Ese año se caracterizó en todas las fuentes de información como el más frío y lluvioso del siglo veintiuno; cada tarde sin falta el cielo se nublaba y un fuerte viento recorría cada calle de la ciudad, más tarde el agua empezaría a precipitarse con devoción y dificultaría el camino para los transeúntes.
El tráfico vehicular era un tedioso espectáculo de presenciar y de ser participe, pero todos los conductores estaban de acuerdo en que era mejor estar dentro de su auto a estar fuera y congelarse las pelotas. Por si el viento no era suficiente, la lluvia servía para mojar las ropas y hacer que se pegaran a la piel; correr podría ser una opción pero solo en la medida en que los zapatos salpicaban los pantalones y terminaban por hacer un desastre con el agua.
La cresta de contagios por resfriados y gripes alcanzó un punto importante en el mes de julio, autoridades locales promovieron campañas de vacunación y abrieron refugios en los barrios más pobres como un intento de mantener con vida las desdichadas personas que no tenían hogar o que sí lo tenían, pero eran deficientes en la protección de la fuerte calamidad que azotaba la ciudad.
Algunas personas que eran un poco más afortunadas no tenían que pasar por esos trámites y hasta se podían divertir en la calidez de sus hogares, disfrutando de la compañía de sus seres queridos y deseando no salir de casa hasta el próximo día.
No obstante, hubo una noche en particular donde la rutina fue como una sobada para el clima, quien no pareció tener remordimientos en dejar caer una fuerte nevada. Ese hecho por sí solo era demasiado extraño, nevar a finales de julio era algo muy poco visto y que desde luego, alarmó a todos en caso de que el fin del mundo estuvieran cerca, o como le gustaba llamarlo a los paranoicos que tenían cierta tendencia a los hábitos conspiranoicos, culpando al gobierno y a todo mundo en general, pero librándose sabiamente a ellos mismos. Ya sea del lado de la lógica o de las emociones, la gente de los alrededores se sintió profundamente confundida y temerosa.
En la densa nevada no era posible ver por la ventana con claridad, miles de copos cayendo por segundo dificultaban la vista. Quizá por eso nadie vio a una persona sin hogar caminar entre la bruma.
Sus pasos eran inestables, laxos y débiles. Su cuerpo estaba echado hacia enfrente tratando de sobrellevar la fuerte corriente de viento, el cabello y las cejas las tenía cubiertas de copos de nieve, sin embargo, sobre su delgado cuerpo solo había una ligera capa que no cubría lo suficiente, revoloteando con el aire y amenazando con irse en cualquier segundo. El hombre sostenía con una de sus manos el frente de la capa, haciéndola un nudo con su puño y negándose a soltarla, incluso si eso significaba perder todo el movimiento de sus articulaciones. Su cara se agachaba para proteger la nariz y la boca con la tela en un pobre intento de contener la tos que raspaba sus pulmones.
El vagabundo tosía con fuerza, sintiendo su garganta como la lija; pero eso no era suficiente como el recuerdo que persistía en su cabeza: había visto a la persona más amada caer, dejar rebotar su cuerpo contra el frío suelo, soltar su último suspiro y ver la luz de sus ojos apagarse como una llama entre la ventisca.
Lo había vuelto a ver. Había vuelto a pasar. El vagabundo gimió de dolor, deteniendo su pasar y dándose cuenta de que no tenía sentido seguir avanzando. No tenía donde ir, ¿Por qué avanzar, entonces? Estaba completamente solo en el mundo, nadie lo esperaba y nadie lo extrañaría si de repente dejara de respirar. Todas las personas importantes habían sido dejadas atrás, y la única que había amado estaba muerta.
¿Por qué aferrarse al tormento de seguir caminando a un futuro que no tenía nada bueno para él? ¿Por qué ser necios cuando su momento de serlo ya había pasado? Lo había intentado todo y aun así el resultado de las cosas había terminado de ese modo, ¿Era su actuar, impulsado por un sentimiento egoísta y cruel o por el contrario, era tormentoso y doloroso?
