Capítulo segundo(parte 2)

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contextura fuerte.


-¿Dónde lo encontraron?


Los shuar se miraron entre sí, dudando entre responder o no hacerlo.


-¿No entienden castellano estos selváticos? -gruñó el alcalde.


Uno de los indígenas decidió responder.


-Río arriba. A dos días de aquí.


-Déjenme ver la herida -ordenó el alcalde.


El segundo indígena movió la cabeza del muerto. Los insectos le habían


devorado el ojo derecho y el izquierdo mostraba todavía un brillo azul. Pre-


sentaba un desgarro que comenzaba en el mentón y terminaba en el hombro


derecho. Por la herida asomaban restos de arterias y algunos gusanos albinos.


-Ustedes lo mataron.


Los shuar retrocedieron.


-No. Shuar no matando.


-No mientan. Lo despacharon de un machetazo. Se ve clarito.


El gordo sudoroso sacó el revólver y apuntó a los sorprendidos indígenas.


-No. Shuar no matando -se atrevió a repetir el que había hablado.


El alcalde lo hizo callar propinándole un golpe con la empuñadura del


arma.


Un delgado hilillo de sangre brotó de la frente del shuar.


-A mí no me vienen a vender por cojudo. Ustedes lo mataron. Andando.


En la alcaldía van a decirme los motivos. Muévanse, salvajes. Y usted, capitán,


prepárese a llevar dos prisioneros en el barco.


El patrón del Sucre se encogió de hombros por toda respuesta.


-Disculpe. Usted está cagando fuera del tiesto. Esa no es herida de


machete. -Se escuchó la voz de Antonio José Bolívar.


El alcalde estrujó con furia el pañuelo.


-Y tú, ¿qué sabes?


-Yo sé lo que veo.


El viejo se acercó al cadáver, se inclinó, le movió la cabeza y abrió la herida


con los dedos.


-¿Ve las carnes abiertas en filas? ¿Ve cómo en la quijada son más


profundas y a medida que bajan se vuelven más superficiales? ¿Ve que no es


uno, sino cuatro tajos?


-¿Qué diablos quieres decirme con eso?


-Que no hay machetes de cuatro hojas. Zarpazo. Es un zarpazo de


tigrillo. Un animal adulto lo mató. Venga. Huela.


El alcalde se pasó el pañuelo por la nuca.


-¿Oler? Ya veo que se está pudriendo.


-Agáchese y huela. No tenga miedo del muerto ni de los gusanos. Huela


la ropa, el pelo, todo.


Venciendo la repugnancia, el gordo se inclinó y olisqueó con ademanes de


perro temeroso, sin acercarse demasiado.


-¿A qué huele? -preguntó el viejo.


Otros curiosos se acercaron para oler también los despojos.


-No sé. ¿Cómo voy a saberlo? A sangre, a gusanos -contestó el alcalde.

UN VIEJO
 QUE LEÍA NOVELAS 
 DE AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora