33. As the World Caves In

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La fortaleza se sentía desolada, había más silencio del normal y nadie se atrevía a hablar de lo sucedido en voz alta. El príncipe Lucerys llevaba días encerrado en su habitación sin dejar que nadie entrara además de sus jóvenes protegidos, ni sus padres, abuelos o hermanos eran bienvenidos, tampoco su esposo. Aemond fue vetado del lugar el mismo día que el Velaryon despertó, Lucerys había gritado que no quería verlo cerca, arrojándole la primera almohada que tuvo al alcance y exigiendo que saliera.

Los sirvientes tampoco tenían permitido pasar así que las comidas diarias eran depositadas frente a las puertas, al igual que las palanganas de agua para los baños del principe. Edward y Alphonse se encargaron activamente de mantener todo en orden para su padre, preparaban su baño, lo ayudaban a comer y trataban de mantenerlo calmado.

El castaño había creado un nido y se negaba a salir de él a menos que fuera estrictamente necesario, también se ponía muy ansioso si alguno de los rubios intentaba salir por lo que ellos tendían a turnarse para realizar cualquier actividad antes de volver lo más rápido posible. Sus feromonas eran un desastre de tristeza, dolor, ansiedad y culpa, solo lograba tranquilizarse teniéndolos a ambos en los brazos, marcándolos con su olor y acariciando sus cabellos con tanta ternura y cuidado como le era posible, temeroso de perderlos también.

Con el paso de las semanas, y gracias a las palabras de apoyo de los chicos Lucerys comenzó poco a poco a levantarse, no salía pero al menos tomaba sus comidas en la mesa junto al balcón, pasaba algunas tardes leyendo o escribiendo sobre el diván. Sus hormonas y emociones también se apaciguaban lento pero seguro, los días de introspección y tras darse el suficiente tiempo para calmar sus propias tormentas mentales, el Omega por fin logró recomponerse y dejar su habitación.

Fue justo una luna después de lo sucedido, el castaño se vistió con un elegante conjunto negro de pantalón liso y un jubón abajo de las rodillas, en su cintura había un sencillo cinto plateado y el cuello alto tenía pequeñas placas de hipocampos, sus botas negras y guantes en el mismo tono acompañaron su luto dejando solo su rostro expuesto, sus cabellos ahora le rozaban la barbilla y se encargó de peinarlos adecuadamente hacia atrás.

Al salir fue recibido con gran alegría por su familia, quienes no perdieron el tiempo para llenarlo de abrazos y buenos deseos. Toda la corte además se unió a las plegarias ofreciendo también el pésame por la muerte de su bebé. Lucerys aceptó agradecido cada una de las palabras antes de pedirle a Ser Erryk que lo llevara al lugar donde se realizó la pira fúnebre de su hijo, bueno, realmente fue algo apenas necesario ya que el feto no había logrado formarse adecuadamente pero sus restos fueron tratados con el respeto que cualquier fallecido de su casa merecía, él sabía que las escazas cenizas se enviaron a Driftmark para que se lanzaran al mar según lo dictaba la tradición de su casa pero aún así quería ver el lugar.

Se paró ahí por horas, simplemente viendo la hierba quemada en completo silencio hasta que escuchó pasos a sus espaldas, no se dio la vuelta, él reconocería esas pisadas en cualquier lugar. Dejó que Aemond se colocara a su lado, con menos de un metro de distancia entre ambos y el viento sacudiedo sus cabellos.

-Te culpé un tiempo, no mucho realmente.- dijo mientras miraba de reojo como el mayor se encogía en su lugar. -Si no hubieras insistido en que tratara a tu madre nada de esto habría pasado.

-Lo sie-

-Pero no es así, nada de esto es culpa tuya y no tiene caso pensar en el hubiera.- interrumpió Lucerys. -Lamento haberte dejado solo este tiempo, sé que fue muy difícil para ti también.

El castaño se giró para enfrentar a Aemond, quien temblaba de pies a cabeza con una mueca dolorida en el rostro. -Estabas en tu derecho.

-Si, necesitaba estar solo y llorar mi sufrimiento.

El silencio reinó unos segundos antes de que el platinado lo rompiera. -No quiero perderte, te amo más que a nada y sé que el dolor que sentimos no desaparecerá pero aún así quiero pasar el resto de mis días contigo.

Lucerys tomó una de las manos ajenas que se apretaban dolorosamente a su costado, atrayendola a su pecho. -Te amo también.- susurró, permitiendo que Aemond se acercara para abrazarlo.

Se aferraron el uno al otro dejando las lágrimas correr libremente por sus rostros, sollozando y temblando como la hierba bajo sus pies. Solo cuando el ocaso se llevó la luz de día se separaron y en silencio emprendieron camino de regreso a la fortaleza, con las manos enlazadas y un poco menos de pesar en los corazones.

Alrededor de dos lunas después Lucerys, su esposo e hijos adoptivos salieron del Red Keep rumbo a Driftmark, el Velaryon quiso pensar que lo hacía únicamente por su deber como heredero, que en realidad no estaba huyendo del dolor que le transmitían esas paredes, los recuerdos y fantasmas que abrazaban sus piernas. Quería ver el mar, sentir las olas que se llevaron las cenizas de su no nacido y poder despedirse adecuadamente, sanar era un proceso lento pero no implicaba olvidar, él recordaría y honraría el recuerdo de esa vida que ni siquiera pudo terminar de crearse.

El tiempo es una cosa extraña, una forma en la que las personas le dan sentido a sus vidas. Los años corrieron y Laenor tomó el trono de Driftwood mientras su hijo, yerno y nietos no oficiales viajaban entre las ciudades libres creando rutas comerciales, enriqueciendo las arcas de Driftmark y expandiendo el conocimiento de los jóvenes Elric, que intentaban recuperar cualquier texto referente a la alquimia. Para cuando regresaron a Westeros Lucerys ya había cumplido veintiséis años y portaba una prominente barriga de embarazo.

Corlys II Velaryon nació una fresca mañana de ese largo verano, de ojos verdes, piel pálida y cabello plateado con rizos Velaryon. Sus padres, abuelos y hermanos, todos estaban encantados con el pequeño quien apenas presentaron ante la corte fue el centro de múltiples propuestas de matrimonio, no había un Lord en el reino que no deseara emparentarse con la línea principal de los Velaryon, su nivel de riquezas ya se ostentaba como la más grande del los Siete Reinos incluso antes de los aportes de Luke pero ahora era aún más exorbitante, cualquiera con dos dedos de frente desearía poner a su hijo o hija como consorte del futuro heredero.

Laenor como señor de las mareas se encargó de rechazar todas y cada una de las propuestas, alegando no estar dispuesto a comprometer la mano de un bebé de brazos. No eran cualquier casa y nadie pudo alegar una ofensa por el rechazo pues enemistarse con ellos era una decisión increíblemente estúpida que nadie estaba dispuesto a tomar, así que no les quedó otra alternativa que aceptar lo dicho y esperar una oportunidad futura, cuando el niño tuviese edad para elegir pareja.

Ese mismo año Visenya se hizo jinete de Silverwing con once años, uniéndose a Viserys II, el jinete de Sheepstealer, como el segundo hijo de la Reina que domó a su dragón en lugar de incubar un huevo. Aegon el joven por su parte ya era capaz de montar cómodamente a Borrasca, quien había crecido bastante y si nació de un huevo.



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⏰ Última actualización: Mar 11 ⏰

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