¿Para quién, exactamente, estaba haciendo todo eso?
El eterno compañero al que estaba ligado no era justificación, él mismo tampoco debería serlo, ¿Si es así, por qué seguir?
Cuando llegó a esa fatal conclusión, pareció como si el viento de su alrededor hubiera dejado de importar, bajó la mano que había sostenido la capa y la había dejado ir. Sus ojos se enrojecieron con fuerza y al segundo siguiente empezó a llorar.
Los sonidos hechos por su garganta eran diferentes a los esperados: se carcajeó en medio de la nada. Su cuerpo se inclinó aún más hacía delante hasta el punto en que no pudo mantener el equilibrio e inevitablemente cayó, su mano se apoyó de improvisto en la congelada acera mientras que se seguía riendo. Una carcajada nerviosa e histérica. Al borde del colapso.
Los vecinos escucharon ese sonido y aunque querían ver qué pasaba y quién era el lunático que se atrevía a hacer tal escándalo en medio de una nevada, no pudieron más que quedarse con la duda debido a la poca visibilidad de los vidrios en casa. Su poca compresión del tema se vio mermada cuando de la nada, la risa histérica fue cambiada poco a poco por gritos desesperados y un llanto descontrolado.
Los dedos frenéticos que se comunicaban con los demás vecinos a través del chat grupal que tenían, se detuvieron al unísono por el inminente escalofrío que les recorrió la columna vertebral al escuchar la desesperación en ese hombre que se deshacía en gritos a la mitad de la calle. El vagabundo, ajeno a todo el alboroto que estaba ocasionando en los oyentes, dejó que sus rodillas flaquearan y se flexionaran hasta que el sordo ruido de su cuerpo cayendo se hizo presente.
Estando en el frío piso lleno de nieve acumulada, el vagabundo no lo soportó más y sus manos fueron a parar a su cabello semi largo lleno de copos de nieve. Sus lastimados dedos con llagas y cortaduras se enroscaron en las hebras de cabello, jalándolo y tirando de él hasta que pareciera que se lo iba a arrancar de un tirón. Su cara torcida en el más puro de los horrores estaba bañada en lágrimas y en sangre por la herida que se abría en el nacimiento del cabello y que debido a los tirones, se había vuelto a abrir dejando escapar un manantial de sangre que salpicaban la blancura de la nieve.
Una frase que a primera vista podría parecer como un mero delirio del vagabundo se repetía como un ciclo sin fin saliendo de su atrofiada garganta, a veces gritándola a los cuatro vientos y otras susurrándola como si fuera el mayor de los secretos. Lo cierto es que de tanto repetirla había perdido su sentido y quién quiera que la escuchara, tardaría al menos un par de minutos en comprender lo que decía.
Para el vagabundo era como una condena, lo único que tenía sentido dentro su dolor.
Los vecinos ansiosos de querer terminar con el sufrimiento ajeno llamaron a una ambulancia y a una patrulla, los cuales no tardaron en venir a auxiliar. Pero antes de que llegaran, uno de los vecinos que hasta el momento había estado durmiendo profundamente tenía una expresión confundida y molesta por el alboroto que había interrumpido su sueño. Sin ver su celular que rezumbaba de notificaciones por parte de los demás vecinos, se puso un abrigo, un gorro, una bufanda y ya en la salida, se agachó para ponerse unas botas. Era un hombre de alrededor de treinta años con el entrecejo fruncido y una cara de estreñimiento.
Salió de la calidez de su casa para enfrentar el crudo invierno anticipado y miró al vagabundo que se había detenido a gritar y lamentarse en su puerta. El vagabundo lloraba sin consuelo todavía arrancándose cabellos y con la cara torcida, sin más remedio el hombre recién salido se agachó.
"Oye, ¿Qué es lo que te sucede?"
Su voz estaba amortiguada por la bufanda alrededor de su cuello que también cubría parte de su boca y nariz. La otra parte pudo no haberlo escuchado debido al ruido que estaba haciendo, por lo que no le contestó.
"Hace mucho frío aquí afuera, ¿No lo sientes? ¿Cómo es que solo llevas puesta esa playera?"
No obtuvo respuesta más que un jadeo desgarrador, el hombre suspiró y tocó el helado hombro ajeno con una de sus manos para intentar llamar su atención. En cuanto lo hizo el vagabundo se quedó petrificado.
"¿Tienes frío? ¿Quieres que llame a algún familiar tuyo?"
El ruido que el hombre sin hogar hacía fue reemplazado por el silbido del viento, quizá por eso esta vez fue más fácil escuchar la voz del hombre que trataba de razonar con él. Su cuerpo se había quedado quieto como una estatua, sus manos lentamente cayeron con mechones de cabellos enredados entre sus uñas y su mirada se fijó en un punto en el piso, sin moverla ni parpadear.
No parecía el mismo hombre que gritaba desconsolado.
"¿Eh? ¿Entonces sí tienes un familiar al que llamarle? Dame su número y le pediré que venga por ti."
La mano en el hombro era lo único cálido en su cuerpo, el vagabundo luego de tragar saliva murmuró con la voz tan rasposa y grave como una lija, era muy difícil entender lo que decía pero el vecino lo hizo por la cercanía.
"No tengo a nadie en este mundo." había dicho el hombre antes de girar muy despacito la cabeza, posó sus ojos bien abiertos en los pies, las rodillas acuclilladas, la mano colgante y la otra que tocaba su hombro; después y como si de una tortura se tratara, alzó la vista hasta encontrarse con un par de ojos que lo miraban expectantes.
Eran un par muy agraciados: alargados, con la punta exterior en una delicada curva hacia arriba y la punta interior en una curva hacia abajo, dada la pobre iluminación de las farolas públicas no se alcanzaba a ver un color más allá de un negro espeso y profundo. Sus cejas eran delgadas pero bien proporcionadas, dándole un aire severo y malhumorado, sobre todo con la esquina que colindaba con el entrecejo ligeramente curveada hacia abajo. Parecía que en cualquier instante frunciría esas cejas y dejaría que sus ojos se llenaran de una intención fría y despiadada, que en último lugar, era como si esa fuera la naturaleza de ese conjunto que a raíz de la situación, se esforzaba por ocultar y lucir más compasivo y amable de lo que en realidad era.
El puente de la nariz era alto y fino, escondiéndose en la bufanda verde que no dejaba ver más y haciendo conjunto con el gorro del mismo color que escondía su frente. El vagabundo al ver esa cara se marchitó como una flor en invierno. Su cara perdió todo el color que había ganado por el esfuerzo de llorar y se convirtió en un tono tan pálido como la nieve a su alrededor, los ojos se volvieron vidriosos y con un suspiro tembloroso, dijo:
"Shen Jiu."
Las torretas de la ambulancia y la patrulla hicieron eco por toda la calle, alumbrando las diversas casas a su paso y permitiendo que un suspiro de alivio colectivo rezumbara en silencio. Las personas a bordo de la ambulancia bajaron con sus uniformes y se dirigieron al hombre que yacía desmayado en la congelada acera, lo pusieron boca arriba y le tomaron sus signos vitales con rapidez, los policías también bajaron e inspeccionaron al moribundo que se iba junto con los paramédicos, uno de los policías se detuvo junto al otro hombre que se había quedado medio hincado en el suelo y que no parecía haber notado que las autoridades habían llegado.
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Si me faltas tú [BingJiu][Completa].
FanfictionLuo BingHe es un estudiante que aspira al posgrado. Tiene una vida llena de deficiencias pero cree que si es gentil, podrá ocupar un buen lugar en el mundo o algo así le enseñaron en el orfanato. No obstante, en una noche algo cambia y lo nota cuand...