Capítulo 13: La Hora De La Cena.

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Tras varias horas de charla, comenzó a caer la tarde

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Tras varias horas de charla, comenzó a caer la tarde.

-Creo que lo mejor es empezar por ver que sabe Antonina sobre ti, ver si te reconoce- Mencionó Daniela.

-Si supiera algo, probablemente lo hubiera mencionado, o al menos, sus acciones lo habrían demostrado, ¿no crees?- Asintió tras analizar mis palabras. De repente, una idea se me cruzó por la cabeza, dándome la claridad que necesitaba para saber por donde empezar- De casualidad, ¿Sabes cual es el camarote de la Duquesa?- Daniela negó con la cabeza y yo maldije para mis adentros.

-Aunque, podría averiguarlo- Mencionó, animada- Solo necesito esperar hasta la cena, allí podría hablar con ella y conseguir el dato.

-Perfecto- mi voz sonó asombrosamente emocionada- Si Antonina tiene alguna relación conmigo, quizás tenga algo en su posesión que lo compruebe- Daniela asintió al entender el plan.

La conversación se vio interrumpida por el sonido de una corneta, la cual anunciaba cada tarde que la hora de la cena se acercaba.

-Supongo que esa es la señal de que debo prepararme para la cena- Anunció Daniela levantándose del sofá. La observé por un instante, algo embobada por su belleza tan poco inusual. Algunas veces me costaba creerme que realmente estuviera siendo bendecida con su compañía- ¿Estas bien, Poché?- Su voz me hizo regresar de entre mis pensamientos. Daniela me observaba con el ceño fruncido, permitiendo entrever un ligero deje de preocupación.

-Claro- Aseguré, también levantándome del sofá- Supongo que, Gracias a mi recientemente adquirido empleo, yo he de ser quien te asista en la dura tarea de prepararte para la cena.

Una dulce carcajada proveniente de Daniela retumbó en mis oídos, provocando que mi interior se encogiera de ternura.

-No es necesario, Poché, creo que podré arreglármelas- Negué rápidamente.

-Si vamos  a hacer esto, debemos hacerlo bien- Respondí seriamente- Le prepararé su baño, Srta. Calle- fingí hacer una pequeña reverencia, lo cual causó otra carcajada por su parte. Mi interior saltaba de alegría al comprender que yo era quien provocaba aquella risa.

Me dirigí al baño, y abrí el grifo dejando que el agua comenzara a caer en la bañera. Tras varios minutos, Daniela también me acompañó en el pequeño baño.

Sin decir palabra, tomó la bata que colgaba de la puerta y la colocó cerca de la bañera, para luego, introducir la mitad de su mano derecha en el agua de la bañera, que ahora rozaba la mitad de esta.

-¿Es esa la temperatura correcta del agua?- No tengo muy claro si Daniela fue extremadamente amable o si simplemente si había acertado, pero se giró hacia mi y añadió:

-Está perfecta, sin duda- Sonríe complacida. Ella simplemente me devolvió la sonrisa.

-Te dejó para que te asees- Daniela asintió, de acuerdo con mi comentario- Estaré aquí afuera por si necesitas algo.

Me alejé de la habitación con pasos ligeros, mi interior deseaba quedarse y comprobar con mis propios ojos la belleza que se escondía tras las múltiples capas de tela que cubrían su cuerpo.

Por alguna razón que no puedo realmente comprender, o, quizás, admitir, permití que la puerta del baño se quedara entreabierta. Esto no pareció molestar a Daniela.

Intenté contener mis deseos más profundos, pero nada consiguió convencer a mis ojos de no comprobar que podía apreciar a través de la rendija que quedó gracias a la puerta entreabierta.

Mi corazón se aceleró a medida que mis ojos recorrían la silueta de Daniela, comenzando por su clavícula, recorriendo el semicírculo de sus pechos, bajando por su abdomen pálido, hasta llegar a sus extremidades bajas y todo lo que estas escondían. Debía de admitir que Daniela tenía todo en su sitio.

Al observar tal perfección, sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo, deseosa de tocar lo que mis manos tenían prohibido. Por un pequeño instante, me permití fantasear con la idea de rozar mi cuerpo contra el suyo.

Daniela entró en la bañera con lentitud y gracia, hasta esconder su apariencia dentro del agua tibia. Esta fue la señal que me advirtió que era momento de dejar de observarla.

En el mismo instante que mis ojos dejaron de observar su desnudez, la culpa se apoderó de mi interior. ¿Como podía permitir que pensamientos tan pecaminosos rondaran mi mente? Daniela no era una mujer cualquiera, no debía manchar su presencia en mi memoria con ideas malsanas.

Decidí que lo mejor era olvidar lo que acababa de suceder, por lo que me senté en el sofá, esperando que mi acompañante terminara.

-Poché- Escuché la voz de Daniela tras unos minutos en silencio, proveniente de la habitación. Me apresuré a su encuentro, sin imaginar lo que encontraría.

Abrí la puerta sin llamar, y, justo frente a mi, se encontraba una Daniela en ropa interior, sonriente.

-¿Te importaría ayudarme?- Continua hablando, al parecer sin notar el rubor que comenzaba a mostrad los mejillas ardientes. Asentí rápidamente, acercándome a ella, quien indicó que comenzara a apretar su corset.

Tras un par de tirones a las cuerdas de tan incomoda prenda, Daniela parecía comenzar a incomodarse, por lo que detuve mi intento de llegar a la talla indicada.

-Sin duda, este ha sido el peor invento de la moda- admití, sin imaginar cuán inapropiado era aquel comentario, aunque, al parecer, a ella tampoco le agradaba, pues dejó escapar un par de carcajadas.

-Desafortunadamente, ninguna señorita de sociedad debería ser vista sin el- añadió con tranquilidad.

-En ese caso, me complace no formar parte de esas señoritas- intenté sonar amable, pues en ningún momento quise ofender a Daniela, y, al parecer, ella era demasiado noble como para hacerlo.

La joven se giró de frente hacia mi, quedando a muy pocos centímetros de mi rostro, permitiéndome apreciar su aliento contra mi rostro. Daniela era considerablemente más alta que yo.

-A mi me encantaría no serlo- Aclaró, permitiéndome notar el dejé de tristeza en sus ojos.

Mi interior gritará que me apoderará de esos labios tan cercanos a los míos, que probará cada centímetro de su cuerpo, pero, por el contrario, me limité a arroparla entre mis brazos, intentando que estos alejaran la tristeza de su mente. Ella aceptó el abrazo, apoyando su cabeza en mi hombro, permitiéndome sentir el calor que emanaba de su cuerpo.

Dimos un salto a cada lado de la habitación cuando se escuchó la misma trompeta de antes, anunciando que la hora de la cena había llegado.

Daniela se apresuró a terminar de arreglarse, esta vez sin precisar mi ayuda.

Pronto, nuestro plan se puso en marcha.

Pronto, nuestro plan se puso en marcha

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Leaving PortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora