Damián
La alarma por la mañana no sonó y pasé de largo dos horas exactas negándome la posibilidad de siquiera tomar una ducha. Tuve que correr a las cuatro de la madrugada cuando desperté y vi que faltaba apenas una hora para que el avión despegara. Me vestí en menos de veinte segundos y tomé un taxi lo más rápido posible.
Al llegar al aeropuerto pasé por todas las secciones que requería, entre ellas migración y luego me senté a esperar que me llamaran, por si no fuera poco se me olvidó traer dinero en efectivo y solo traje tarjeta cosa que hubiera sido conveniente si tan solo la luz de aquellos locales no se hubiera ido.
Un día de mierda para ser sinceros.
Me dolía tanto la espalda por los incómodos asientos que había alcanzado cerca de la puerta de embarque que maldecí un par de minutos hasta que me cansé.
Creo que mi vida es bastante agotadora, soy enfermero y la mayoría del tiempo paso encerrado en la clínica con los turnos, intento tomar cada uno que sea voluntario ya que la verdad no tengo nada que hacer en casa, soy soltero, no tengo hijos y paso muy sólo cosa que detesto. Mi madre siempre insiste en que descanse, que no me sobre exija y puede que tenga razón, aunque si supiera como me siento no creo que me presionaría tanto.
—¡Señores pasajeros dirigirse a la puerta de embarque número 301! Nuevamente, señores pasajeros... —busqué mi maleta y mi mochila antes de seguir las instrucciones que decían por el parlante.
Finalmente pude sentarme e intentar disfrutar mi vuelo, pero no todo en la vida es fácil ni color de rosa ¿verdad? Porque se acaba de sentar una señora con un bebé a mi lado.
¿Por qué me pasa esto a mí?
—¡Bwaaa! —la criatura me miró y comenzó a llorar como si no hubiera un mañana.
—¿Que? ¿Tan feo me veo? —le susurré bajito y el nene estiró sus manitos—. Ah, que amable tú.
La madre sonrió al verme jugar con él, pude calmarlo y eso que no soy muy fan de los niños. Me gustó poder ayudar y no tener a alguien gritando en mi oreja, claro. Después de todo pude cerrar mis ojos y caer en los brazos de Morfeo.
Dylan
Acurrucado entre las mantas me refugié y soñé, es lo mejor que puedo hacer, ese momento en la noche donde puedo imaginar con libertad lo que tú quieras. Es tan especial para mi esas horas en las que puedo pensar en cómo sería tener una buena vida, sin preocuparme por lo que comeremos mañana ni quien nos estará cobrando la renta para luego amenazarnos que quedaremos en la calle.
Hoy hace muchísimo frío, es una de las noches más heladas aquí en la ciudad y Noah duerme profundamente apoderándose de la manta que logré conseguir en una tienda el día de hoy, no me gusta robar, si fuera por mí nunca lo haría sin embargo por mi hermano hago lo que sea y sé que él también, pasamos necesidades básicas que nadie debería tener.
¿Por qué la vida es tan injusta para algunos? ¿Por qué no puedo sentir seguridad?
Me rodeo de personas que me odian por el solo hecho de parecerme a alguien de la familia en el aspecto y no solo eso, tengo que esforzarme por permitirnos quedarnos aquí, pero me cansé, nuestra tía quien es la que tiene nuestra custodia es una alcohólica que ni se preocupa si existimos o no.
La semana pasada Noah estuvo resfriado por el frio que entra en la ventana, como no, si tenemos un pedazo de papel como cortina y dormimos en el piso. El pobre temblaba con fiebre y tuve que ir a rogarles a los de la farmacia que le dieran algún medicamento, lo hicieron, pero llamaron a la bruja de mi tía y me encerró en el sótano completamente oscuro. Estaba aterrado y no he podido dormir tranquilo hace días.
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Small steps
Teen Fiction¿Quién diría que los pequeños pasos podrían cambiarlo todo? Damián White, un enfermero que trabaja en una de las mejores clínicas del país se encontraba de vacaciones en New York, cuando de la nada se le cruzan dos chicos de edad desconocida para él...