamente mental sino físicamente, pálido, delgado, y ojeroso, la tarde anterior había decidido acabar con la tortura.

Me paré frente al espejo de la habitación de Estella, con determinación y la radio de fondo, me estudié durante algunos minutos. Mi voz rasgó el silencio al preguntar:

-¿Qué es lo que querés, Pip? En el fondo de tu corazón, ¿qué es lo que querés? Estar con Damien -me respondí.

La sinceridad y sencillez de la respuesta disparó en mí una energía que me puso en movimiento con una seguridad inexplicable, como inexplicable era la fe que depositaba en un hombre que había conocido pocas semanas atrás. Abandonarlo a él, dejarlo solo en nuestro mundo aparte coloreado de sol, playa, mar y cielo, habría sido el resultado de la cobardía, no de la sinceridad. Y me resultaba intolerable.

Así que me vestí y salí. Ahí me encontraba, frente a su casa, dispuesto a enfrentarlo, a sufrir su enojo, a exponerme a su rechazo. Estaba dispuesto a rogarle a que me atendiese, si era necesario.

Llamé a la puerta. Abrió Lilith. Me miró de arriba abajo, con desprecio.

-Si vino para seguir causándole dolor a Damien, mejor se me va llendo -me advirtió, con un dejo de acento litoraleño.

-Vine para pedirle perdón.

Se hizo a un lado y pasé.

-¿Dónde está?

-Hoy, por primera vez desde que usted se fue, salió a correr con Killer. Me costó convencerlo.

-Voy a buscarlo.

-Oiga, Phillip. ¿Usted qué piensa? ¿Que mi Damien mató a su mujer?

‐Creo que no lo hizo.

-Y cree bien. Nadie lo conoce como yo. Fui su nana, lo cuidé desde que era una criatura. Mientras la madre se paseaba por ahí, yo lo criaba. Y lo quiero como si fuese mío, un hijo. Para mí, Dami, mi niño... Él es el mejor.

–Le creo.

Nos quedamos charlando un poquito más, me habló de él, de lo que pasó, de sus tragedias, de su soledad, de lo lastimero que se veía en cama, sólo, sin su "tesoro"; yo. Se me calleron algunas que otra lágrimas que ella callaba con pequeños momentos de la infancia de Dami, como Lilith le decía. Se me hacía sumamente tierno. Me contó de una vez donde habían salido con sus primos a una casa de campo, hubo nevaba, ellos habían hecho muñecos de nieve, que Damien tiró al piso con echarles agua hirviendo encima que nadie sabe de donde había sacado. Ahogué una carcajada.

Damien era alguien diferente. Para mí, alguien perfecto.

















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Un capítulo corto. Mejor tarde que nunca.

Una vez en casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora