𝗱𝗮𝗿𝘆𝗹 𝗱𝗶𝘅𝗼𝗻 𝗳𝗮𝗻𝗳𝗶𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻
Todos conocen alguna leyenda de tiempos antiguos.
Lo que no todos saben, es que estas están destinadas a repetirse, tengan o no un final feliz.
Déjame contarte la historia del Lobo y la Luna.
Historia basad...
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DARYL
— Negan.
Dejé de presionar el comunicador, pensando en si ese nombre significaba algo para mí.
— ¿De dónde has sacado la radio? —pregunté, sujetándome repentinamente la cabeza.
Estaba empezando a sentir la falta de sangre en mi cuerpo, pero ni de coña iba a retirar la vía del brazo de Luna.
— No he tenido que matar a nadie por ella, si eso es lo que te preocupa. —la voz de aquel hombre tenía un tinte de burla que me crispaba. En cualquier otra situación lo habría mandado a la mierda, o amenazado de mil formas, pues la única manera de que estuviera contactando con mi radio era que tuviera la de Rick o Abraham— ¿Por qué no hacemos un trato? Me da en la nariz que tienes algo que necesito.
— Ni siquiera sabes quién mierdas soy. —gruñí, y mi enfado atrajo la atención del perro a los pies del sofá— ¿Qué te hace creer que yo necesito algo de ti?
— Todo el mundo quiere algo. —soltó una carcajada, como si fuera absurdamente obvio— Yo necesito información y tú, quizás... ¿Comida, armas, un refugio? Soy un buen anfitrión, tengo que añadir.
— Vete a la mierda.
Dejé con frustración el aparato en el suelo. Él rio despreocupado al otro lado de la línea, dejando después un silencio asfixiante.
Mis ojos se centraron el Luna por largos segundos, donde su respiración era tan tenue que no alcanzaba a oírla por encima de la mía. Toqué su abdomen con cautela, había dejado de sangrar a borbotones, pero todavía se colaba entre mis dedos.
— Mierda. —apoyé la frente sobre su hombro, y bajo la tela pude sentir como su cuerpo estaba frío. La rabia me creció en el pecho. Todo se había jodido tan rápido— A la mierda. —agarré la radio de nuevo— ¿Sigues ahí?
No hubo contestación, y el miedo de haberla cagado, de haber perdido la oportunidad, me empezó a pesar en los hombros.
— A tu servicio. —bromeó sacándome un suspiro de alivio.
— Necesito un médico. —antes de que pudiera responder, añadí:— Y lo necesito ya.
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Pasé más de una hora en completo silencio, y aunque una pequeña gota de sudor me bajó por la sien, no le di ninguna importancia. Nada importaba, nada más que el hecho de que había perdido una absurda cantidad de sangre y se estaba yendo. Sentía como en mis manos se iba un poco más con cada respiración. Me vi como un inútil, no podía hacer nada, solo esperar que un capullo desconocido la salvara por mí. ¿Y por qué? ¿Por información?
Un golpe en la puerta trasera me tensó de pies a cabeza. Arranqué de un tirón la vía en mi brazo, y apunté con la ballesta.
Quizás era él, y quizás que lo fuera no era tampoco una buena idea.
