Con su ya normal expresión, encendía los aparatos y los aprestaba en una sala, y, para mi sorpresa, la vivacidad regresaba a él. Yo giraba y observaba, atónito, los detalles de las luces, de las butacas, la tosca vista y al mismo tiempo suavidad de los paneles de madera clara, la morbidez de la alfombra; opaca, para variar, y seguía prendado de las imágenes del recibidor y de un living que, a duras penas, había registrado mientras él me guiaba hacia ese recinto.
-Tu casa es muy linda.
‐Vení, sentate aquí -señaló, y no supe si había hecho caso omiso de mi cumplido o no lo había escuchado.
Me costó habituarme al manejo del joystick, pero al cabo de una hora, lo usaba con bastante familiaridad, lo que me dio ínfulas y me permitió subir de nivel en el juego. De seguro era pan comido para Damien, pero no para mí. Superarme me gustaba, y era obvio que a él también le complacía que subiese de nivel por la manera en que me alentaba y sonreía; hasta soltó un par de risotadas, que me hicieron perder el control sobre el artilugio. Era tan emocionante verlo feliz.
Cenamos en un ambiente de velas, junto a una ventana, desde la cual apreciábamos la rompiente de las olas. De pronto, cuando Lilith, la empleada, tan hosca y callada como él, estaba por servir el postre, me encontré contándole el porqué de mi temporada invernal en la costa. Él había asumido que buscaba un sitio para trabajar tranquilo.
-Estoy aquí, en realidad, porque me escapé. -Damien levantó las cejas sobre el filo de la copa y me traspasó con una mirada insondable. -Encontré a mi esposa en la cama, en nuestra cama, con otro. Con otro, no. Con un amigo mío. -Damien apoyó la copa tan lentamente que llamó mi atención, lo mismo que su gesto, que parecía haberse congelado en una seriedad que tenía algo de perturbadora. -Los eché a los dos y me quedé solo.
-Estuve como paralizado durante unos días, hasta que sufrí un ataque de llanto, una catarsis, y entonces una de mis mejores amigas me dio las llaves de su casa en la costa y me despachó para acá.
Sorprendido por la ecuanimidad con que había resumido la debacle, sin que me temblase la voz, ni que se me llenasen los ojos de lágrimas, tuve la sensación de que contaba la historia de otro hombre.
-Comprendo -masculló Damien, tenso, enojado.
-Perdoname. No tenía por qué contarte este bajón. Arruiné la buena onda de la noche.
-No, para nada. Me gusta que me lo hayas contado.
-No sé porque lo hice -admití-. Quizá sea más fácil hablar con un extraño que con alguien conocido.
-¿Qué vas a hacer ahora? Digo, una vez que regreses a la ciudad.
-Uf... No lo sé. Supongo que lo primero será buscar un abogado para iniciar los trámites de divorcio.
-Puedo recomendarte uno. Es excelente.
-Gracias. Aprecio el ofrecimiento.
-De nada. Y en cuanto a que soy un desconocido, espero que eso cambie en el futuro inmediato. -El corazón subió a la garganta y volví a ruborizarme, como cuando estaba en el secundario. -Si hacemos el negocio que tengo en mente, podríamos llegar a ser socios y a conocernos muy bien.
"Ah, sí", me desinflé. "Socios. ¿Qué pretendías, Pip? ¿Que el modelo de revista lleno de plata te mirase a vos?
-¿De qué se trata tu propuesta?
-Como te conté antes, quiero desarrollar una línea de videojuegos para los más chicos. En estos días, compré tus libros en versión digital...
-¡Oh! Gracias.
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Una vez en casa
FanficAños en un matrimonio infeliz tardaría Pip para darse cuenta de que irrelevante es cuán perfecto te veas, o cuanto hayas pasado e incluso sufrido; toda materia tiene edad para perdonarse, toda creación merece ser. Vivir. Phillip Pirup, abrió los oj...