O7. Snap Out Of It

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—Vamos Luke, hay que mostrarle a los pequeños el patio de entrenamiento.— dijo Jacaerys a su hermano, tomando en sus brazos al pequeño Viserys de cuatro años.

—¡Si, si, si!— apoyó Aegon de seis, brincando mientras tiraba de la ropa de su hermano Alfa.

Lucerys asintió con una sonrisa temblorosa, mientras sus hermanos comenzaban a caminar él se inclinó, acariciando las hebras doradas de sus niños para susurrarles. —No se aparten de mi, este lugar es un nido de víboras.

Cuando ambos infantes asintieron en comprensión los tomó de la mano y se encaminó tras Jace y los otros dos niños, Baela, Rhaena y Joffrey habían ido a tomar el té con Helaena así que solo serían ellos. Jacaerys les mostró a los pequeños todos los lugares que consideró interesantes, les enseñó la vieja marca en la pared causada por la espada de Cole muchos años atrás, describió todas las armas de las mesas mientras las repasaba con la mano que no usaba para cargar a Viserys.

De repente las personas comenzaron a aglomerarse en un área abierta del patio, llamando la atención de los niños y el mayor de los hermanos. El pequeño Aegon corrió intentando buscar un espacio libre para ver lo acontecido, Jacaerys llegó siguiendo al niño, curioso por la demostración de fuerza que estaba dando su tío Aemond con Cole. Lucerys se acercó poco después, metiendo a los niños bajo su suelta capa azul Velaryon.

El intenso olor a Alfa de su tío lo estaba poniendo nervioso, no tenían para nada una buena relación después del incidente en Driftmark, él defendiendo la vida de su hermano había causado un daño permanente en el mayor y este ahora lo odiaba, tanto que ni siquiera sus muchas disculpas sirvieron para menguar el sentimiento, en algún punto Lucerys también dejó de intentarlo y todo se volvió frío entre ellos, tanto que no se habían visto desde hacía más de siete años, la última vez fue por uno de los cumpleaños del Rey y al último que asistieron después del incidente de Driftmark cinco años luego de que aconteció.

Cuando Aemond derribó a Cole sosteniendo una espada en su cuello la pelea terminó, compartieron algunas palabras y después el rubio se recompuso mirando directamente hacia él, un escalofrío recorrió su cuerpo y un sonrojo traicionero surcó sus mejillas al tener la atención del Alfa, quién preguntó si venían a entrenar para inmediatamente pasar su vista a los niños que estaban semi ocultos bajo su capa cuerpo.

—Veo que tienes compañía sobrino.— susurró el mayor con voz peligrosa, Lucerys apretó los rostros de los niños en sus costados encarando al mayor con toda la determinación que pudo reunir, intentando no reaccionar al olor pesado a madera quemada y café tostado.

—Son mis protegidos tío, Alphonse y Edward Elric, están bajo mi resguardo.

El Alfa entrecerró los ojos frunciendo la nariz con molestia mal disimulada. —Hmp, dudo que un muchachito Omega escuálido pueda proteger algo.— se burló.

—¿¡Que...— el castaño tapó la boca de Edward y lo sostuvo antes de que se abanzara con gritos hacia el príncipe mayor, no podía dejar que el niñoactuara imprudentemente, eso solo los dejaría en una situación peor. Jacaerys estuvo a punto de irse contra su tío también por la ofensa pero fue detenido por la mano restante del agraviado, dejando que el rubio se diera la vuelta y saliera del lugar dando largas zancadas.

—No causen problemas apenas llegan, Jace, hazle caso a papá y aprende a controlar tu temperamento.— le dijo Lucerys en voz baja mientras el tumulto se esparcía, dándoles miradas curiosas y juzgonas.

El Omega soltó la boca del niño y le susurró una disculpa por su brusquedad, el rubio solo desvió su mirada un un puchero inconforme, quería golpear al tuerto engreído.

—Él te ofendió.— alegó su hermano.

—No moriré por un agravio tan gastado, enorgullece a nuestros padres y no escuches lo que dicen, sus palabras demuestran más de ellos que de nosotros.— Lucerys le dio un último apretón suave al amplio brazo de su hermano y comenzó a caminar lejos, era hora de llevar a los niños a sus habitaciones para descansar de las molestas miradas antes de que Ed se volviera a salir de sus casillas.







Aemond estaba molesto, no había una razón particular para su horrible temperamento del día pero el volver a ver al bastardo de su sobrino lo había hecho hervir en cólera, el mocoso no solo tenía el descaro de presentarse en la corte con dos chiquillos desconocidos sino que además osaba apretarlos contra su cuerpo, escondiéndolos bajo una capa de colores que no merecía portar y tras su delgada figura Omega, envolviendo en sus  brazos a sos niños que claramente estaban impregnados con su olor como si fueran sus propios hijos.

Un bastardo con sus propios bastardos, daba risa. Aunque él sabía que Lucerys no los había dado a luz por las edades aparentes de los niños y las historias murmuradas de su origen, eso no le quitaba que ahora Luke tenía a dos mocosos ilegítimos tomados como propios, debe reconocerle que en eso sí se parece a Laenor Velaryon.

Sus dientes dolían y sus feromonas estaban comenzado a desestabilizarse, justo como la última vez que se había visto, cuando el menor tenía diez años y estaba recién presentado como Omega y él era un puberto de trece que no podía controlar sus traicioneros instintos, terminando empujando e insultando al horrible niño bonito que corría tras él con los ojos llorosos suplicando su perdón. Cuántas malditas veces no tuvo que encerrarse en su habitación con un problema entre las piernas solo por oler el hedor a prostituta que salía del bastardo, Aemond pasó horas arrodillado suplicando perdón a los Dioses por todos los lascivos pensamientos que se colaban en su mente sin permiso.

—...¿Entonces podremos comer pay de manzana en la cena?— escuchó decir a una voz infantil por un pasillo transversal a dónde estaba.

—Le pediré a los sirvientes que lo preparen especialmente para ti.— se dejó oír la voz de su sobrino.

—¡Viva!— chilló el niño abrazándose a la cintura de Lucerys.

Aemond los observó pasar uno segundos, se quedó ahí esperando a que los tres mocosos desaparecieran por otro pasillo antes de salir de dónde estaba y encaminarse a su propia alcoba, con un humor aún peor que antes ante la visible muestra de afecto de su sobrino y el chiquillo.

Rechinó sus dientes con hastío, estampando fuertemente la puerta de su recámara, ese maldito Omega siempre lograba sacarlo de su juego y él lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba tanto. No se conformaba con haberle quitado el ojo sino que también se atrevía a causar reacciones en su cuerpo e instintos.

Miró con humillación la erección que se escondía bajo sus pantalones, ver al bastardo haciéndose el valiente con él parq proteger a un par de cachorros... Mirarlo ser amoroso y maternal, oler esa maldita fragancia dulce que seguía picando en sus narices, lo estaba volviendo loco.

Se metió al baño y con frustración se quitó la ropa y se hundió en la fría agua de su tina, ahí, sin el parche sobre el zafiro en su cuenca intentó destraer su mente con cualquier cosa que no fuera Lucerys, el Omega y sus rosados labios, con su delgado cuerpo y estrecha cintura, rizos rebeldes que surcaban su rostro pálido y ojos verdes tan claros como las hojas más jóvenes en un árbol.

Maldijo a su mente viendo como su pene se negaba a bajar, con un suspiro frustrado comenzó a antenderse, lejos de los ojos extraños, de Lucerys y la decepción de su madre por desear a un bastardo.






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